Hilario Blasco: “Estamos ante una epidemia silenciosa de conductas autolesivas”
En los últimos cuatro años, España se ha situado como el país europeo con mayor prevalencia en trastornos mentales entre los 10 y los 19 años (20,8%), con un 44% de menores con conducta suicida que no ha recibido tratamiento psicológico entre 2019 y 2022. Además, en este mismo periodo ha aumentado el impacto de las nuevas tecnologías, y hoy se encuentran detrás de más de la mitad de los intentos de suicidio.
Para dar respuesta a esta nueva pandemia, desde Emooti, se ha desarrollado el Servicio de Apoyo a las Familias (SAF), una iniciativa que busca ayudar a las familias a través de la colaboración con los centros educativos, como eje de la vida del menor.
¿Qué es el SAF?
–Es un proyecto de asistencia integral de las familias en el entorno educativo. Parte de la necesidad no cubierta de menores que tienen dificultades en el ámbito académico, social o familiar que repercuten en su bienestar emocional y salud mental. La asistencia es completa porque no solo atendemos a los menores, sino también al profesorado y a los padres, con lo que los tres agentes implicados en el bienestar emocional de los niños están siendo destinatarios de nuestro apoyo.
El SAF es una iniciativa del Centro Avanzado de Bienestar Emocional Emooti.
–Sí, Emooti es la clínica, que puede ser tanto presencial como online. Cualquier persona con trastornos de salud mental o cuyo bienestar emocional esté comprometido puede ser objeto de la intervención de Emooti.
Pero Emooti no se centra únicamente en la parte de la intervención, sino que hemos desarrollado una formación, que imparten profesionales de Emooti para los profesores y las familias con el objetivo de mejorar el bienestar emocional y los problemas de salud mental de los menores, en áreas de tremenda importancia como la adicción a las nuevas tecnologías, las dificultades académicas, el déficit de atención e hiperactividad (TDAH), los problemas de acoso escolar y ciberbullying, las conductas autolesivas e intentos de suicidio, los trastornos de conducta alimentaria (TCA), etc.
Este proyecto es clave para los niños, pero sobre todo para los adolescentes.
–Efectivamente. Por definición la adolescencia es un periodo turbulento, y por el sufrimiento añadido de esta época de cambio es muy importante tener unos referentes, unos valores. Nosotros ponemos mucho énfasis en una psicología positiva, dentro de un enfoque que viene de una colaboración con la Universidad de Harvard y los programas de flourishing, de florecimiento personal, para sacar lo positivo de nuestros adolescentes, con proyectos de voluntariado, por ejemplo, que traducen una cierta trascendencia en los actos.
Porque un factor crítico es no solo cómo piensan o sienten nuestros menores, sino cómo transcienden. En estas sociedades actuales anómicas, sin valores, reivindicamos que el cariz trascendental de la vida es muy importante, y esto se puede trabajar a través de la ayuda al prójimo, por ejemplo.
¿Qué diferencia al SAF? En primer lugar, que contamos con los mejores profesionales subespecializados en cada área de intervención. En segundo lugar, que hacemos mucho énfasis en el área de la psicología positiva. Y en tercer lugar, que incorporamos el componente social, que no siempre está contemplado en programas similares. Nosotros contemplamos tres áreas de intervención: el área educativa, el área sanitaria y el área social. Este trípode es fundamental para que cualquier intervención sea exitosa.
¿Cuál es la aspiración del equipo?
–Nuestro objetivo es que a final de curso estemos ya en más de 50 colegios, y, aunque no hemos sido los primeros, pues hay programas similares en marcha, como uno que existe en Vizcaya desde el año 2017, pretendemos que el nuestro se convierta en el de referencia en España e Hispanoamérica, no solo por la dimensión, sino también por la capacidad transformadora.
¿Qué es lo que más le preocupa del estado de salud mental de la población escolar en nuestro país?
