La montaña de la violencia machista: prevención desde las aulas
La violencia machista, en todas sus facetas, es un hecho en nuestra sociedad la cual, a todas luces, sólo es igualitaria en teoría. En este país tenemos leyes de acuerdo con el derecho humano de las mujeres a vivir libres de violencia, pero sabemos que eso no garantiza ni su seguridad ni su libertad. Y esto es así por más que la extrema derecha y la manosfera perseveren en su empeño negacionista: las investigaciones y las noticias no hacen más que corroborar el aumento de asesinatos y violaciones a mujeres, cada vez más jóvenes y niñas, lo cual indica que el número de hombres y niños agresores está creciendo. ¿Cómo puede ser esto en un contexto democrático, de pleno acceso a la educación y a la información de la ciudadanía desde la infancia?
Es cierto que la violencia sexual contra las niñas o el asesinato de mujeres, manifestaciones más extremas, protagonizan noticias emitidas por los medios (a veces en segundo plano, casi siempre de forma aséptica) pero sabemos que hay mucho más. Se conocen perfectamente todas las expresiones de la violencia machista porque las feministas nunca se han cansado de explicar cómo empieza todo: cuando los niños y jóvenes, en pareja con una niña o joven, proyectan sus celos, reclaman el control de ella, exigen su aislamiento del entorno social, ejercen violencia psicológica o se les “escapa” el primer empujón. Todo pertenece al ámbito de la masculinidad en la que se educan, desde el principio. Los niños no nacen machistas ni violentos por su biología pero, desde que están en el mundo, aprenden sin querer que el deseo de controlar a la pareja es normal, que los celos son propios del amor, que el desprestigio y el desprecio de las mujeres en ciertas situaciones no tiene importancia o es cómico, que el porno no tiene nada malo, que el androcentrismo es el orden natural del mundo… De hecho, en Docentes Feministas por la Coeducación pensamos que la metáfora del iceberg –sólo vemos una pequeña parte de la violencia, la que está por encima del nivel del mar– está obsoleta y deberíamos cambiarla por la imagen de una montaña de 8000 metros: la violencia contra las niñas y jóvenes está a la vista de cualquiera que se digne a observar la socialización de chicas y chicos un centro educativo.
La violencia de género no aparece de repente en la vida de las mujeres adultas sino que germina y crece en sus vidas cuando aún son niñas. La empiezan a normalizar desde la infancia, pasando por la adolescencia y la juventud, al mismo tiempo que sus compañeros de pupitre imitan y normalizan todas las manifestaciones de la masculinidad en un contexto carente de coeducación. Es algo que han comprobado todas y todos los docentes con un mínimo de perspectiva o de conciencia feminista, o sin ellas. Estos son ejemplos de testimonios que hemos recogido en DoFemCo. Una niña de Infantil se queja porque los compañeros siempre la pisotean y se le cuelan en el tobogán, ocupan el columpio y no la dejan subir, o empujan con tanta fuerza que la asustan y, al final, la hacen abandonar el juego. Una alumna de 3º de Secundaria confiesa que su novio a veces le grita o la zarandea cuando se pone nervioso. Una chiquilla de 1º de ESO cuenta que ha estado tonteando con un compañero de clase (en busca de validación o experimentando en las relaciones sentimentales, propio de la adolescencia), pero él ha empezado a ponerse exigente y suspicaz por la app de mensajería, “por qué no me contestas”, “te he visto muy sonriente con fulanito”, “por qué no me has buscado en el recreo”. Unas chicas de 2º de ESO se quejan a su profesora de confianza: hay compañeros de clase que las cogen del cuello y las obligan a ponerse de rodillas. El caso de sexpreading: un alumna comparte un nude con su chico y, “misteriosamente”, empieza a circular a través de apps de mensajería. La víctima, menor de 16, acude con un ataque de nervios a su tutora o tutor. El equipo directivo y docente que está comprometido dedica su tiempo, a contrarreloj, a aclarar por qué todo el instituto ha visto a una niña de 4º desnuda. Se entrevista a muchos chicos y chicas. En un par de días se aclara todo. Se abren expedientes disciplinarios. Las familias de los sancionados (chicos), contrariadas, cabreadas, acuden al instituto. Exigen explicaciones e indulgencia, “a ver, que sólo son niños”, “que no actúan a malas”, “pues si ella no quería que la vieran, que no hubiera mandado la foto…”. Es un trabajo tan arduo y agotador que es en parte comprensible –no justificable– que muchos centros educativos emprendan actuaciones mínimas –sin patio una semana, listo– o sencillamente hagan la vista gorda.
