La escuela: el seleccionador social moderno
La vida es una selección continua en función de múltiples razones. Y la escuela es, además de la fuente en la que beben las nuevas generaciones de la cultura de las pretéritas, el sistema que determina la clasificación de los individuos en la sociedad.
Antes de que la escuela estuviera llena de estudiantes, los talleres de artesanos eran sus centros de formación. Y todos aquellos alumnos que deseasen progresar en su vida laboral deberían realizar lo que se denominaba una obra maestra. Una obra con la que mostraran su maestría y demostraran ante los maestros del gremio que habían aprendido sus enseñanzas.
Así la escuela somete a sus alumnos a múltiples pruebas para calificarlos y clasificarlos. Y no sólo los somete a pruebas intelectuales sobre los contenidos que deben adquirir, sino también a los métodos de evaluación de cada profesor, pues aquí es muy cierto aquello de que cada maestrillo tiene su librillo y que, por lo tanto, cada alumno ha de entender no sólo lo que le explica sino también lo que espera de él o ella en cada examen. Así que se puede decir que, para el alumno, cada asignatura siempre es doble: lo que tiene que aprender y cómo ha de afrontar el examen para conciliar lo aprendido con lo esperado por el docente.
Además, en cada grado superior el alumno habrá de ir librando nuevas experiencias examinadoras en que se ponen a prueba sus habilidades para comprender nuevos conceptos cada vez más heterogéneos y abstractos. Y de este modo, gracias a su buena comprensión y a estrategias personales a la medida de las dificultades que le vayan apareciendo, llegará a donde habrá de determinarse si ha logrado superar la prueba de la obra maestra: ser el elegido o la elegida para nuevas metas más complejas, lo que hoy llamamos EBAU y que no es otra cosa que la sempiterna selectividad. Una prueba a la que todos los que hemos querido acceder a unos estudios superiores nos hemos tenido que enfrentar para demostrar nuestra valía.
Tras cada etapa superada, el estudiante recibe un diploma acreditativo. Pero este no es algo para él o ella, sino algo que valida su mérito ante los demás, se lo ha dado la escuela, que no es otra cosa que el notario social que determina donde se encuentra cada uno dentro del conjunto de la sociedad a la que pertenece.
Si no hubiera una escuela común, la cualificación de los maestros sería la seña de identidad de sus alumnos, haciendo bueno el dicho de que “el maestro crea escuela”. Pero hoy un maestro no hace otra cosa que solapar sus enseñanzas con lad de otros muchos colegas, ante los que los estudiantes transitan en un peregrinar que sólo puede ser evaluado externamente para ser lo más objetivo posible.
Muchos alumnos señalan a aquellos docentes que dicen haber sido sus mejores y peores maestros, pero ninguno puede decir que sólo ellos han influido en sus estudios o han marcado o determinado su futuro. Para todos, ha sido el conjunto. Ha sido el sistema educativo con sus excesos y sus defectos, así como sus padres y sus amigos los que le han ayudado o desanimado para seguir adelante en su lucha por comprender lo que estaba al final de su túnel. Las personas somos animales gregarios, nos debemos todos a todos, nadie es bueno o malo por lo que hace, sino por cómo los demás lo consideran. Así que la EBAU, o selectividad, no es más que la lucha del estudiante por seguir integrándose en nuevos niveles de la sociedad y ser aceptado por lo que ha adquirido y por lo que todavía puede aportar.
José Manuel Suárez Sandomingo