–Hay dos temas que me preocupan particularmente. Uno es el acoso. Creo que no se está visibilizando de manera adecuada su magnitud. Y aquí hay algo que yo creo que es muy importante: para el ser humano, el referente siempre es la familia, pero en la adolescencia el referente deja de ser la familia para tornarse en lo social, los amigos, las redes de apoyo. No quiere decir que los padres o la familia no seamos importantes, pero durante tres o cuatro años los familiares vamos a pasar a un segundo plano. Es importantísimo que estemos ahí, pero tenemos que ser conscientes de que los adolescentes buscan estar bien integrados, socializados, y que durante esos años turbulentos su integración social es fundamental para su bienestar. El acoso provoca muchísimos problemas de salud mental: en depresión, TCA, TDAH… el círculo de víctima-agresor está totalmente imbricado.
Es un problema que tenemos que abordar y, además, está relacionado con el ciberacoso o ciberbullying. En una investigación que acabamos de publicar vemos que este es mucho más pernicioso que el acoso tradicional. Nuestros datos señalan que si eres objeto de ciberacoso tienes un 66% de posibilidades de estar recibiendo también acoso tradicional, mientras que si eres objeto de acoso tradicional “solo” uno de cada tres tendría ciberacoso. Pero, además, vimos que cuando se juntan acoso tradicional y ciberacoso se multiplica hasta por ocho el riesgo de tener ideas de suicidio, conductas autolesivas no suicidas, e intentos de suicidio.
Y este es el otro tema que le preocupa.
–Efectivamente. Estamos viviendo una epidemia silente. En España aproximadamente el 20% de los adolescentes se autolesiona. Y un 2%, un 3%, va a intentar suicidarse. Son magnitudes enormes, y esto muchas veces tiene que ver con problemas que se dan en el seno de las familias o, sobre todo, en el entorno escolar.
¿Qué tiene que tener un buen plan de prevención del suicidio?
–En todas las conferencias en que hablo sobre conductas autolesivas e intentos de suicidio lanzo la siguiente pregunta: “¿Alguien conoce a alguna persona en el mundo que se quiera quitar de en medio siendo feliz?” La respuesta es siempre la misma: No.
Muchas veces hay una tendencia a psiquiatrizar todo. Desde el modelo biologicista solemos comentar que el 90% de la gente que se intenta suicidar tiene una patología de salud mental. Pero la mayoría de la gente depresiva, con esquizofrenia, con trastorno bipolar, u otro trastorno de salud mental, no se va a intentar suicidar. Nosotros creemos que el factor de bienestar emocional es crítico para explicar por qué alguien quiere seguir en este mundo o quiere suicidarse. Por ello, el foco hay que ponerlo en el bienestar emocional.
¿Debería haber psicólogos en todos los centros escolares?
–Ante la avalancha de problemas de salud mental en los niños y adolescentes, lo que tenemos que garantizar, sí o sí, idealmente es la prevención primaria, y en el caso de que no sea posible, al menos, un acceso rápido y eficiente al diagnóstico y terapias que garanticen la mejoría del bienestar de esos menores en el menor tiempo posible. Por ejemplo, en las conductas autolesivas está demostrado que casi todas las intervenciones van a funcionar. Nosotros lo hemos estudiado: si no intervienes cuando hay autolesiones no suicidas lo más probable es que vaya a haber un intento de suicidio, sobre todo en los adolescentes más mayores, a partir de los 14 años. En una investigación desarrollada en el Puerta de Hierro gracias a una beca de la Fundación Alicia Koplowitz comprobamos que si se las autolesiones no suicidas comienzan con ocho o nueve años tienes tiempo para intervenir. Pero si un adolescente con 14 o 15 años empieza a autolesionarse, o haces una intervención inmediata y contundente, o va a haber un intento de suicidio en poco tiempo.
Más allá del debate de psicólogos sí-psicólogos no en el colegio, es de gran relevancia que los profesores, el sistema educativo, sepa qué es lo que tiene que hacer. Y ahí el asesoramiento de los expertos en salud mental –psicólogos, psiquiatras– es fundamental. Hay muchas carencias al respecto y los profesionales de la educación viven con desazón el sufrimiento de sus alumnos, y carecen de las herramientas y el tiempo para abordar las raíces del mismo.
A veces en este terreno tanto profesores como padres están un poco perdidos… y, en el caso de los padres, se añaden la vergüenza y la culpa.
–Vergüenza, culpa, y muchas veces desconocimiento. Muchos padres, por ejemplo, desconocen que sus hijos se están autolesionando, y, claro, si uno no tiene conocimiento no puede intervenir.
