Carmen Fuente, rectora de la Universidad Villanueva: “La tecnología no es neutral: su uso intensivo y masivo genera disfunciones”
Haber sido directora de contenidos de ONO, el principal cableoperador español, y directora de canales temáticos de Planeta 2010 (Grupo Planeta) le dan a la nueva rectora de la Universidad Villanueva la autoridad suficiente para criticar el uso abusivo que hacemos de la tecnología y los estragos que este abuso está causando en una generación de jóvenes. Estragos de los que aún, probablemente, no conocemos toda su dimensión.
Los datos de PISA han sido decepcionantes y esto está reabriendo el debate sobre si no está funcionando la apuesta que se hizo desde hace un par de décadas por las metodologías activas, el enfoque competencial, la digitalización… ¿qué le parece?
–Las metodologías activas existen desde mucho antes de que la digitalización se hubiera extendido a todo el entorno escolar. Yo creo que la formación en competencias hay que separarla de un uso intensivo o masivo de la tecnología como herramienta de apoyo a la docencia.
A mí lo que más me preocupa es la tecnología, más que las competencias, porque creo que en competencias todavía hay que trabajar bastante. Corremos el riesgo de ir del todo a la nada. Por ejemplo, en el ámbito universitario no está en discusión el enfoque competencial. Volver otra vez a una formación que esté basada en contenidos y en un conocimiento puro más que en competencias sería un error. Creo que hace falta más análisis antes de generar movimientos pendulares.
¿La tecnología es el problema?
–En efecto, empezamos a tener evidencias suficientes como para darnos cuenta de algo que no parecía tan obvio al principio y es que la tecnología no es neutral. Todos la asumimos porque la tecnología permitía hacer cosas extraordinarias –la universalización del conocimiento, herramientas de uso instantáneo, inmediato, evaluación instantánea, googlear…– asumimos que era el soporte para un desarrollo educativo más integral, más universal y que permitiría romper todas las brechas educativas…
¿Fuimos ingenuos?
–Bueno, diría que hemos asumido la tecnología sin excesivo cuidado. La tecnología y toda la digitalización genera enormes oportunidades, pero no es neutral. Tenemos cada vez más indicios de que el axioma de partida (puesto que permite hacer cosas buenas, implantémosla de manera masiva) no es correcto. Su uso intensivo y masivo genera disfunciones y ya tenemos datos. En 2015, un estudio de Microsoft mostraba que la capacidad de atención, sobre todo la comprensión, había ido decayendo con la universalización del acceso a herramientas digitales. Si en el año 2000 era de 12 segundos, para 2015 la capacidad de centrar la atención había descendido a 8,5 segundos.
Se habla de que nuestros hijos son la «generación de la dispersión»…
–Claro, de hecho hay un campo de estudio que es la economía de la atención. Cuando tú utilizas tecnologías que generan impulsos que obligan a una atención permanente, al final necesitas estar peleando para que esa atención se mantenga. Y eso si lo llevas a los ámbitos escolares puede terminar siendo terrible.
Estamos viendo también cómo genera determinadas dependencias… Insisto, la tecnología no es neutral, de la misma manera que tampoco creo que sea neutral en el modo de relacionarse y en la pérdida de determinadas capacidades de comprensión lectoescritora. Hay una conexión entre tomar notas a mano, decodificar la caligrafía, convertirla en ideas … o hacerlo mediante un teclado. Los resultados de PISA ponen de manifiesto no solo problemas en áreas de conocimiento concretas, sino también en capacidades intelectuales. Sin duda hay que darle más vueltas a la digitalización y su uso masivo.
¿Están reaccionando los centros?
–Sí, vemos que hay movimientos en entornos educativos concretos. No de abandono de la tecnología, porque eso sería un error, pero sí de situarla en su contexto adecuado.
