“Hay que pensar en la adolescencia desde que los niños tienen un año”
Estamos en una cafetería. Un niño no para de moverse en la silla hasta que el adulto que le acompaña le dice eso de “¿no puedes pararte quieto?”. Sorprendentemente, dependiendo de la edad del pequeño, es muy probable que la respuesta correcta, la que respalda incluso la ciencia, sea que no, no puede.
Ver el mundo exclusivamente desde la perspectiva de los adultos implica ponérselo difícil a la infancia en una etapa ya de por sí más compleja de lo que nos imaginamos.
¿Los niños son los grandes desconocidos de una sociedad que pone a los adultos en el centro?
Pues te diría que sí. No sé si son los grandes olvidados, porque las personas mayores también llevan lo suyo, pero sí te diría que son los más desconocidos porque nos cuesta mucho comprender lo que pasa en su mundo interior. Su cerebro es muy distinto desde los adultos, e incluso yo, que soy experto en neuropsicología, cuando estoy con un niño que puede tener alguna dificultad concreta, me pregunto, ¿qué pasa?
¿En qué nos puede ayudar conocer más su cerebro?
Cuando comprendemos cómo funciona el cerebro de los niños, somos mucho más capaces de meternos en sus zapatos y entender que muchas de las cosas que hacen las hacen no porque sean malos o desobedientes, sino porque tienen necesidades distintas a las nuestras, como la necesidad de explorar, la necesidad de jugar. También podemos comprender que hay veces que no nos hacen caso porque no tienen las neuronas necesarias para controlar ciertos instintos. Por ejemplo, cuando les pides que apaguen la tele, ellos no son capaces de apagarla por sí solos, les tienes que ayudar. O cuando tienen una rabieta. También nos permite entender que hay momentos en los que no comprenden todo lo que le decimos en el mismo sentido.
Y así rebajamos también nuestras propias expectativas
A rebajar nuestras expectativas, ser capaces de adentrarnos en su mundo y entender qué es lo que sí necesitan.Porque cuando entendemos que su cerebro es mucho más emocional, intuitivo, podemos llegar a ellos de otra manera.
El cachete a tiempo parece desterrado, pero ¿somos igual de conscientes del poder de las palabras o los gestos?
Somos mucho menos conscientes. Las familias suelen tener muy claro lo de que no le vamos a dar un sopapo, un azote, a diferencia de nuestra generación.
Pero aún nos cuesta controlar otro tipo de comportamientos como pueden ser decirle a un niño que es malo, los gritos, quitarle el plato de forma brusca porque no está comiendo, lanzarle la mochila fuera de la habitación porque no la tiene recogida…
En esos casos debemos pensar que, igual que a un adulto no le gustaría a nadie que le dieran una patada a su coche, tampoco podemos tirar la mochila fuera de la habitación.
Testarudo en lugar de tenaz, charlatán frente a buenas capacidades comunicativas, ¿por qué censuramos algunas conductas en los niños que consideramos positivas en la edad adulta?
Porque todos los padres tenemos miedo a que nuestro hijo no sepa regularse bien. Y eso es un buen instinto. Los adultos asociamos esta falta de regulación con la enfermedad mental y con la violencia, por ejemplo, el niño que muerde a otro niño.
Un instinto muy sano de los padres es ponerse en alerta cuando nuestro hijo muerde a otro o cuando le da un manotazo. Porque en el mundo de los adultos es una cosa mala.
Lo que también es importante es entender que en ciertas edades pueden ser comportamientos normales aunque no sea un comportamiento adecuado.
Aunque su trabajo se asocia más con la infancia, su último libro, “Prepárate para la vida”, se centra en la adolescencia,¿cómo surge este trabajo?
Doy muchas conferencias por colegios e institutos de toda España y siempre digo que la conferencia que más gusta es la que le doy a los chicos y chicas de bachillerato, en la que les explico cómo funciona el cerebro, por qué tienen que dormir más, qué pasa cuando pasan mucho tiempo con el móvil…
En esta línea, la idea del libro es entregar a los jóvenes las herramientas que les permitan conocer mejor su cerebro y todo lo que les puede enseñar sobre cómo sentirse bien, cómo construir una vida en la que se sientan seguros y satisfechos.
Una guía para jóvenes y padres
El propio autor define este libro como una herramienta para padres e hijo frente a la adolescencia. Escrito en primera persona a los jóvenes, cuenta los porqués detrás de normas en cuanto a, por ejemplo, el exceso de pantallas o pautas para tomar buenas decisiones y forjar un autoestima sólida.