El conocimiento nos hace libres, porque nos permite actuar. Hay signos de alarma. Por ejemplo, adolescentes que en el verano van con sudaderas o con muchas pulseras para intentar ocultar las autolesiones, o un menor que cambia súbitamente su comportamiento, que se encierra en sí mismo, que deja de relacionarse con los demás.
Luego, hay un factor crítico en la actualidad, que tiene que ver con las redes sociales. Ayer en una conferencia oía que el 97% de los adolescentes en España a partir de los 12 años tiene un móvil. Un móvil en realidad es un computador con acceso a todo: a pornografía, a cosas que realmente no tienen por qué ver los menores…, y no podemos olvidar que tienen un cerebro extremadamente inmaduro y vulnerable a las influencias externas (campañas de publicidad, de influencers, etc.), con lo cual, entran, por ejemplo, en una rueda consumista que lo único que intenta tapar es el vacío que se ha generado en las sociedades posmodernas actuales. De alguna manera nos han vendido que comprando vamos a ser felices, y esto es radicalmente falso.
Y los padres, muchas veces, en relación a las competencias digitales de sus hijos, se ven sobrepasados porque, quizá ponen controles parentales, pero la mayoría de los hijos ya saben cómo sortear ese control parental. Y no podemos olvidar algo importantísimo: las nuevas tecnologías son extremadamente adictivas. Lo sabemos los adultos, ¿qué no serán para un cerebro en desarrollo?
Usted es de los que creen que habría que prohibir los móviles hasta los 16 años.
–Por ley. Sé que la respuesta es: “Es imposible”, pero lo creo fervientemente, porque cuando hablo con un padre, es verdad que hay excepciones, pero la inmensa mayoría de los padres “compran” este argumento. Todos somos conscientes del gran problema que tenemos como sociedad con las nuevas tecnologías.
Las nuevas tecnologías están hechas para ser adictivas y los padres vemos muchas veces que no tenemos herramientas para parar esto. Por ejemplo, nos han vendido ese mantra de las nuevas tecnologías dentro de las escuelas. Hay un libro maravilloso, yo recomiendo su lectura, Demencia digital, del psiquiatra alemán Manfred Spitzer, que básicamente viene a decir que las nuevas tecnologías están provocando un proceso de “demenciación” en todas las edades del ser humano. Uno necesita ejercitar mucho el cerebro para hacerlo poderoso. Cuando uno está continuamente con microinformaciones, que es lo que nos ofrecen las nuevas tecnologías, realmente estamos debilitando nuestro cerebro y la capacidad que tenemos de realizar pensamientos complejos, y esto nos hace mucho más vulnerables a la manipulación externa.
¿Es este el hábito de las nuevas generaciones que más le preocupa?
–Me preocupa más su bienestar emocional. Hay gente que dice “¡Qué suerte tienen los jóvenes con las nuevas tecnologías!”. Yo estoy totalmente en contra. Creo que quienes tenemos 40 o 50 años hemos sido muy afortunados, pues hemos recibido una formación muy fuerte en valores. Las nuevas generaciones han asistido a la erosión de estos valores, y las nuevas tecnologías… Yo no las veo como algo positivo. Son herramientas muy poderosas, pero hay que saber usarlas.
A nadie le llama la atención que haya una prohibición de consumo de alcohol hasta los 18 años. Entonces, si tenemos algo tan adictivo o más que la cocaína, ¿cómo no vamos a limitarlo? Y uno se da cuenta de que, si se le ofrecen a los jóvenes experiencias reales, hacer deporte, la relación social directa… lo prefieren.
Las nuevas tecnologías son un reflejo del vacío de nuestras sociedades. Cubren la necesidad económica de unas empresas pero, en realidad, ¿qué nos aportan? Hay un interés económico muy importante, pero todos los grandes gurús de las nuevas tecnologías prohíben activamente a sus hijos tener contacto con ellas antes de los 16-18 años.
¿Las escuelas deberían ser oasis sin pantallas?
