Los hijos son personas no perritos falderos
La semana pasada me llamó una periodista de un medio de comunicación gallego para preguntarme qué me parecía el hecho de que los padres llevasen a sus hijos atados con una correa. Mi primera reacción fue de sorpresa mayúscula, pero pensé que se estaría refiriendo a los padres que sujetan a los niños con un arnés cuando comienzan a andar. Así que le respondí que para los niños es una ayuda cuando todavía no pueden guardar el equilibro ni ayudarse de un apoyo, como una pared. Sin embargo, ella me corrigió, diciendo que no se estaba refiriendo a los que todavía no andaban, sino a los que sí lo hacían desde hacía tiempo, concretamente a los que ya tenían alrededor de seis años. Se me volvió a poner cara de perplejidad y mi respuesta, en tono jocoso, fue preguntarle si los cogían por el cuello. “No, no”, me dijo, “por la espalda, por una correa atada a un arnés en forma de mochila”. Yo no salía de mi asombro, así que le volví a preguntar que dónde había visto tal cosa, y me respondió que “por Alicante”. Así que mi respuesta más coherente fue que quizás eran padres extranjeros, que no conocían bien el idioma o a dónde dirigirse en caso de la pérdida de su hijo y así ejercían un control mayor sobre él, ante un posible descuido. Frente a esta conjetura, ella me aclaró que eran padres nacionales. Ahí ya entendí mejor la cuestión y, como pedagogo, le respondí que cada vez más los padres querían tener un total control de los hijos por sus inseguridades en sus relaciones paternofiliales o responsabilidades parentales.
Los hijos se tienen para educarlos y hacerlos responsables de sus actos, no para mantenerlos atados como unos animales domésticos durante toda su vida. Pero cada vez es más común que ciertos padres inseguros, los conocidos como padres helicópteros, quieran anticiparse a las acciones de sus hijos para sacarles de delante los problemas que se les vayan apareciendo, y tampoco dejarles iniciar ninguna actividad que ellos no puedan controlar.
Esos padres que quieren controlar a sus hijos de cinco o seis años con una correa, cuando ven que ya no les atienden como antes, son padres que no se adaptan a las condiciones madurativas del niño y desean que su hijo no crezca ni se independice de sus pretensiones.
El niño, cuando alcanza la edad de los cinco años, que muchos identifican con la de los berrinches, está manifestando sus deseos de independencia. Hasta ese momento el vínculo con sus padres o asistentes mayores es total. Ellos sienten que todo lo que desean les es proporcionado por sus progenitores, sin reparos. Sin embargo, a esa edad, empiezan a querer o exigir cosas que sus mayores no están dispuestos a darles o a ceder en sus anhelos. Y entonces llega el momento del berrinche o cabezonería. No se trata entonces de atarlo con una correa, sino de ir soltando amarras para que él consiga por sus medios lo que quiere. Y esto le lleva a socializarse con otros amiguitos distintos a los que les proporcionaban sus padres o a hacer cosas que hasta entonces hacían sus padres por ellos.
No es una independencia de autogobierno, solo un paso más para poder reconocer las normas de la vida a través de sus propias experiencias. Así que, cuando los padres obsesivos del control atan a sus hijos con una correa, están impidiéndoles que pasen de etapa y propician que se conviertan en personas sumisas y sin apetencia por disfrutar de su vida y de todo lo que esta les pueda ofrecer.
Tenemos hijos para ofrecerles una buena vida o, al menos, todo aquello que les podamos dar, pero no para convertirlos en perritos falderos o en nuestra sombra; para eso ya están los animales de compañía, unos seres a los que la independencia les hace más esclavos que libres.
José Manuel Suárez Sandomingo