Porno, jóvenes e Internet
El hombre y la mujer siempre han tenido apetencia por el sexo, lógico, todos somos producto de la procreación y no podemos llegar a ella sin un interés instrumental e instintivo por las relaciones sexuales. Hasta aquí parece que todo el mundo debería estar de acuerdo. Otra cosa bien distinta es ¿en qué momentos deberíamos empezar a tener conocimientos y experiencias sexuales? Aquí las confrontaciones y especulaciones tanto como individuos como sociedad se activan en todos los órdenes. Para algunos, niños y niñas deberían conocer las partes anatómicas y funcionales de las relaciones sexuales desde la más tierna edad. Para otros, por el contrario, sus primeros conocimientos deberían ubicarse en la edad adolescente, cuando sus inclinaciones sexuales o instintos les llevan a interesarse por las relaciones entre las personas en este ámbito. Y aún hay quienes piensan que cada uno debería buscar la información que necesita sin comprometer a los demás, ya sea porque no disponen de ella o, simplemente, porque para ellos es un tema tabú y, por tanto, íntimo y personal al que cada uno debe encontrar la respuesta por sí mismo.
Y nuestra sociedad, como cualquier otra, está configurada por individuos que piensan de estos y de otros muchos modos, pero que no llegan a alcanzar ningún consenso sobre cuál sería la mejor manera de actuar. Por eso, ni la escuela ni muchos padres, ni los amigos ni otros agentes, acaban de responsabilizarse expresamente sobre cómo desarrollar este tema.
Y ante la desidia de unos y la liberalidad de otros, los jóvenes, según su timidez, vergüenza, arrojo o cualquier otra característica de sus múltiples rasgos personales, se introducen en el ámbito sexual con gran apetencia a la vez que con muchos temores de hacer lo correcto.
Hasta hace sólo unas décadas, el desarrollo de la sexualidad juvenil se emprendía gracias a las revistas eróticas o pornográficas, que tanto la juventud como muchos adultos envolvían en los periódicos del día o en una publicación más púdica a la hora de adquirirlas en el quiosco. Después, llegarían los videos X que se alquilaban en los videoclubs, a los que su propietario les reservaba la parte más oculta y reservada de su local y a la que solo podrían acceder los mayores de edad.
Pero entonces llegó Internet y con él, el acceso al sexo de forma indiscriminada: sin envoltorios ni accesos restringidos, poniendo todo su arsenal de publicaciones fotográficas y videos al alcance de cualquiera, sin exclusiones por edad, condición social o cualquier otra particularidad personal. Esto provocó que todo lo que antes estaba más o menos oculto y supuestamente controlado, como podía ser las agresiones sexuales, se evidenciara y tomara visos de normalidad, entre los chicos sobre todo, o que la promiscuidad tuviese una mayor presencia entre jóvenes de cualquier edad. Todo esto y muchas otras evidencias empezaron a cuestionar la exposición abierta de las páginas y plataformas de Internet sobre sexo y pornografía. Sobre todo porque, si nadie había tomado el toro por los cuernos sobre cómo educar a los jóvenes en los aspectos del sexo, las consecuencias de no hacerlo y dejar que fuese Internet que lo hiciese sin tasa tendrían efectos desastrosos para ellos al mezclar el fuego de los jóvenes con la gasolina de la impunidad de los que al captarlos para sus espurias actividades obtienen pingües beneficios por ello.
Por eso, como sociedad consciente de las consecuencias que esto acarrea, no sólo para ella sino para todos los individuos, se ha de tomar todas las medidas que se precisen para que los jóvenes tengan un despertar sexual harmónico y ajustado a los conocimientos y normas que rigen la sociedad en la que viven. Y, para ello, esta ha de adoptar todos los mecanismos educativos, legales, sancionadores a su alcance para hacer que las empresas que median a través de Internet acoten los usuarios a los que pueden hacer llegar sus ofertas.
Si queremos que nuestra juventud tenga una concepción y formación sanas de la sexualidad y que estas no estén condicionadas por las motivaciones ilícitas de otros, sólo hay un camino: intervenir para que estos otros no la manipulen y demandarles a las Administraciones que pongan todos sus resortes para limitar tanto la utilización de la pornografía proporcionada por empresas como los medios que operan a través de Internet y que falsean los conceptos de la sexualidad, provocando una educación perniciosa y socialmente degradante.
José Manuel Suárez Sandomingo