–Spitzer está totalmente en contra de la introducción de las nuevas tecnologías en la escuela. Sostiene que nos hacen menos inteligentes. El ejemplo lo tenemos con una calculadora. Ejercitar el cerebro con operaciones de cálculo básicas sin usar una calculadora es muy bueno para prevenir la aparición de síntomas de demencia. Luego tenemos una calculadora, y sabemos que la podemos usar, pero en el día a día no tendríamos por qué usarla.
Las nuevas tecnologías, si son usadas como lo que son, un medio, una herramienta, fenomenal. Imaginemos un alumno con una dislexia muy importante que para adquirir conocimiento necesite suplementar con el visionado de un documental. Puede estar muy bien. El problema es cuando se convierten en un fin en sí mismas. ¿Cuál es el sentido de que un adolescente esté dos o tres horas al día viendo vídeos de TikTok o de Instagram? No tiene ningún sentido.
Con la consiguiente crisis de atención.
–Sí, porque se está promocionando un pensamiento rápido e irreflexivo. No se está ayudando a pensar a los jóvenes. Falta el pararnos y reflexionar sobre las cosas. Las redes sociales funcionan con la inmediatez, con la rapidez. Hay un concepto crítico para entender la era posmoderna, la “destrucción creativa”. Nuestra sociedad se basa en la destrucción constante de todo tipo de productos que no tienen sentido. Es una especie de Todo a 100 o de mercantilización de nuestra vida, y en el fondo alude a que hemos generado sociedades anómicas, sin valores, vacías. Esa es la gran lacra de nuestra vida, el vacío en que la hemos convertido.
A veces el malestar emocional de los niños puede venir de lo que ven en sus padres.
–Sí, es muy importante que el tiempo que pasemos juntos sea de calidad, porque muchas veces nos encontramos con padres ausentes, que llegan muy cansados del trabajo y no pueden ofrecer ese tiempo de calidad en que se reflexiona sobre cosas importantes, se comparten cosas que realmente son importantes.
Los padres somos los primeros referentes de nuestros hijos. Sí que creo que ha habido avances, afortunadamente vivimos en familias menos violentas, pero probablemente el gran drama es el área emocional. Hay hijos de padres pudientes que tienen muchos problemas emocionales. No les falta dinero, o lo material, esas necesidades están bien cubiertas. Ahí hemos tenido también un gran avance, y esto es bueno, pero las necesidades hoy en día son emocionales. Este es el disbalance. Yo creo que la generación de los que hoy tenemos 40 o 50 años hemos sido más afortunados también aquí porque hemos tenido una nutrición emocional muy importante en nuestras familias. Quizá desde lo material no había tanta abundancia, pero yo creo que, en ese sentido, salimos ganando. El filósofo Erich Fromm, en este disbalance tener-ser, señalaba que es muy importante saber que hay unas necesidades básicas de alimentación, de cobijo, que necesitamos cubrir, pero que una vez cubiertas las más importantes tienen que ver con el ser. Y hoy en día nuestra percepción es que el tener es muy muy importante y el ser ha bajado su importancia.
¿La salud mental no entiende de clases sociales?
–Sí que hay diferencias en relación al bienestar emocional y en relación al patrón de patologías. Por ejemplo, la anorexia nerviosa se da característicamente más frecuentemente en familias de alta posición socioeconómica, pero la inmensa mayoría de las patologías se dan en cualquier tipo de población. La diferencia está en el acceso a los recursos privados, pero en España tenemos la suerte de contar con un sistema público muy potente y afortunadamente no hay grandes problemas de equidad y de acceso al sistema público, que es un colchón muy importante que tenemos.
Usted es un gran experto en TDAH. Sostiene que no está sobrediagnosticado.
–En España claramente no. En una publicación que realizamos hace 10 años en el sistema público de la Comunidad de Madrid solo el 2% de los niños y adolescentes con TDAH estaba en seguimiento psiquiátrico y/o psicológico, y sabemos que la prevalencia a nivel mundial está en torno a un 5%-8%, con lo cual claramente estaba infradiagnosticado. Creo que ahora mismo en niños y adolescentes estamos llegando a un punto de equilibrio. Eso sí, con muchas diferencias regionales. La percepción es que probablemente en comunidades como Cataluña o Madrid sí que hay un diagnóstico y un tratamiento más adecuado, pero probablemente en otras no sea lo mismo.
