Elegir el futuro profesional empieza por la visión de uno mismo
Uno de los primeros retos importantes en la vida de un estudiante es la elección de la formación que orientará su futura vida laboral. Una tarea nada fácil, si uno piensa que mucha gente va a entrar a valorar sus opciones e incluso a criticarlas o a proponerle otras.
Cuando uno tiene que tomar una decisión de este calibre, los demás deberían hacerse a un lado y dejar que sea él o ella quien piense cuál será su mejor alternativa o la que le es más afín. Pues todos tenemos amigos o compañeros que han elegido su futuro profesional en función de las expectativas de sus padres o de sus amigos y que, una vez entregados a esos estudios, se han sentido incómodos realizándolos o los han finalizado para no desairar a los que decidieron por ellos. ¿Cuántos ingenieros o médicos se han acabado transformando en grandes artistas o han elegido especialidades en las que sus mentores no les veían ninguna posibilidad laboral, pero que para ellos y ellas eran la oportunidad de desarrollar su vocación?
Tampoco se puede ignorar que cuando uno se encuentra en medio de su adolescencia, tener que decidir la formación que encauzará su futuro no es más añadirle un nuevo aspecto a otros asuntos vitales ya presentes, como pueden ser los de conseguir pareja, ganar su propio dinero, ser reconocido por sus ideas y otras muchas alternativas personales que conforman todo un panel de propósitos difíciles acomodar a su día a día. Sobre el papel es muy fácil establecer las prioridades, pero la realidad es ambigua y subjetiva. Y mientras en unos momentos se le da más peso a unas opciones y en otros a otras, en cada ocasión piensa que esa podría su opción más idónea. Pero lo que parece casi incuestionable y que siempre ha tener en cuenta como prioridad son sus cualidades personales más prevalentes (constancia, amabilidad, capacidad de esfuerzo, sociabilidad, etc.). Y, a continuación, estudiar cuáles forman parte intrínseca de las profesiones con las que más empatiza.
Si todavía se encuentra indeciso o desorientado sobre sus salidas, los profesionales de la educación pueden ayudarles a relativizar sus posibilidades, pues ellos disponen, además de su experiencia, de diversas metodologías de apoyo, como cuestionarios, test y entrevistas, con las que decidir cuáles serán las mejores expectativas vocacionales del alumno.
Una vez concluida la fase electiva, se deberán establecer los costes de la formación o formaciones a las que les ha dado su prioridad. Ahí es donde las posibilidades económicas de la familia o las oportunidades de acceso a una beca pueden empezar a tomar un cierto peso o a restringirlas. Este no es un aspecto menor, pues en él intervienen muchos factores que se espera que se mantengan estables en el tiempo y que están sujetos a la valoración de otras personas que deberán poner su esfuerzo al servicio de las decisiones personales de su hijo o hija.
Así que elegir cuál será el futuro de una persona es algo muy exigente y de gran responsabilidad. Los adultos lo sabemos muy bien, porque muchos de nosotros no sólo nos hemos visto en el brete de nuestros hijos y alumnos, sino que hemos ido tomando un sinnúmero de decisiones a lo largo de nuestra existencia, decisiones que han influido notablemente en nosotros y en nuestros allegados. Pero la vida siempre es eso: la adaptación del presente a los deseos del futuro.
José Manuel Suárez Sandomingo