Uniformes escolares si, uniformes escolares no
El Gobierno de Macron ha decidido experimentar con la posibilidad de instaurar el uniforme en la escuela del país galo. Cada cierto tiempo sale a la palestra este desiderátum, algo que en España ya ha ocurrido no hace demasiado tiempo. Y como todo en la vida, esto tiene sus partes buenas y malas. Según piensan los franceses que quieren uniformar a la mayoría de sus hijos de la patria (les enfants de la patrie, les llama su himno nacional, la Marsellesa), con el uniforme no se identificarían las clases sociales y su sociedad sería más igualitaria, como reza su tradicional eslogan constitucional: Libertad, igualdad, fraternidad.
Pero, por otro lado, esto solo sería una falsa igualdad, porque las clases sociales no se distinguen exclusivamente por su indumentaria, sino por otros muchos componentes basados que se encuentran orientados por un conjunto de valores que, en la mayoría de las ocasiones, tienen su base un componente económico que no se extinguiría con los uniformes ni en la escuela ni fuera de esta.
Por otra parte, hay que entender que igualar a los niños y niñas por su aspecto exterior agrede directamente a su propia personalidad y a su libertad de elección de que lo que considera más oportuno para formar parte de su grupo de referencia. Muchos dirían incluso que uniformarse no es más que perder su propia individualidad frente a la elección de otros, porque los uniformes también son elegidos por alguien, y, por lo tanto, impuestos en base a sus criterios o creencias. Y aquí los franceses tienen muchos suspensos diarios no dejando que niños y niñas de otras culturas lleven determinados atuendos o complementos de su indumentaria.
En algunos casos, los progenitores, mayormente las madres, piensan que los uniformes les suponen todo un ahorro a la hora de vestir a sus retoños. Pero también les genera todo un conflicto cuando estos llegan a la adolescencia y quieren dejar atrás las imposiciones familiares o académicas para empezar a gozar en cualquier ámbito de su vida de su individualidad primigenia.
Creo que sólo cuando los niños y niñas están en las escuelas infantiles, uniformarlos con los mismos mandilones no supone ningún trauma ni para los padres ni para los hijos. Para unos porque son un recurso muy útil para no tener que emplear demasiado tiempo en lavárselo, a la vez que se ahorran el tener que comprarles ropa cada poco tiempo por manchas, desgastes o roturas. Mientras que para otros, estos no lo perciben como un tipo de alienación, puesto que todavía no comprenden lo que es esto.
Quizás los franceses partidarios del uniforme escolar también piensen que algunos acabarán llevando uniformes durante su vida laboral, por ejemplo en los hospitales, juzgados y muchas empresas. Pero también aquí se equivocan porque en muchos ámbitos laborales, los uniformes también discriminan en función de su categoría, ya sea por su color, sus galones o, en muchos otros casos, por llevar en una placa con su nombre y categoría que ejercen.
La mayoría de las mujeres se oponen a su uniformidad y solo la aceptan cuando es el hombre el que se viste de uniforme, por que la prestancia que les da. Para los hombres, el uniforme es un signo de identificación con el grupo y llevarlo les supone una forma de autoridad y distinción frente al resto.
Así que lo único que va a conseguir el Gobierno francés es marear la perdiz por no saber dónde se está metiendo. Si ya tiene conflictos culturales todos los días con todo tipo de inmigrantes, querer uniformar no a un grupo escolar concreto, sino a todo un conglomerado de alumnos que externamente se distinguen por su raza, aspecto, hábitos, alimentación, etc., no es más que querer echarle ponerle puertas al campo y echarle más leña al fuego de algo que ellos, para sí, llaman libertad, y que, cuando piensan en los demás, llaman igualdad.
José Manuel Suárez Sandomingo