El gran drama en la actualidad son los adultos con TDAH, porque del 2,5% que se calculan en el mundo en España solo un 0,1% está correctamente diagnosticado y tratado. Es una patología básicamente genética, se calcula la heredabilidad en un 75%-80%, y además podríamos decir que “Dios los cría y ellos se juntan”: hay un estudio epidemiológico muy poderoso en los países nórdicos que muestra que los progenitores con TEA y TDAH tienden a emparejarse y procrear, con lo que estos genes tienden a perdurar.
¿Cómo pueden las familias discriminar la información de calidad sobre el TDAH?
–¿Cómo encontramos información? Este es el gran problema de las sociedades modernas. Hace 30, 40 o 50 años, cuando yo me formé en Medicina, para encontrar una referencia bibliográfica tardabas a veces meses, tenías que consultar libros, pedir en préstamo artículos… Hoy tardas menos de 10 segundos en tener el artículo en tu ordenador. Antes el problema era el acceso a la información. Ahora es el filtrado. Nos vemos tan sumamente abrumados por el volumen de información, los científicos también, que eso hace extraordinariamente importante que haya profesionales que sepan tamizar esa información y se la ofrezcan a los padres de los menores que tratamos.
Todos tenemos la falsa creencia de que consultando en Google vamos a tener una respuesta correcta. Y eso no es conocimiento, es información. La diferencia es muy importante. Sucede que hay padres que vienen a consulta y piensan que por cinco minutos de lectura en Google saben lo mismo que tú, que llevas 30 años tratando menores y leyendo literatura científica. Los científicos buscamos información en repositorios, en el PubMed, en el que cualquier publicación ha tenido que pasar una serie de filtros, y leemos mucha de esa literatura y al final sacamos un nivel de evidencia. Una cosa es información y otra cosa es conocimiento. Y es fundamental que ese progenitor confíe en su médico, en su psicólogo, en cuyas manos está poniendo el bienestar emocional de su hijo.
Defiende que cualquier tratamiento de TDAH debe ser multimodal.
–Sí, con cuatro patas. La primera, la psicoeducación, es decir, nosotros tenemos que informar a los padres. La segunda, unos hábitos adecuados de deporte, sueño y alimentación. La tercera, la psicoterapia. En el caso del TDAH la más eficaz es la cognitivo-conductual y, probablemente, la segunda más eficaz el neurofeedback. Y al tiempo muchas veces tenemos que hacer intervenciones familiares dentro de las familias TDAH.
Y el cuarto, la medicación. Y dentro de la medicación, los derivados anfetamínicos, los estimulantes, han demostrado más eficacia que los fármacos no estimulantes.
Alguna vez he oído que el fármaco para el TDAH es como cocaína para niños.
–El drama de la medicación es que se le ha dado una connotación moral a un uso médico. Si decimos que alguien es una mala persona estamos emitiendo un juicio moral. Como médicos, como psiquiatras o como psicólogos, no debiéramos estar tratando con juicios morales. Nosotros estamos para tratar científicamente a las personas. Lógicamente, con humanismo y con empatía, pero basándonos en la evidencia científica.
La palabra estimulante no tiene ninguna connotación ni moral ni peyorativa, pero “derivado anfetamínico”, sí, y ese es el gran drama del TDAH, que cuando se oye la palabra anfetamina los padres pueden interpretar que se están usando drogas para sus hijos. La realidad es que, de todos los estimulantes, solo hay una formulación que la evidencia nos dice que no debiéramos usar y que tiene que ver con que la vida media de esta formulación es de menos de dos horas y, efectivamente, podría funcionar de una manera similar a la cocaína. Pero es una única formulación. El resto de estimulantes no funcionan así. Tienen vidas medias de ocho, 10, 12 horas, y eso es incompatible con que generen un síndrome de dependencia o una abstinencia. De hecho, cualquier padre que haya tratado a sus hijos con TDAH sabe que si se olvidan el tratamiento no pasa absolutamente nada. El niño simplemente está menos atento, no se concentra tanto, pero no va más allá.
¿A veces nos inventamos trastornos?