Porque el gran problema de la tecnología, que es la segunda evidencia que tenemos todos, es que la digitalización no es algo que podamos juzgar solo en el ámbito escolar. Hay que verla en el contexto general, en el de los usos sociales y el entorno que rodea a nuestros niños y jóvenes. Los procesos de socialización de los niños y de los jóvenes no están relacionados solo con el ámbito escolar. Si empiezas a sumar horas de conexión entre el entorno educativo, en sus casas y con sus amigos hay datos realmente preocupantes. Según un informe de Unicef de 2021 a partir de una muestra de más de 50.000 menores de 11 a 18 años, uno de cada tres demostraban tener una conducta problemática en su relación con la tecnología.
¿Te parece bien que se quiera regular el uso de los móviles en las aulas?
–No tengo experiencia en el ámbito escolar pero sí en el ámbito universitario y los móviles son un elemento disruptivo de la atención. Pero, nuevamente, las decisiones que se adopten al respecto tienen que estar basadas en análisis serios. Por ejemplo, hay que distinguir entre diferentes tipos de soportes: restringir el uso de móviles no es lo mismo que tomar medidas sobre el uso de tabletas u ordenadores. Y tampoco es lo mismo reclamar plena atención del alumno en una lección magistral que conducir una clase práctica, acceder a materiales de uso necesario en el aula, etc. Es decir, hay que verlo en cada caso.
En cualquier caso, creo que hay un desarrollo cognitivo específicamente vinculado al acto de tomar apuntes a mano, que obliga a generar una capacidad de atención, primero; de síntesis, segundo; de filtrado, tercero; y cuarto, de plasmación en conceptos y ordenación de ideas en un papel que no te lo da tan fácilmente un teclado.
Por tanto, de manera general soy partidaria de que se prohiban los móviles, pero con posibilidades de que para algunos usos específicos puedan ser recuperados. Y no meter en el mismo saco el uso de móviles y el de otro tipo de soportes digitales.
Creo que este principio de prudencia debe aplicarse también en ámbitos escolares. Si hablamos de ámbitos escolares, creo que es un error tomar decisiones categóricas globales. Hay que atender a los principios: ¿Esto sirve para los propósitos formativos que tiene una institución educativa? Adelante ¿Esto nos desvía porque genera no solo peores resultados académicos sino que tenemos niños más dependientes de la tecnología y que acceden donde quieren, porque todos sabemos que son capaces de piratear, hackear y encontrar vías de acceso a contenidos que a todos nos horrorizan? Entonces nos tiene que saltar una alarma. La digitalización es algo imparable, sería absurdo pensar que tenemos que volver al lápiz y papel, pero hay que darle un par de vueltas a cómo se hace.
¿Ves relación entre ese uso intensivo de la tecnología y el incremento de los problemas de salud mental de los menores?
–No lo digo yo, llevo años trabajando en la relación de menores y tecnología en otro ámbito y puedo decir que es una relación de riesgo. Lo que demuestran los estudios internacionales y los datos que tenemos de España.
Hay dos fenómenos humanos que se derivan de la digitalización absoluta. Uno tiene que ver con las relaciones sociales. Cada vez hay más aislamiento y el aislamiento genera mayores dificultades para la maduración, porque el ser humano crece en sociedad, en compañía de otros. Es esa sensación de soledad que las encuestas transmiten de los menores. Hay menores que te dicen que se conectan porque se sienten solos. Y esto también tiene que ver con la sociedad en la que vivimos, que es de poco acompañamiento, de poco cariño, de poco abrazo.
Y también hay problemas que tienen que ver con la distorsión en la percepción de la realidad, porque la imagen del mundo que uno se genera depende de los inputs que recibe. Y si todos los inputs los recibe por vías no controladas, de entornos no familiares, se corre el riesgo de que los chavales terminen teniendo una visión distorsionada.
Y el problema de acceso a contenidos inapropiados. ¿Se debería regular el acceso de los menores a la pornografía?
