Unas navidades para aprender de todo lo que nos rodea
Para mucha gente, las Navidades son un tiempo de alegría y buenas intenciones. Al menos, eso es lo que predica de cara a los demás. Pero este tiempo del final de nuestro calendario contiene muchos de los sinsabores del resto del año. Y acaso a algunos se los acentúa. Me refiero principalmente a aquellos que ven como la mesa que compartían con sus seres queridos va menguando, y el recuerdo y la nostalgia les invade de forma significativa, haciéndoles aflorar su tristeza.
Por eso, algunos piensan que las Navidades son para los niños. La mayoría de ellos todavía no guardan memoria de tragedias o circunstancia penosas, y sus escasos traumas se ven compensados con la oportunidad de recibir regalos y de ser felices en la compañía de sus padres. Pero, como todo en la vida, las alegrías y las tristezas van por barrios y aun poniendo todo de nuestra parte las cosas no siempre salen como queremos. Así que este tiempo, como cualquier otro, es bueno para obtener muchos y buenos aprendizajes.
Estas Navidades están presididas por los asuntos políticos, tanto dentro de como fuera de nuestras fronteras. Dentro, encontramos dos bloques enfrentados en posicionamientos que no acaban de cuajar ninguna solución positiva o acuerdo. Y fuera, el ambiente bélico y la falta de entendimiento, tanto de los pueblos en conflicto como de los que los apoyan, tampoco parece que se encuentren muy motivados para finiquitarlo.
La complacencia de alguna gente por querer crear una isla en nuestra vida en forma de tiempo edulcorado es algo fantasioso e irreal, se mire por donde se mire.
Se pueden revivir ritos ancestrales a la vez que sacar enseñanzas de la vida presente. Por eso, las vacaciones escolares navideñas pueden servir a los padres para ofrecerle a sus hijos testimonios vivos de lo que son las contradicciones de la sociedad que les ha tocado vivir. Pues si ya nadie les explica a sus hijos que los niños los trae la cigüeña de Paris, tampoco les debería contar el cuento de que todo en la vida debe ser la felicidad a toda costa y buena prueba de ello la encontramos en los que pierden la suya en las guerras de sus mayores o tienen que pedir auxilio en los comedores sociales o en los centros de ayuda alimentaria para seguir viviendo y esperando mejores tiempos.
Lo que hace grandes a las personas a lo largo de su vida es que puedan hacer frente a las necesidades y desafíos que se les presenten, y no relativizar la vida desde posturas sensibleras. Por eso, conviene ayudar a los niños y niñas a comprender que el mundo lo construimos entre todos y que cualquiera podrá encontrar fracasos a la vuelta de la esquina. Así que de nada servirá que tratemos de aislarlos de las dificultades manteniéndoles una imagen idílica de la realidad cuando a nuestro a alrededor están pasando muchas desgracias, que más pronto que tarde les podrían afectar.
Hacer que los niños y jóvenes no cuenten con alertas sobre los problemas que les puedan llegar o que no dispongan de las armas con las que hacerles frente solo hará que tomen sus destinos como algo traumático e inesperado. Así pues, como padres, familiares o simples vecinos démosles a nuestros pequeños y no tan pequeños los mejores consejos para que estos momentos de paz y tranquilidad sean provechosos para sus vidas y un incentivo para que gocen plenamente de ellas con los mejores recursos para afrontar sus destinos.
José Manuel Suárez Sandomingo