–Claro. Este es uno de los problemas de la salud mental en la actualidad. De esto hablo en un ensayo, Hacia un mundo feliz, basado en la novela de Huxley. Hay una tendencia malsana a medicalizar y psicologizar todos los fenómenos humanos.
El concepto de qué consideramos una enfermedad o un trastorno no es algo inmutable, va variando con las sociedades, y lo que hoy llamamos trastorno o enfermedad dentro de 50 años puede que no lo sea. Un ejemplo, en los años 50 se consideraba que la homosexualidad era una enfermedad por el DSM en su segunda versión.
En el caso del TDAH, ¿tiene sentido considerarlo un trastorno? Probablemente, el TDAH no es mas que un subproducto de la evolución, es decir, la naturaleza ha ido seleccionando diferentes características que permitían transmitir sus genes a sus portadores. Por ejemplo, a los hiperactivos puros a mí me gusta llamarlos guerreros en mi libro Jaque mate al TDAH, porque son muy potentes físicamente y muchas veces grandes deportistas, pero sabemos que luego tienen muchos más problemas en la vida, muchos pueden tener problemas de consumo de drogas, y, sobre todo, lo más importante, que la gente con TDAH en las sociedades actuales tiene una mortalidad más elevada. Y los médicos, además de aliviar y acompañar a nuestros pacientes, siempre intentamos minimizar el riesgo de muerte, con lo cual si sabemos que el TDAH aumenta la morbimortalidad nuestro imperativo es tratarlo.
¿Hay trastornos que es más fácil diagnosticar de niños?
–El 70% de las patologías psiquiátricas de los adultos van a estar ya en la infancia y la adolescencia. Ahí tenemos, por ejemplo, los trastornos del neurodesarrollo, que engloban los trastornos del espectro autista (TEA), el TDAH, trastornos del aprendizaje, discapacidad intelectual, que van a ser un porcentaje muy importante de patologías, y si no son detectados en la infancia y la adolescencia se pueden diagnosticar mal en la edad adulta. Por ejemplo, los pacientes con TEA de tipo Asperger pueden diagnosticarse mal como pacientes con trastorno esquizoide de la personalidad en la edad adulta.
Muchos pacientes con TDAH que no fueron diagnosticados en la infancia y la adolescencia posteriormente en la edad adulta han desarrollado diferentes tipos de adicciones: al trabajo, a drogas, a videojuegos, etc., con lo cual es muy importante la detección y la prevención. Por poner un ejemplo, si tenemos un TDAH bien diagnosticado y tratado desde los seis o siete años puede ser que a los 20 o 22 años se pueda dejar el tratamiento farmacológico y ya pueda continuar una vida digamos “normal”.
¿Por qué siendo tan importante la detección y el tratamiento precoz la psiquiatría infantojuvenil es una especialidad reciente?
–Este año hemos asistido a un gran logro: la constitución de la especialidad de psiquiatría de la infancia y de la adolescencia, lo que nos equipara con la mayoría de los países desarrollados de nuestro entorno, que ya tenían esta especialidad. Esto es importante porque nos permite visibilizar mejor las enfermedades de la infancia y la adolescencia, pues la manera de funcionar de los psiquiatras de adultos y de los psiquiatras de la infancia y la adolescencia es bastante diferente. Yo he trabajado 10 años de mi vida como psiquiatra de adultos y el resto, como psiquiatra de la infancia y la adolescencia. Los psiquiatras de adultos no dan tanta relevancia a los primeros años de vida, a las relaciones intrafamiliares, a las redes de apoyo social, y se centran más en la psicopatología, en el aquí y en el ahora, mientras que el gran poder de los psiquiatras de la infancia y la adolescencia es que vemos a la persona como alguien siempre en transformación, desde el mismo momento de su nacimiento. Quizá no somos tan poderosos en la psicopatología, pero sí probablemente en un diagnóstico correcto de la persona.
¿Cómo influyen los modelos de crianza en los problemas de salud mental?
–Los dos extremos son el modelo militar y el modelo tiro la toalla. Son los que nosotros consideramos máquinas de generar adultos antisociales. Muchas veces esto lamentablemente se ve en la educación de los menores con TDAH: Se empieza con una educación hiperestricta y cuando los padres ya no pueden más claudican y tiran la toalla.