–Yo lamento que nos hayamos dado cuenta tan tarde de esto, cuando el daño hecho a los menores resulta ya algo evidente, por ejemplo los datos que tenemos de acceso cada vez más temprano a contenidos pornográficos, la proliferación de conductas agresivas y abusivas de unos menores hacia otros a través de redes sociales, la exposición de los niños a contactos no deseados con adultos, etc.. Llevamos décadas advirtiendo de los riesgos del contacto de los menores con contenidos que –y no es una cuestión de carácter moral– sabemos que tienen un efecto perjudicial en menores y sobre todo en determinado tipo de menores.
Lo llevamos advirtiendo en relación a los contenidos audiovisuales y ahora que esas imágenes son ubicuas, universalmente accesibles a través de cualquier soporte, sin ningún filtro, estamos viendo datos que nos alarman. Creo que es un problema de magnitud social enorme, con independencia de que ahora se esté abordando por otro tipo de razones.
Necesita efectivamente ser controlado, debería haberse controlado mucho antes. Había instrumentos para controlarlo porque de hecho había normativa que prevenía contra la exposición de los menores a contenidos que pudieran perjudicarles desde el punto de vista físico, psicológico y moral. Pero tampoco se ha ahondado nunca en esa dimensión.
¿Ser complacientes con el acceso de los adultos a la pornografía dificulta que se pueda educar a los menores en todo esto? La Educación va de dar ejemplo, ¿no?
–Yo tengo esperanza. Hace 10 años no, pero ahora mismo hay una corriente cada vez más mayoritaria de opinión que tiende a percibir dos efectos concretos de la pornografía.
Uno es la cosificación de las personas. Distintas corrientes feministas están alertando y creo que es algo positivo porque ayuda a identificar uno de los grandes riesgos de la pornografía.
El otro es la utilización de las personas a partir de los vínculos entre la industria pornográfica y la trata de blancas, un mercado que vulnera muchos derechos.
Creo que cada vez hay más sensibilidad y tengo esperanza de que esa sensibilidad acabe generando un clima de opinión mayoritariamente antiporno.
Inteligencia artificial es otro tema de agenda informativa…
–Poco a poco. Nos pasa como con la digitalización. Cuando se hablaba al principio, hace 30 años, de la brecha digital, se entendía en términos de acceso a ordenadores y redes, el doble acceso. Luego se ha ido avanzando y se ha visto que la brecha digital no solamente es una cuestión de cacharrería, es también una cuestión de una educación para un uso crítico.
En el ámbito de la inteligencia artificial corremos el mismo riesgo: que haya una adhesión masiva y lo estamos viendo ya. Tú coges cualquier programa formativo de universidades de todo tipo y ves que tienen materias vinculadas con la IA. Yo tengo una aproximación igual que al resto de las tecnologías: es instrumental y hay que tratarlo con cuidado y viendo también para qué.
¿Cómo lo vais a abordar en la Universidad Villanueva?
–Aquí lo estamos abordando desde una triple perspectiva. Primero, como herramienta de apoyo en determinados procesos educativos, por ejemplo, para sistemas de evaluación. Te puede servir para hacer tests espontáneos, pero de manera muy concreta.
También nos preocupa desde el punto de vista reactivo-defensivo: cómo actuar cuando ves que los alumnos la utilizan para generar un TFG. Eso nos está obligando a todas las universidades a desarrollar mecanismos que no siempre son de detección, porque a veces la detección es imposible, sino mecanismos de evaluación que no son simplemente la lectura del documento que se te entrega sino que exigen profundizar más en los conocimientos que el alumno haya adquirido.
El tercer enfoque en el que más hincapié estamos haciendo ahora mismo es el de ofrecer una formación integral a todos los alumnos de todas las titulaciones para una aproximación crítica a la inteligencia artificial desde cada una de las disciplinas en las que trabajan. Tenemos un programa de core currículum que no es un añadido a las titulaciones, está insertado en el programa de cada una de las titulaciones y una de las materias que se imparten tiene que ver con la IA aplicada al ámbito correspondiente.
