Leticia Garcés, pedagoga: «No es bueno enfrentarse a otro adulto para defender a un niño de lo que te duele a ti»
La adolescencia empieza en la infancia. No, no son dos etapas distintas ni distantes. No separes, ata los cabos que sueltos están. Entre infancia y adolescencia hay un puente o una especie de cordón umbilical. Cuando tu hijo llore cada vez que lo vayas a buscar al cole o protagonice una de esas rabietas que hacen que todas las miradas se vuelvan como espadas a por ti (en vez de ofrecerte una mano o palabras comprensivas), piensa que tu hijo es un maestro que reconocerá tu esfuerzo en su adolescencia.
Hay hijos oasis e hijos maestros, como dice Mario Alonso Puig, y de los dos tipos se aprende, con mayor o menor dificultad. «El cerebro del adolescente se construye en la infancia. En la adolescencia, el cerebro está en obras, no mide las consecuencias, actúa sin pensar. ¿Cómo podemos equilibrar estos cambios cuando nos encontramos con una amígdala hiperestimulada y un prefrontal menos activo, que es lo que sucede en la adolescencia? Con una infancia bientratante, que permita desarrollar competencias emocionales que nos ayuden en la adolescencia, porque no es igual llegar a ella con mochila (de competencias emocionales) que sin ella», avanza Leticia Garcés Larrea, pedagoga experta en parentalidad positiva que fundó en el 2010 Padres formados, y que acaba de publicar Infancia bien tratada, adolescencia encaminada. No delegues tu autoridad como padre (frases como «cuando se entere tu padre…», «ese policía te va a llevar a la cárcel si te portas mal» mejor fuera), no hables de lo que hace bien o mal con otros ni les ridiculices en público, evita compararles con sus hermanos, celebra el aprendizaje más que premiar el resultado, pasa de los premios; dale lo que más necesita de ti: tiempo. Son algunas de las propuestas de la experta, que plantea numerosas situaciones cotidianas y recursos de diverso tipo, concretos, para afrontarlas. ¿Qué es la parentalidad positiva? «Una forma de ayudar a que las familias ejerzan los buenos tratos y pongan límites con amor y sin violencia».
—«Nada como un hijo para aprender a ser padre», se apunta en el arranque de «Infancia bien tratada, adolescencia bien encaminada». Parece una obviedad, pero es determinante la singularidad de la práctica.
—Es la frase con la que empieza Rafael Bisquerra el prólogo. Al final, los hijos son el escenario perfecto para entender las competencias parentales. Para ser padre, solo hay que tener un hijo. Pero, para aprender a ejercer el rol de padre educador, hay que llevar a cabo una crianza consciente. Tenemos que quedarnos con lo bueno que recibimos en nuestra infancia y darnos cuenta, analizándolo ahora, de que algún aspecto nos pudo dañar.
—Difícil en la práctica, tratar de educar a los hijos a nuestro modo rechazando consejos o actitudes de nuestros padres sin herirles. ¿Cómo se hace?
—Me parece que es algo necesario cuando una madre se siente juzgada por su propia madre. La respuesta tiene que ser algo así como: «Mamá, gracias por quererme ayudar, pero déjame que me equivoque». Es una manera de decirle: «Tú lo hiciste en tu momento y ahora me toca a mí ser la madre». Hay cosas que se pueden aconsejar con buena intención, pero no ayudan. Es importante ejercer tu derecho a equivocarte. Y ahí también, cuando hablamos de poner límites a los niños, o a los adultos, hay que saber ponernos límites a nosotros mismos. Hay que tener unas premisas claras. Yo no me puedo enfrentar a otro adulto por defender a un niño por algo que me duele a mí. Tampoco debo quedarme con todos los consejos que me den del exterior. ¿Cómo se consigue gestionar esto de la mejor manera? Hay tanto escrito que a veces no sabemos a quién creer. Es mejor tener poco conocimiento, pero con la suficiente evidencia científica. Ese conocimiento te hace ganar autoridad y entonces no tendrás que usar la agresividad para defenderte de nadie. Podrás usar los argumentos, las palabras, sabrás cuándo callar o cuándo es momento de pedir asertivamente para que la otra persona sea capaz de escucharte. Si yo le digo a mi madre: «Déjame equivocarme como madre», eso genera una actitud de diálogo, una conversación.