Yo creo que la introducción de la negociación con nuestros menores tiene muchos elementos positivos, pero ha de ser una negociación matizada. No estamos hablando de iguales. Los adultos tenemos que cambiar un dogma, el de que no podemos aprender nada de nuestros hijos. No es cierto, podemos aprender mucho de nuestros menores, pero da la sensación de que ahora mismo muchas veces los que mandan en casa son los niños, y eso es una inversión de los roles parentales y evidencia mucha disfuncionalidad, porque hay cosas que debemos de transmitir los adultos. Eso en realidad sería el extremo “he tirado la toalla”.
Por otra parte, hay un libro maravilloso que acabo de leer y que es muy recomendable: Wildhood. Establece analogías entre la adolescencia en diferentes especies animales y en el ser humano. Por ejemplo, las focas adolescentes son las que se ponen en situaciones más peligrosas con los tiburones, su depredador natural. Hay algo de intentar retar, de ultrapasar los límites. Es cierto que algunos no sobreviven, pero aquellos que lo hacen están mejor preparados para el futuro, y así podrán transmitir esos genes a sus crías. Se sabe que el 50% de los adolescentes varones en nuestra especie tienen conductas antisociales, y eso no quiere decir que vayan a ser antisociales en la vida adulta. Hay algo de rito de paso en la adolescencia. Saltarse las normas es típico de la adolescencia. Podríamos decir, incluso, que es lo normal.
Y si aplicamos lo que sabemos de las focas adolescentes a los adolescentes humanos…
–Creo que es importante que reconozcamos esta realidad biológica para ponerla a nuestro favor. A los padres me gusta decirles “Lo importante con nuestros adolescentes es ganar la guerra. Podemos permitirnos perder pequeñas batallas”. Y aquí es fundamental ser flexibles.
Por ejemplo, si un padre le dice a su hijo: “Te dejo salir con tus amigos hasta las diez de la noche”, y ese menor le avisa al padre azorado: “Papá, he perdido el autobús, en vez de a las 22.00 voy a llegar a las 22.15” eso es muy diferente a que el niño no avise y aparezca a las doce o a la una de la mañana. La manera de actuar de ese padre tiene que ser diferente en un caso y otro, y muchas veces, lamentablemente, los adultos cometemos el error de dar una respuesta uniforme a eventos que no lo son.
Otra cosa que es fundamental en la educación de nuestros hijos es la educación en positivo. Como decía, es una de las señas de identidad de nuestro proyecto: la educación en positivo, en valores, en intentar ayudar al prójimo, y el visibilizar qué hacen bien nuestros menores. El inculcarles la vocación de servicio, el retornar a la sociedad lo que la sociedad nos está dando, es algo que queremos inculcar en la educación de nuestros menores. “Papá, quiero cocinar”. “Bien”, lo importante es que está intentando hacer algo positivo, y tenemos que fomentarlo, aunque luego le tengamos que ayudar a limpiar la cocina. Es muy importante visibilizar lo que hacen bien nuestros menores, porque muchas veces no se ven retribuidos emocionalmente, y los premios más importantes son los premios emocionales. No hay nada que a un hijo le guste más que el beso, el abrazo, el reconocimiento expreso de un padre, el que le diga que le quiere.
Otro error que cometemos es no hablar a nuestros hijos de nuestros sentimientos, en esta querencia por protegerles no queremos que nos vean vulnerables. Y la realidad es que los padres somos vulnerables: a veces nos entristecemos, lloramos, y no hay nada de malo en que un hijo comprenda que un padre lo está pasando mal. Porque si tú no te abres a tus hijos les estás transmitiendo el mensaje de “Tú no te abras cuando tengas problemas”, con lo cual… Pero no es un diálogo entre iguales. Nosotros somos adultos. Y muchas veces, lamentablemente, esto no se ve en algunos padres en la actualidad.
Hay una crisis de autoridad…
–¿Cómo te vas a ir con tu hijo a una discoteca? No tiene ningún sentido. Yo me he encontrado con padres que me dicen: “Como sé que va a tener contacto con el alcohol, antes de que compre mal alcohol le he comprado yo y que tenga la primera borrachera conmigo”. Evidentemente, eso es un despropósito.
