Crueldad intolerable
Todavía no han transcurrido los primeros cuatro meses del año y ya tenemos en nuestro haber social a siete menores asesinados por sus propios padres. Los dos últimos la semana pasada: dos niños mellizos de 8 años muertos a manos de su padre en Barcelona, tras haber matado también a su madre y después suicidarse. Muchos de los que leemos estas desgaradoras noticias solemos pensar que por qué no se suicidó él primero y así se quitaba de en medio y dejaba de sufrir él y todos los demás. Pero la lógica de estos deplorables y aterradores personajes no es la de permitir que los demás dejen de sufrir, sino que no pueden sobrevivirles después de habérselo hecho pasar tan mal a ellos.
Para ellos, la vida de los demás dependen de ellos y no admiten ni que se les cuestione o deje de lado, toda una traición y una anomalía a cómo conciben sus relaciones. Son celosos, posesivos y maquinadores. Todo el tiempo se lo pasan pensando en posibles traiciones, en cuestionar todo aquello que no pueden ver o controlar. No admiten que otros pueden tener sus propias razones y, lo que es todavía peor, anteponerlas a las suyas. Y cuando su concepto de vida familiar decae por los cuestionamientos que se les hacen sobre cómo afronta las situaciones negativas que se le presentan, sólo les queda una solución: hacer que todo su entorno desaparezca. Creen que todo el amor y la entrega que les han dado a los miembros de la familia no han sido tenidos en cuenta por lo que pasan a odiarlos. Primero, a su pareja y después, a sus propios hijos, aunque tampoco tienen ningún escrúpulo en centrar su inquina en los hijos anteriores de sus parejas. A unas y otros, a todos, los consideran sus enemigos. Todos son parte de la misma afrenta. Una afrenta criminal hacia a ellos que deben de erradicar sin contemplaciones, aunque eso les cueste sus propias vidas.
Todo lo anterior les lleva a buscar una violencia vicaria sobre los hijos con el único fin de dañar lo más posible el amor de su madre: “Si no son para mí no son para nadie”, parecen estar diciéndole, pues estos no son otra cosa que objetos de su propiedad. Muchas veces este odio cerval lo trasladan a los padres y/o hermanos de la mujer, principalmente cuando se interponen en su única y última misión en la Tierra.
Para la sociedad, estos execrables actos son todo un hachazo a su corazón; una crueldad insoportable e intolerable; un conflicto personal transformado en una atroz sentencia contra los seres con los que comparten sus vidas estos grotescos y absurdos personajes. Por ello, y por todos ellos, la única acción social que queda es la denuncia, nuestra interposición entre estos seres depravados y sus alienados familiares.
Y si esto crece, como se está viendo, la sociedad también debe aumentar sus delaciones. Algunos cuestionan que se pueda intervenir en los problemas familiares, pero está claro que los conflictos de cualquier ámbito son conflictos sociales y como tales deben ser tomados. A nuestro alrededor existe todo un conjunto de instrumentos para realizar nuestra tarea pública y ciudadana de alerta. Muchas de estas mujeres y sus hijos no pueden presentar la pertinente denuncia por miedo a poner sus vidas en riesgo, así que somos sus vecinos, sus compañeros de trabajo o sus amigos los que debemos dar ese paso, ya sea de forma anónima, personal o colectiva. Activar los mecanismos públicos de control sobre estos individuos es algo necesario, si no se quiere ser, además de testigo, cómplice de sus desvaríos.
Desde los años noventa, España cuenta con diferentes recursos para atajar estos problemas. Tanto la Guardia Civil como la Policía Nacional disponen de oficinas para denunciar, asesorar y atender personalmente a las víctimas. En el caso de la primera, el EMUME o Equipo de Mujer y Menores, y, en el de la segunda, la UFAM o Unidad de Familia y Mujer. Galicia disfruta, además, en su Policía Autonómica, con el Sistema Vioxen, un sistema de seguimiento integral de los casos de violencia de género. Todos ellos se encargan de la instrucción de las diligencias y de la investigación de los hechos, así como de buscarle el mejor acomodo a las victimas dentro de los servicios establecidos para darles cobertura a sus necesidades.
Tampoco hay que olvidar toda la red de centros locales y comarcales de los ayuntamientos (CIM) y de la propia Xunta y diputaciones provinciales, preparados para intervenir en estos temas. Los números de teléfono y sus sedes o departamentos están al alcance de cualquiera a través de cualquier dispositivo con acceso a Internet. Una denuncia puede salvar muchas vidas, a la vez que aparta de la sociedad a un potencial delincuente.
José Manuel Suárez Sandomingo