Acogimientos vacacionales en familias solidarias
Para la mayoría de las familias lo importante en la vida es que sus miembros se encuentren bien y dispongan de todo lo necesario para cubrir sus necesidades. Pero, para algunas esto sólo supone una parte de sus prioridades, pues también quieren personas ajenas puedan disfrutar igualmente de sus propios medios. Son las que podríamos denominar familias solidarias. Y de ellas hay multitud de modelos. Las hay que son fraternales con las personas mayores, pero también las hay que lo son con niños sin familiares a loa que acogen o que cuando los tienen, también desean compartir con ellos sus vacaciones o sus momentos de ocio y así poder proporcionarles estancias en espacios diferentes y enriquecedores, además de una vida saludable.
Año tras año llegan a Galicia muchos niños y chicos que viven una vida llena de privaciones y en condiciones infrahumanas: niños que malviven en campos de refugiados, como los saharauis o en zonas destruidas por las guerras. Muchos de estos niños viven con sus familias, pero estas no pueden ofrecerles más que una vida sin futuro.
Para la mayoría de ellos, nuestro primer mundo representa una visión de algo inimaginable, un sueño imposible de alcanzar. Cosas tan naturales para todos nosotros como levantarse por la mañana y poder asearse haciendo correr el agua en el cuarto de baño o sumergirse en una piscina es una sensación idílica e inalcanzable, casi milagrosa; ver innumerables coches circulando por las calles o la gran diversidad de restaurantes y comercios que se aglutinan por todas partes les hace abrir los ojos a realidades que incapaces de crear en su imaginación.
Pero, para que ellos puedan incorporarse a nuestro mundo y a sus circunstancias, deben ser acogidos por familias que deseen abrazarlos y darles esa oportunidad, y que estas, a su vez, una vez lleguen a su encuentro, puedan ser partícipes de su asombro y deseen que ese sueño perdure una vez regresen a sus países de origen.
Sin embargo, en algunos casos, esas ilusiones de acogedores y acogidos por la novedad de lo distinto hace que los primeros traten de planear situaciones que les alarguen a los segundos sus estancias más allá de lo permitido por sus visados administrativos, a través de programarles consultas médicas o inscribirlos en cursos más allá del tiempo de vigencia de sus estancias, lo que les acabará produciendo un efecto doblemente pernicioso. Por un lado, porque se incumple con las fechas de regreso de los niños con sus familiares, algo que llena de terror a estos al ver su prórroga como un secuestro, y, por otro, porque que se les hace creer a los niños que su vida va a ser siempre de jauja, sin contratiempos ni momentos en los que echen de menos su vida anterior y a sus familiares.
Así pues, como adultos o familias solidarias, debemos contener nuestras falsas ilusiones permitiéndoles que regresen en las condiciones establecidas y hacer que nuestra solidaridad puede ser redirigida a procurarles otros tipos de apoyos, bien a sus familias o a sus comunidades. Esta solidaridad expansiva es la que necesitan esos pueblos para salir adelante en sus territorios y con sus propios esfuerzos, pues la solidaridad bien entendida es apoyar a los demás para que puedan hacer las cosas por sí mismos sin colonizarles sus vidas.
José Manuel Suárez Sandomingo