El objetivo no es que los alumnos aprendan a manejar herramientas de generación de contenidos, por ejemplo, análisis de casos en el ámbito jurídico. No es solo eso, es que puedan entender las implicaciones que se derivan de determinados usos. Al final termina entrando uno en el ámbito de la reflexión sobre el conocimiento humano y cómo se construye la eticidad de las acciones derivadas del uso de máquinas.
En Madrid tenemos un número importante de universidades privadas, ¿por qué se quiere diferenciar Villanueva?
–Hay una tendencia ahora a ofertar titulaciones desvinculadas de las universidades, pero también vemos un movimiento en universidades de enorme prestigio –Harvard la primera– de incorporación de determinados conocimientos que ayudan a los alumnos a entender el mundo en el que viven.
Conocimientos que tienen que ver con la historia, de dónde venimos; el arte, la educación de la mirada; de la realidad del ser humano, qué somos antropológicamente para poder entender por qué no somos la máquina de The Creator, por qué nuestras opciones morales tienen un sentido frente a lo que pueda generar una máquina, qué es la naturaleza humana, por qué determinadas decisiones son correctas o no, ética, deontología…
¿Formar profesionales competentes o formar personas?
–Nosotros pretendemos ubicarnos justo en el quicio de ambas cosas. Que las titulaciones formen bien para el mundo profesional, pero que a la vez todo alumno que pase por aquí esté integrado en un ecosistema movilizador. Aunque suene a marketing, en realidad entra dentro de un proyecto que creo que es el más ambicioso de todos los que se han puesto en marcha en las universidades. Digo ambicioso no en cuanto a volumen, sino en cuanto a concepto.
¿De qué se trata?
–Es el programa Impronta, que aúna e integra un conjunto de competencias que pretendemos desarrollar y que son muy básicas. ¿Qué quieres que sepa hacer un alumno que lanzas al mundo profesional? Que sepa pensar por sí mismo (pensamiento crítico), que sepa relacionarse con los demás (capacidad de trabajo en equipo, de convivencia…), que sepa contribuir al bien común…
Casi nada…
–¿Todo eso cómo lo armas? ¿Qué herramientas utilizas para que eso no se convierta en un wishful thinking? Hemos diseñado algo que creo que es muy coherente: un conjunto de programas que están integrados y tienen el mismo objetivo final. Por ejemplo, el Aprendizaje Servicio. Pretendemos ser líderes en este ámbito. Poner los conocimientos al servicio del bien común, actividades pro bono, algo muy propio del ámbito jurídico y en algunos casos de las empresas, pero eso no lo encuentras en el resto de actividades profesionales.
Debemos ser capaces de desarrollar en todos los alumnos esta actitud, que no tiene que ver con el voluntariado, que va por otra vía… La actitud pro bono está incrustada en la titulación: Lo que estoy aprendiendo, ¿a quién le sirve? Los alumnos identifican una necesidad social y ponen en marcha un proyecto dentro de la asignatura. Y todo eso relacionado con un programa de mentoring que tiene como objetivo cuidar determinadas habilidades para el mundo real, actividades de carácter formativo transversal, que todos los alumnos puedan desarrollar capacidades asertivas, de comunicación, oratoria y desde luego desde el core currículum con asignaturas como IA, Antropología…
Me da la sensación de que huis del enfoque reduccionista del concepto de competencia.
–Bueno, tenemos una noción de competencia más amplia. De hecho, una parte importante de nuestras dificultades para desarrollar las propuestas de planes de estudios es cómo convertirlas al lenguaje que la Administración entiende. Hay competencias que son de carácter humanístico.
Competencia significa fundamentalmente desarrollar todas las capacidades del ser humano para que sus potencias se conviertan en algo que le permita crecer como persona. Al final el propósito de la educación es el crecimiento de las personas. Y ahí cabe todo.
Fuente: Magisnet