¿Cuándo debemos las familias comenzar a ocuparnos de la adolescencia?
Estoy convencido de que de la adolescencia nos tenemos que ocupar cuando son pequeños. Sobre todo en el primer año hay que darles mucha seguridad, mucha cercanía, mucho cariño.
A partir del segundo año, el niño va necesitando otra cosa, que son los límites, incluso antes. Hay ciertas estructuras del cerebro que nos van a permitir regularnos emocionalmente y un niño que ha aprendido desde pequeñito a respetar ciertos límites, ciertas normas, cuando llega la adolescencia tiene más recursos cognitivos.
Su capacidad de regulación emocional va a bajar mucho por las hormonas, pero si tiene una base sólida lo va a hacer mucho mejor que si está todo cogido con pinzas.
Utilizando el símil de su libro ¿es esta etapa de la vida la montaña más difícil de escalar o solo una de ellas?
De los dos a los cuatro años es una edad muy difícil para los niños. Se enfrentan por primera vez a la frustración, a la sensación de separarse de sus padres, lo pasan mal.
Luego, cuando tienen seis años, hay una fase de mucha independencia. Pero cuando llegamos a los nueve o a los diez años, el niño ya empieza a preparar la pubertad. Deja, por ejemplo, de ver dibujos animados y empieza a ver más películas o series, como dicen ellos, ‘de la vida real’.
Este es un momento en el que muchos niños, en 5º o 6º de primaria, tienen una crisis importante de separarse de los padres, de sentir que ya no son tan niños, de dejar la infancia atrás. Todavía no son adolescentes, pero sienten que están dejando esa primera infancia atrás.
Y luego ya, pues, con la pubertad y la adolescencia, los niños experimentan esas dificultades, esa gran montaña que puede implicar sentir que no controlas tus emociones; que tus padres ya no están tan a tu lado, sino que los sientes un poco enfrente; que tienes que combatir un poco entre lo que tú necesitas ser y lo que te han dicho toda la vida que tienes que ser.
Y los padres, ¿cómo nos preparamos para ella?
La mejor manera de prepararnos es haber construido una muy buena relación con nuestro hijo, que en esos momentos más difíciles nos permita ser capaces de abrir la puerta. Algo tan sencillo como cenar con ellos es muy eficaz, conocer bien a sus amigos, fomentar su autoestima para cuando se enfrenten al mundo irreal de las redes sociales…
Realmente, con los ritmos de la sociedad actual, ¿es realmente posible educar en positivo?
Siempre digo que educar en positivo es un continuo que empieza en un nivel muy sencillo y que acaba en un nivel que puede ser infinito, de capacidad de comprensión, de conexión…
Creo que casi todos los padres de hoy en día ya están educando de una forma mucho más positiva a cómo lo hicieron nuestros padres o abuelos. Para empezar, somos conscientes de que el niño necesita cariño y atención. A partir de ahí se puede avanzar mucho en presencia y en cariño, siendo muy cálidos, hablando con ellos sin mirar el móvil, estando pendientes de su día a día, de sus tareas, etc.
Y a nivel de disciplina, que sería la otra pata de la educación en positivo, también hemos mejorado mucho. Ya no hay la bofetada en casa o en los coles, pero todavía se puede mejorar en aspectos como los castigos, el típico rincón de pensar, desvalorizar al niño, las comparaciones…
Es un camino que no termina. Además, nos tenemos que adaptar, porque no es lo mismo educar en positivo a un niño de dos años que a uno de ocho, que a uno de doce.
¿Y cómo lidiamos con la culpa padres y educadores al pensar que flaqueamos en ese camino que nunca termina?
En mi experiencia, la culpa es intrínseca a ser padres. Puedes sentirla porque has pegado un grito al niño, porque hay padres que llevan a los niños a matronatación desde que tienen tres meses y tú no, o que los llevan a la academia a aprender chino, los apuntan a deportes, cuando ves familias paseando en bici o haciendo galletas y tú no llegas.
Es decir, siempre tendemos a mirar de reojo a lo que hacen otros padres. Y una de las primeras cosas para reducir la culpa es no hacerlo. Céntrate en ti, en cómo quieres educar a tus hijos, cuáles son tus valores.
También debemos entender que todos los padres nos equivocamos.
Fuente: Faro de Vigo