Si esa violencia sobre las chicas fuera objeto de unánime rechazo, si estuviera claro qué comportamientos y acciones constituyen violencia, abuso o agresión sexual, no nos veríamos en esta situación. Pero, lamentablemente, en nuestra sociedad no estamos en ese punto. Buena parte del profesorado, sobrepasado por la carga administrativa y lectiva que se le ha ido imponiendo curso tras curso desde hace años (ratios de 30, una cantidad abrumadora de documentación que presentar, atención a familias sin tiempo suficiente, sobrecarga de horas de clase…) o por falta de verdadera reflexión sobre el contexto en que vivimos, está falto no sólo de conciencia feminista sino de formación en coeducación. Hay docentes que, por ejemplo, no encuentran problemático que un niño vea porno, o que le toque el culo a su compañera de clase porque, ya sabemos, las hormonas o la mala educación. O no encuentran raro que los alumnos mayores piropeen a la joven profesora interina –que ha empezado a dar clases hace apenas un curso–, ni saben descifrar que esos mismos alumnos se enfrentan con mucha más virulencia y tienen más conductas desafiantes con las profesoras que con los profesores. Casi nadie encuentra machista a ese compañero mayor que pasa el brazo por la cintura de sus colegas mujeres, entre bromas (casi se percibe como un cuadro divertido). Los centros educativos no son burbujas para niñas y niños. Colegios, institutos, centros de formación profesional o universitaria son, en ellos mismos, reflejos del mundo. Son mundos a pequeña escala donde se reproducen todos y cada uno de los comportamientos propios del contexto en el que se encuentran. El machismo y su violencia nos deberían preocupar porque el sujeto de sus perjuicios es la mitad de la población estudiantil y la mayoría de la docente: las alumnas y las maestras. Las niñas y las mujeres.
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En DoFemCo sabemos que la coeducación real ayuda a erradicar, desde el sistema educativo, la cultura machista que desencadena la violencia de género. Pero mientras desde las aulas trabajamos para impulsar el cambio social, esto es, desterrar el sexismo y fomentar una vida digna y libre de violencia para todas las niñas y mujeres, no podemos estar tan solas como estamos. Hasta las formaciones al profesorado están apostando por una noción distorsionada de la educación afectivosexual –EAS– y la coeducación, introduciendo sin descanso una visión positiva, regulacionista, de la prostitución o la pornografía, o de la teoría transgenerista. Los gobiernos que se precien de ser democráticos deberían contribuir, a través de políticas coeducativas, a promover la eliminación de la violencia contra niñas y mujeres. En las aulas, en determinados talleres sobre EAS, y en las televisiones públicas, se enseña que la pornografía no tiene nada de malo. No se aborda como lo que es, explotación sexual de la mujer y cultura de la violación –vulnera la dignidad del ser humano y es la antesala de la prostitución o de las manadas de niños violadores–. Mientras no se criminalice la industria del porno y el acceso a este se permita a menores de cada vez más corta edad, las acciones que unas cuantas docentes feministas lleven a cabo en las aulas no obtendrán grandes resultados. No puede ser que sigamos hablando de la importancia de la salud mental y, a la vez, las autoridades sigan ignorando que gran parte del problema de las niñas es la violencia psicológica que sufren por el hecho de ser mujeres. Por ejemplo, el rechazo que enfrentan si no acatan imposiciones culturales o religiosas, sea vestirse de forma hipersexualizada (si no lo hacen se las considera no deseables o masculinas), sea ponerse el velo (símbolo de pureza). Por poner dos ejemplos muy obvios.
De todas formas, mientras nuestras autoridades educativas se deciden a actuar en serio, las y los docentes podemos ir dando pequeños pasos hacia la coeducación. En DoFemCo hemos seleccionado un buen número de recursos que podemos emplear en las aulas para invitar a nuestro alumnado (y profesorado) a reflexionar y a combatir la violencia machista desde todos sus estadios. Se trata de un catálogo de recomendaciones: libros, artículos, series, canciones, películas, cuentos, webinarios… Se pueden encontrar en nuestra web, en la sección Recursos. Además, con la vista en el 25 de noviembre, día internacional para la erradicación de la violencia sobre niñas y mujeres, hemos decidido proponer actividades de fácil aplicación en clase.
Seguiremos ampliando nuestras recomendaciones y materiales. Esperamos que, de momento, nuestra contribución sirva de ayuda para luchar contra el grave problema de la violencia que sufre la mitad de la humanidad por el mero hecho biológico de ser mujer.
Alícia Boluda Albinyana es profesora de Secundaria en Valencia (especialidad de Valencià: Llengua i Literatura), integrante de Docentes Feministas por la Coeducación (DoFemCo)
Fuente: Magisnet