¿Cuándo la inteligencia se volvió artificial?
“La ventaja de la mala memoria es que se disfruta varias veces de la misma cosa por primera vez” (F. Nietzche)
Todo lo relacionado con la tecnología, que en el momento actual aparece fundamentalmente asociado a lo digital, no deja de representar una cuestión de permanente y rabiosa actualidad. Diariamente nos vemos asombrados con nuevas aplicaciones prácticas de los avances continuos que se están produciendo en este terreno, llevándonos incluso a conseguir sueños que se mostraban inalcanzables. La recuperación de la movilidad en personas con lesiones medulares, posibilitar la audición en casos de pérdidas tempranas e incluso congénitas o los diagnósticos extra tempranos de enfermedades que podamos padecer en el futuro, y que nos permitirían anticiparnos a sus consecuencias, son claros ejemplos de ello.
Estos avances en el área de la salud también son extrapolables a otras esferas de nuestras vidas. Estamos hablando de las infinitas posibilidades que se abren al poder procesar, con patrones basados en la inteligencia humana, una extraordinaria cantidad de datos y, con ellos, sacar conclusiones, establecer relaciones causa-efecto, efectuar análisis prospectivos o incluso, entrando en el terreno de la creatividad, elaborar textos de todo tipo; sin excluir los literarios. Aludimos a la denominada Inteligencia Artificial (IA) y sus efectos en todo lo que concierne a las distintas facetas sociales, ya sean económicas, culturales, legales, comunicativas o éticas. Por tanto, y dado el alcance que está adquiriendo, convendría efectuar una reflexión en torno a las coordenadas donde acontece esta nueva innovación.
El cambio permanente en que nos encontramos inmersos, consecuencia de una revolución tecnológica sin precedentes y auspiciada por el universo digital, está originando nuevas maneras de ver y afrontar lo que nos rodea. La relatividad es el eje central en torno al cual giran un gran número de decisiones que tomamos, pues dudamos que todo aquello que hoy es válido, cierto y contrastado mañana lo siga siendo. Esta incertidumbre ha dejado de ser incómoda, pues ya forma parte de lo cotidiano. A nadie extraña que el cambio pueda producirse en cualquier instante. Todo parece ser pasajero, provisional. No obstante, estos planteamientos también encierran un notable peligro, cuando son interpretados de manera tendenciosa. En estos casos, provoca situaciones esperpénticas que generan vaivenes, cuando no retrocesos, en planteamientos ya admitidos y consensuados que en poco ayudan a seguir avanzando. No se trata de estar dando vueltas en círculos, sino de encontrar palancas que nos saquen de la permanente transitoriedad.
Todo parece apuntar a la falta perspectiva, de visión de futuro, de un análisis riguroso de a dónde nos conducen estos cambios. El que la provisionalidad se haya instaurado en nuestras vidas no significa que nos dejemos llevar por esa corriente de relatividad que todo lo inunda y que no invita a la reflexión; dado que todo es efímero. Desde lo pasajero, lo eventual, no es posible sentar las bases que contribuyan a definir cualquier modelo de referencia que guíe estos mismos cambios.
En este optimismo, siempre condicionado a las consecuencias no previstas, descubrimos que la inteligencia puede ser artificial; es decir, que con ayuda de la ciencia podemos llegar a desarrollar programas informáticos, pudiendo ser adquiridos en tiendas especializadas para instalar en nuestros dispositivos electrónicos, con la capacidad de realizar procesos similares a los llevados a cabo por la mente humana, concretamente, los procesos de aprendizaje y razonamiento lógico. Dicho de otra manera, podemos replicar, apoyándonos en una base de datos descomunal en comparación con la capacidad de nuestro cerebro, procesos que simulen los pasos a seguir para convertir dicha información en conocimiento, y todo ello con mayor rapidez y acierto que si lo realizáramos nosotros mismos.
La educación también se encuentra en este trance, donde cada día surgen nuevos interrogantes en torno al camino que se ha de seguir, poniendo en crisis un gran número de planteamientos considerados válidos hasta ahora. En tal sentido, y en referencia al cosmos digital, todo apunta a que la denominada competencial digital va más allá de lo que habíamos llegado a imaginar, estando muy por encima de la simple incorporación de dispositivos en el aula, transformándola en una “ferretería pedagógica”. Este aprendizaje, como el lenguaje, se está adquiriendo de manera espontánea en el seno de la propia familia/sociedad. Nuestros hogares se han convertido en auténticos hipermercados donde podemos encontrar todo tipo de dispositivos, algunos de ellos novedosos y otros ya familiares, como puedan ser la televisión, que han multiplicado sus posibilidades de uso y prestaciones a través de la Red.
¿Qué rumbo tomará el sistema educativo ante esta nueva situación? ¿Tendremos que aceptar la imposibilidad de planificar más allá del día siguiente? ¿Cobrarán protagonismo otros actores sociales en la educación del futuro?
Las preguntas que podamos formular son tan variadas y numerosas como la ausencia de respuestas. Quizás la distopía sea la forma más realista, valga el contrasentido, para abordar este juego peligroso de aventurar aquello que está por llegar. Divaguemos.
