La salud mental infantil precisa de nuevas formas de actuación en España
La semana pasada aquí les hablaba de un dispositivo de atención a la infancia puesto en marcha en Galicia en el año 1994 y que hoy se ha convertido en uno de los mejores detectores de los problemas de la infancia y la juventud Europa: el Teléfono de la Infancia. Y no sólo lo es porque tanto unos como otras denuncien sus situaciones de maltrato o su falta de atención a sus necesidades, sino porque también este recoge muchas veces las denuncias de sus entornos: familiares, vecinos, amigos o profesionales de todo tipo de instituciones (escolares, sociales, deportivas, etc.) que tratan de prevenir o hacer intervenir a las instituciones competentes ante desatenciones familiares, situaciones de riesgos, conductas inadecuadas y otra muchas circunstancias.
Cuando uno lee los informes tanto de niños y niñas como de adultos sobre las circunstancias de desamparo en el que se encuentran los seres más vulnerables de la sociedad, se da cuenta de que todavía nos falta mucho para disponer de los recursos necesarios para paliar deterioros familiares que acaban traumatizando a los menores. De tenerlos, evitaríamos que se convirtiesen en sujetos adultos inadaptados, cuando no en carne de cañón de los servicios sociales o, peor aún, de los servicios sanitarios de salud mental.
La sociedad que no dispone en la actualidad de los medios adecuados para atender la salud mental de los adultos que los necesitan, ni mucho menos ha empezado a disponer de los servicios de atención a la salud mental de los niños y jóvenes, derivando en la mayoría de los casos sus pacientes hacia los servicios sociales. Una derivación que tampoco se ve complementada ni completada con la asistencia de los servicios sanitarios más perentorios, como pueden ser los profesionales de psicología y psiquiatría.
Por Europa adelanta, los servicios sociales de atención a la infancia con problemas de conducta o de salud mental se ven completados con el apoyo diario de los servicios sanitarios de profesionales de la salud, por lo que, cuando se hace referencia a ellos se les denomina como servicios sociosanitarios o médico-sociales. Unos términos que ni siquiera se contemplan en las legislaciones estatales o autonómicas de España, más orientadas a tratar todos los problemas de los menores de edad como problemas sociales o educativos. Y en esas estamos en pleno siglo XXI: los médicos queriendo que sus pacientes ingresen en los hospitales o ambulatorios, y los educadores y pedagogos que, cuando surge un problema familiar, social o personal de un menor de edad, se intervenga a través de una institución socioeducativa.
El futuro parece terco y está diciéndonos que nosotros también deberemos tomar al sendero del resto de Europa, en donde los médicos psiquiatras y los psicólogos sanitarios perfeccionan la labor de los educadores y pedagogos en los centros de atención a la infancia y disponen de centros de atención a los jóvenes con problemas de salud mental para reconducir sus problemas, ya sea ayudados por sus propios familiares o por profesionales de la educación.
Hoy en día, entre un 4% y un 8% de la población infantojuvenil está afectada por problemas de salud mental, debidos a factores temperamentales, genéticos y variables sociofamiliares. Un conjunto de personas que precisan de ayuda sociosanitaria y cuyas derivaciones a los centros sociales de atención a la infancia no cumplen con necesidades que son de otro tipo. Y, así como en los hospitales hay áreas de tratamiento oncológico para niños y niñas, es muy necesario que se empiecen a crear centros sanitarios que también les procuren la atención que precisan. La calidad de una sociedad se comprueba en las coberturas que les ofrece a sus ciudadanos. Además, una atención más personalizada y profesionalizada a los menores de edad también hará que puedan superar mejor sus deficiencias y vulnerabilidades y, de este modo, integrarse mejor en la sociedad.
José Manuel Suárez Sandomingo