Los adolescentes intentan ocultar información a sus padres. Hay determinadas cosas que es normal que las intenten ocultar, y este juego de poner los límites y que nuestros hijos intenten salvarlos es el juego de la adolescencia. Lo que es importante siempre es estar. Tu hijo tiene que sentir tu presencia, que siempre que lo requiera va a poder ir contigo, y que le des un abrazo y le ayudes. Siempre tenemos que estar abiertos a nuestros hijos.
¿Que todos los centros educativos deban contar con un coordinador de bienestar o que La Rioja cuente con una ley de salud mental es importante?
–Me parece fundamental. Yo creo que una de las grandes carencias que hemos tenido los padres de hoy, los que tenemos 40, 50 o 60 años, es la banalización y ocultación del acoso. La normalización de vejaciones que se daban en otros contextos, por ejemplo, en la mili, y situaciones de vejación, de desigualdad en el poder… En la escuela se ha banalizado muchísimo, pero la realidad es que todos nosotros hemos vivido situaciones de acoso, como espectadores o como víctimas, principalmente. Y creo que es fundamental que cambiemos esto. Esto no se puede normalizar, porque uno luego va al entorno del mundo laboral y se repiten patrones ¿Cómo es posible que existan dinámicas de acoso laboral hoy en día? Estamos transmitiendo una cadena de maltrato institucionalizado. El toro hay que cogerlo por los cuernos. Y en esto, por ejemplo, los programas Kiva, aunque caros, han sido extremadamente eficaces.
Estamos hablando de un problema educativo, y hay que ir a la raíz, poner el foco en el bienestar emocional. Si tenemos un menor que se encuentra bien estamos poniendo la base para un adulto que se va a encontrar bien, y vamos a mitigar muchos problemas de salud mental en el futuro. ¿Cómo no podemos garantizar el bienestar en la escuela, que es el sitio donde más horas pasan los menores? Niños al albur de matones… y esto no es un problema de patología, es un problema de visibilización. Generalmente los agresores suelen tener una autoestima muy baja y también hay que hacer intervenciones: ¿Qué está pasando para que un niño tenga que ejercer poder sobre otro para sentirse bien? Y hay que proteger a las víctimas, y ver cómo los agresores dejan de serlo. Me parece de gran importancia. Y el papel de los profesionales de salud mental es ayudar a visibilizar el gran impacto negativo del acoso, uno de los principales motivos del suicidio en la adolescencia. Probablemente, el más importante.
Servicio de Apoyo a las Familias (SAF)
Este servicio ofrece terapias de salud mental para alumnos, padres y profesores, así como un plan específico de talleres de formación, con el objetivo de ayudar a resolver los problemas de salud mental y mejorar el bienestar emocional en los colegios.
Detrás del SAF está Emooti, un centro especializado que cuenta con un equipo multidisciplinar de psicólogos, psiquiatras, logopedas, nutricionistas y terapeutas ocupacionales con más de 15 años de experiencia. Además, el Comité de investigación interdisciplinar de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR) y el ITEI, centrado en las necesidades de los colegios, ejerce como partner y soporte científico para la prevención, detección y tratamiento.
¿Qué ofrece el SAF a los colegios?
La posibilidad de ofrecer a sus alumnos, profesores o padres terapias de salud mental en el centro escolar, en la clínica u online, con un servicio de confianza en la atención de la salud mental, el bienestar emocional y las dificultades en el aprendizaje (que muchas veces va de la mano del consabido TDAH), la facilidad de tener las consultas en horario escolar, y precios de las terapias por debajo de la media del sector.
El SAF analiza las necesidades del centro y diseña un plan personalizado de formación, a través de talleres prácticos dirigidos a padres, profesores y alumnos para ayudar en la prevención, en la detección temprana y la aplicación de tratamientos adecuados.
Con ello, se ayuda a los colegios a abordar y tratar problemas concretos de sus alumnos, con el fin de mejorar su situación personal, su rendimiento académico y el ambiente de convivencia del centro.
A la vez, se conciencia y forma a profesores, padres y alumnos, lo que sirve para evitar estereotipos y facilita la detección e intervención.
Fuente: Magisnet