Si los centros educativos se definen por algo es, precisamente, por la oferta formativa reglada que brindan, el llamado diseño curricular, dentro de unas determinadas coordenadas contextuales concretas. Ante el potencial de esta inteligencia recreada en la humana al cual nos aproximamos, es complicado adivinar lo qué puede ser enseñado, sobre todo cuando ya se ha adquirido esa cultura general y común que nos integra socialmente. Las enseñanzas especializadas, aquellas de postgrado en cualquiera de sus niveles, serán más específicas que nunca lo hayan sido, extraordinariamente concretas; lo que provocará continuos cambios en la actividad laboral del individuo. Desaparecerán actividades profesionales hasta ahora existentes. ¿Cuántas se quedarán en el camino? Las pérdidas seguramente serán proporcionales a las nuevas apariciones, pero la actual formación profesional y universitaria tenderá a convertirse en un cúmulo de ofertas modulares cambiantes y discontinuas en el tiempo y, por supuesto, en formato on-line, centradas en el uso y máxima explotación de las potencialidades tecnológicas aplicadas a nuestro día a día.
Y el profesorado, ¿hacia dónde focalizará sus funciones? En los tramos destinados a la endoculturación su papel continuará siendo clave, para lograr la necesaria adaptación al grupo social de referencia y, a la vez, fomentar el pensamiento crítico que ayude a seguir evolucionando. Pero, quizás, su quehacer esencial no consista en crear situaciones de aprendizaje que contribuyan a un desarrollo competencial significativo y funcional. El problema no será, tampoco, seleccionar los saberes básicos y adoptar metodologías activas para su aprendizaje, este cerebro artificial no tendrá mayor dificultad en proporcionarnos estos elementos curriculares debidamente engarzados. La cuestión probablemente estribará en comprobar el grado de adquisición y desarrollo de esos saberes y competencias; es decir, la evaluación constituirá la pieza clave. Comprobar en qué medida las producciones del alumnado han sido o no tomadas en préstamo de la IA. Conceptos como estándares de aprendizaje, perfil de salida o criterios de evaluación y calificación serán sustituidos por el dominio y actualización, por parte del profesorado, en softwares destinado a detectar posibles plagios.
El sector editorial se reconvertirá, una vez más, para ser un proveedor de proyectos de aprendizaje personalizados en función del rastreo individualizado de cada alumno o alumna (trazabilidad). También llegaremos a tener libros inteligentes, libros a la medida de sus destinarios. Extraordinario avance en la Atención a la Diversidad. Todo ello en detrimento de la autoría, que será suplantada por la IA, y la supervivencia de los oficios tradicionales asociados a la edición.
La gestión de los centros educativos también experimentará profundas modificaciones, ya sean internas (equipos directivos) o externas (inspección educativa). Podría resultar bastante fácil, al inicio de cada curso escolar, conjugar los perfiles del profesorado, alumnado y familias, a través de la IA, para obtener una perfecta organización de un curso garantizado por el éxito. Los equipos directivos, por su lado, encontrarán una inestimable ayuda para resolver las dudas legislativas que se le planteen al instante.
Las tareas de supervisión vendrán marcadas por el análisis “inteligente” de los documentos de centro, dando lugar a un informe, estandarizado sin duda, con las oportunas orientaciones y el correspondiente asesoramiento. El control estará más focalizado que nunca, al poner de relieve dónde se encuentran las disfunciones a corregir.
Podríamos continuar haciendo ciencia-ficción, o quizás no lo sea tanto, en torno al enorme potencial de la Inteligencia Artificial, valiosa herramienta sin duda que, precisamente se trata de eso, una herramienta. La controversia no está, por tanto, en su utilidad, sino en superar los fantasmas pueriles que se esconden tras un optimismo ingenuo que prevalece en nuestra sociedad respecto al poder ilimitado, sin ética ni control, de todo lo tecnológico; la nueva religión laica a la que parece conducirnos unos profetas interesados o deslumbrados de asombro.
Pararse a contemplar los cambios que se están produciendo genera vértigo, al no calcular adecuadamente sus dimensiones y profundidad, ya que nos resultan impredecibles. Tendremos que acudir, nuevamente, a esa misma IA para que nos ayude a ello. Parece oportuno, como medida preventiva, colocarse unas gafas críticas, sean virtuales o no, que nos hagan reparar en aquello que, precisamente, no es visto, que permanece escondido. Un importante volumen de la población pasaremos a ser meros usuarios, sin control ni conocimiento, de un cúmulo de herramientas diseñadas por una inteligencia de segunda generación, tras la humana. Se trata del denominado currículo oculto que ejerce más influencia que el propiamente intencional.
Quizás la memoria quebradiza de Nietzche constituye todo un referente para aquellos que asociamos inteligencia con el sinónimo de ingenio, que tal como indica la RAE, es la facultad del ser humano para discurrir e inventar con prontitud y rapidez. ¡Ojalá no seamos privado de esta facultad por la IA!
Carlos Marchena es Inspector Central de Educación.
Fuente: Magisnet