—¿Por qué no debemos enfrentarnos a otro adulto por defender a un niño?
—A veces, en estos casos, la vida que se abre no es la del niño, sino la de la madre. Es un «le duele a mi niño, me duele a mí». Pero en realidad el niño no se ha sentido lastimado. Hay madres que saltan como leonas para defender a sus cachorros porque se les abre su propia herida. No debes usar la agresividad para proteger a tu hijo de una herida que es tuya. Todos tenemos que reflexionar sobre lo que es bueno para un niño. Un niño necesita llorar y expresar sin miedo sus emociones, necesita seguridad, protección, apego seguro, cuidados… Sí, todo eso lo necesita. Pero, cuando a mí se me abre la herida porque creo que mi hijo está siendo atacado y, si lo pensamos bien, no está sufriendo un daño, puede que esté privando a mis hijos de otros vínculos que él necesita desarrollar, como con una abuela, un abuelo, unos tíos, los primos… Hay que ser un poco tolerantes y flexibles, no pretender que todos eduquen como quiero yo. A un niño no le hace daño un comentario puntual. A un niño lo que le daña es no ser escuchado nunca, no ser comprendido, ser juzgado duramente. Lo que le daña es el maltrato continuado. Muchas veces, los niños reciben de sus abuelos un trato que es una mezcla de mucho cariño por un lado y, por otro, de comportamientos que tienen que ver con la época que ellos vivieron.
—Y que nos resultan infantiles…
—Sí, a veces puedes pensar: «Es que el abuelo le consiente demasiado». Pero el abuelo no nos damos cuenta de que tiene otras funciones que no son las del padre. No es tanto la de educar como la de pasar tiempo con él y transmitir valores. Hay abuelos que juegan muchísimo con sus nietos, otros que no juegan tanto, pero, sin embargo, a los que el nieto puede ver leer o estar con los amigos, o ayudar al vecino. Los abuelos son transmisores de valores reales por el vínculo de amor. Si no estás de acuerdo en las cosas que dice el abuelo, y lo dices, estás restándole naturalidad y espontaneidad al abuelo. Se trata de que cada uno le transmita al niño lo mejor que tiene para que se pueda desarrollar en un ambiente de seguridad.
—¿Sobreproteger a un niño es una forma de debilitarle?
—La sobreprotección es un tipo de maltrato, pero se camufla en mucho amor y cuidado. Pero en realidad el amor es aquello que ayuda al niño a desarrollarse saludablemente y algo que parte de tu propia salud emocional. Todo lo que le das a tu hijo que parte de tu equilibrio emocional podemos entender que está bien.
—¿Qué es lo que nos lleva a ser sobreprotectores como padres?
—Mis miedos, mis debilidades. Mi miedo a que sufra lo que sufrí. Muchas veces, detrás de la sobreprotección hay padres y madres con la necesidad de equilibrar sus vidas y sanar sus heridas.
—¿Cómo ser una madre que está disponible cuando te necesitan y no resultar invasiva o sobreprotectora?
—Si tú sabes que el niño no te pertenece, que pertenece a tu corazón, pero no es de tu propiedad… tienes que educarlo para que aprenda a ejercer de la mejor manera posible su libertad. Cuando tienes claro que tu principal función como madre es acompañar el proceso de maduración de tu hijo, para que lleve el control de su vida, entiendes que tu función no es dirigir, es guiar; no es imponer, es proponer; no es controlar, es supervisar. Tu función como madre o como padre no es hacer que tu hijo sea feliz, sino ser una persona emocionalmente equilibrada, capaz de acompañar el crecimiento de su hijo y capaz de permitir que él tome sus decisiones, aunque eso le lleve a equivocarse. Mi labor como madre es favorecer que ese niño, que ese cerebro que necesita 24 años para madurar, encuentre en el entorno los ingredientes idóneos para que se pueda desarrollar favorablemente. Porque, al final, lo que necesitamos son niños con autocontrol, con capacidad de renunciar al placer inmediato. Eso es madurez y para llegar a ello, debo tener claro que mis hijos no están aquí para ser el escaparate de mi vida.
—¿Qué les decimos si preguntan: «¿Estás triste?», somos sinceros?
