¿Familias?
Leon Tolstoi iniciaba su gran obra Ana Karenina con una frase que hoy está impresa en muchos manuales de Sociología y Psicología: “Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera”. Y es que los rasgos de las familias felices están sujetos a una disciplina que las iguala. Rasgos como la complementariedad, la búsqueda positiva del bien común, la necesidad de entregar su tiempo unos miembros a otros, la empatía o la corrección personal de lo que puede ser desagradable para el conjunto. En definitiva, de la tolerancia y la flexibilidad en la vida cotidiana para que todo discurra en armonía.
Por su parte, en las familias distópicas o infelices prima lo individual frente a lo colectivo, la necesidad de echar la culpa a los demás de los errores o la ausencia de empatía frente a las necesidades afectivas de los otros. Todo esto hace que se construya la inestabilidad familiar y que cada uno busque fuera lo que esta no le aporta. Situaciones que los que trabajamos en los servicios sociales percibimos todos los días del año, pues muchas de ellas solo buscan en sus profesionales y en las ayudas físicas y económicas que facilitan una solución radical a todos sus problemas.
Pero, para que las familias que atienden nuestros servicios sociales logren una independencia real y su deseada felicidad, los servicios sociales deben superar su marco actual, educándolas en cómo conseguir cambiar sus formas de comportamiento interno. Y que, en la mayoría de los casos, es el principal motivo su disarmonía e infelicidad. Para lograrlos se han de establecer nuevos formatos, que deberán ir más allá del trabajo individual y de la mera ayuda compensatoria ante una dificultad transitoria para operar bajo diseños en los que todos los miembros de la familia estén presentes, creen sus propias soluciones y se impliquen en integrarlas en su vida cotidiana.
Y para lograrlo, nadie debe de pensar, como se ha venido haciendo hasta ahora, en patrocinar sólo en modelos de familias clásicas, sino que se ha de trabajar con fórmulas adecuadas para sus componentes. Fórmulas que podrán ir desde la familia tradicional a hasta la reconstituida, desde la monoparental hasta la extensa o el coliving. Este quizás va a ser su mayor reto, pues muchas veces, tanto los profesionales como las estructuras del sistema social, priorizan las preconcebidas, dejando fuera otras armónicas, estables y que, igualmente, pueden hacer felices a sus miembros.
Está claro que nuestra sociedad está totalmente imbricada con el Estado; por eso, cada vez que un ciudadano necesita alguna respuesta a sus problemas, recurre a su amparo. Pero este ya no puede abordar sus problemas de forma cortoplacista, sino que ha atenderlo desde su integridad como persona y desde la perspectiva de su integración social como un sujeto válido para su sociedad. Si no se hace así, se le seguirán ofreciendo dádivas y soluciones parciales, que cada vez lo harán más infeliz y dependiente de los servicios sociales. Por eso la mejora de estos solo podrá lograrse abordándolos desde una perspectiva integral e integradora de otros servicios, como pueden ser los sanitarios laborales, habitacionales, etc. y siempre consagrados conseguir la mejora de la autonomía familiar.
José Manuel Suárez Sandomingo