—No tienes por qué contarle lo que te ha pasado, pero tampoco por qué mentirle. Es bueno que te vean llorar si estás triste. Debes confirmar lo que están viendo. «Sí, lo que ves en mi cara es cierto, estoy triste».
—¿Y si lloran y se enfadan por perder un partido?
—Si tu hijo llora porque se ha desilusionado por perder un partido, eso es natural, adaptativo, necesario. Si pasa una semana entera llorando por perder un partido, es cuando debes preguntarte: «¿Hay algo que no va bien?». El problema no es que llore, sino que sepa equilibrar la vida ante una situación difícil.
—¿Educamos bajo el efecto del estrés?
—Hoy las familias con el ritmo de las cosas que tenemos que hacer, educamos estresadas. Y con estrés es difícil responder a las necesidades que los niños tienen. Si es puntual, no tiene mayor importancia. El problema es cuando educar con estrés es la realidad de cada día. El niño se acostumbra a que ese es el trato que «merece». La parentalidad positiva nos ayuda a construir relaciones saludables. Es un tipo de educación más basada en límites que en castigos. Con los castigos no aprendemos, con los límites sí.
—«No hables mal de tus hijos con otros», recomiendas. ¿Y si hablas bien, si presumes de sus méritos ante otros?
—Tú puedes dedicar un tiempo a hablar de tus dificultades como madre en la relación con tu hija. Criticar a tu hija, humillarla o avergonzarla es otra cosa. «Fíjate como tiene la habitación, ¿qué se cree?», esto es exponerla públicamente. Y los padres que se exceden comentando los logros y méritos de sus hijos no les hacen ningún favor. Habla del proceso, no presumas de sus resultados.
—«Nos les culpes de cómo te sientes», adviertes. Es una tentación, a veces caemos ahí…
—A veces los padres damos cosas que no queremos dar y, en el fondo, pedimos algo a cambio. Es el «con todo lo que he hecho yo por ti». Si hago algo por mi hijo, tengo que tener claro que lo hago porque quiero. Si no estoy por la labor de no hacer cosas si no hay agradecimiento, mejor no hacerlo la próxima vez. El agradecimiento es algo que surge con el tiempo, por el vínculo del amor.
Algunas claves de «Infancia bien tratada…»
1. Las rabietas no son mal comportamiento. Son emociones sin regular que los niños expresan según la edad que tienen y la maduración de su cerebro. Déjales expresar lo que sienten. Leticia Garcés propone aplicar el VIA: Valida, Indica, Acompaña.
2. ¿Es normal que mi hijo se enfade más conmigo que con el resto o se porte peor en casa? Normal e incluso positivo, según esta formadora de padres y madres. Es algo que tiene que ver con la confianza (nos expresamos con mayor autenticidad y libertad donde se sienten validados y acogidos de forma incondicional, con quienes tienen más confianza) y con el apego que tienen y su capacidad de adaptación.
3. Tu cariño no puede ser un premio cuando «se porten bien». Es aconsejable evitar los premios, los refuerzos positivos, los chantajes emocionales y los castigos, para que el motor del buen comportamiento sea la voluntad del niño en respuesta a la escucha y atención que le das. El cariño no debe ser una recompensa a su obediencia ni a una expectativa paternal que cumple el hijo. «El cariño que se muestra en público debe mantenerse en privado», dice Leticia Garcés, y no depender del «qué dirán» ni de mi estado emocional como padre. Querer de adulto es, según la experta, más sencillo si te sentiste querido de modo incondicional de niño en casa.
4. Reparte con criterio las tareas del hogar. Como educadores, está bien implicarles en el reparto de tareas de casa y «ayudarles a generar asociaciones que faciliten la colaboración» y el reparto equitativo entre hermanos. Por ejemplo, «el que saca al perro también va a comprar el pan o que el va a por pan saca la basura».
5. Si te grita… trata de hablarle más bajo (para que se regule). No se evita que un niño grite gritándole más, ni que pegue pegándole. Del mismo modo que si llora, has de mirarle y atenderle (no mirar quién os está mirando), si te grita actúa con el buen ejemplo (hazlo como te gustaría que él lo hiciera). Si pide algo de forma insistente que no quieres o ves adecuado darle, «dile que no todas las veces que sea necesario sin enfado». La firmeza en el no acaba por dar en general mejor resultado que el no flexible que lleva al sí por desgaste y enfado.
Fuente: La Voz de Galicia