Grafología y Educación: lo que la escritura nos dice de las personas
Es un hecho que la tecnología ha invadido nuestra sociedad y nuestra civilización, lo que supone, en consecuencia, que ha llegado masivamente a la educación, con implicaciones muy positivas en muchas situaciones, pero con algunos inconvenientes, en otras. Obviamente, es un recurso que no podemos minusvalorar por las grandes aportaciones que está realizando al cambio en nuestras vidas, a todos los niveles. Y, utilizada adecuadamente, también la educación está aprovechando sus aportaciones imprescindibles en estos momentos, sin duda. Pero es importante resaltar ese “adecuadamente”, ya que no conviene generalizarla sin discriminar el cómo, cuándo y de qué manera aplicarla, para garantizar que, en efecto, su incorporación resulte positiva desde un enfoque estrictamente educativo.
Una consecuencia inmediata de esta tecnologización es la disminución, o casi desaparición, del uso de la escritura manuscrita por parte de niños y jóvenes.
Desde hace ya algunos meses, se vienen oyendo voces de alerta acerca del uso casi exclusivo de ordenadores, tabletas, móviles… para escribir. De hecho, algunos países nórdicos han recomendado volver a la utilización de los libros impresos y bajar el uso de las herramientas digitales. No se trata, evidentemente, de hacerlas desaparecer, pero sí de continuar aprovechando los buenos recursos didácticos utilizados tradicionalmente en la educación.
Centrándonos en las ventajas generales, desde un punto de vista didáctico, de la escritura manuscrita, podemos concretarlas en las siguientes, entre otras:
- Favorece el desarrollo de la psicomotricidad fina
- Estimula la concentración
- Se adecúa al ritmo del pensamiento personal
- Promueve la coordinación entre los procesos cognitivos, neuronales y motrices
- Coordina las áreas motoras, visuales y cognitivas
- Ofrece tiempo suficiente para pensar
- Es apropiada para organizar las ideas antes de plasmarlas
- Activa la creatividad y la imaginación
- Resulta favorable para conseguir la autorregulación, la voluntad, la perseverancia.
Podríamos seguir enumerando las ventajas de escribir a mano, que cualquier docente constatará sin problema y sin discusión. A las que habría que añadir, aunque resulte obvio, la importancia de saber leer y escribir para poder desenvolverse en nuestra sociedad. No todo se resuelve a través de herramientas digitales, como es evidente.
Pero, además, precisamente por esas primeras razones que acabamos de exponer, se demuestra que la escritura manual está íntimamente relacionada con los procesos neuronales y motrices, lo cual nos lleva a la conclusión de que nuestra forma de escribir pone de manifiesto características de nuestro temperamento e, incluso, de nuestra personalidad. Esto ayudará, por tanto, al mejor conocimiento del alumnado disponiendo de algún dominio de carácter básico de Grafología por parte del profesorado, pues observando la escritura estaremos en disposición de contrastar su actuación con sus rasgos escritores y conocer, así, con mayor profundidad a cada uno de nuestros estudiantes, lo cual favorecerá una orientación más apropiada para su mejor evolución.
No estamos descubriendo nada, por supuesto, cuando hablamos de la Grafología como medio de conocimiento de la personalidad, ya que contamos con testimonios de clásicos como Aristóteles, Dionisio de Halicarnaso, Menandro… Un ejemplo, como curiosidad. Suetonio (69-140), refiriéndose al emperador Augusto, dice: “He observado esto principalmente en la escritura: Augusto no separa las palabras, no lleva a la línea siguiente las letras que sobran al final de los versos…” Son observaciones anteriores a la aparición de la Grafología en sentido estricto, pero que revelan cómo desde siempre se ha relacionado la escritura con la forma de ser de las personas. Es en 1622, cuando Camilo Baldi, profesor de la Universidad de Bolonia, publica: El arte de conocer a través de una carta la naturaleza y costumbres del escritor, que constituye el primer tratado que aborda sistemáticamente el tema.
Ha pasado mucho tiempo y los estudios, en todos los ámbitos del saber, han evolucionado significativamente, también los grafológicos, que ofrecen datos válidos totalmente reconocidos para diferentes situaciones. Piénsese en los informes grafológicos que se realizan para detectar determinadas enfermedades, los que se solicitan en los tribunales de justicia para confirmar la veracidad o falsedad de una firma o la adecuación de los rasgos escritores de un presunto delincuente, los datos que se recogen cuando se realiza la biografía de un personaje histórico, su utilidad en el momento de seleccionar al personal de una empresa o para realizar la orientación profesional de un estudiante; incluso, su utilización para influir en la mejora de determinados rasgos psicológicos/caracteriales a través de la modificación de la letra (grafoterapia).
¿Por qué perder la riqueza de conocimiento personal que nos ofrece la letra manuscrita en la educación? Tenemos la evidencia de cómo se va transformando desde los inicios de su aprendizaje en edades de inmadurez, que coinciden con una letra indecisa, y se va conformando progresivamente según madura la persona: se puede afirmar que los rasgos manuscritos y los rasgos caracteriales evolucionan al unísono, estrechamente relacionados.
Soy consciente de que en la enseñanza no se aprovechan los beneficios de la Grafología de forma generalizada. Pero habría que superar esta situación, especialmente en el campo de la Orientación, por la elocuente información que facilita acerca de la persona. Sin ánimo de exhaustividad, obtenemos datos a través de la inclinación o verticalidad de la letra, de su tamaño, de su espaciamiento, de su presión, de su ritmo, de su velocidad, de la regularidad en la base de la línea, de la posición del escrito en el papel, de la inclinación de las líneas, del contraste entre la letra del texto y la de la firma, del tipo de rúbrica… Añadiendo todo el estudio de los rasgos específicos que puede presentar cada letra.
Utilizando estos conocimientos, se deducen características tales como la actividad, la agilidad mental, la atención, el cansancio, la capacidad de concentración, el desorden o descuido, la disciplina, la emotividad, el entusiasmo, la fuerza, el esmero, la imaginación, la indecisión, la memoria, la observación, la sensibilidad, la timidez, la voluntad… Podríamos seguir con infinidad de ejemplos sobre los datos que se pueden recoger y, en consecuencia, sobre los beneficios que aportaría a la educación en su más amplio sentido, especialmente en las edades de conformación de la personalidad.
Estas reflexiones solo quieren ser una llamada de atención acerca de la importancia de no perder la escritura manual en nuestro campo y en favor del excesivo uso de la tecnología. Ambos aspectos hay que cuidarlos y, sobre todo, equilibrarlos con un uso apropiado de sus ventajas para alcanzar los objetivos que, casi siempre utópicamente, nos proponemos desde la educación.
Termino con una anécdota personal. Ahora se cumplen los 50 años de la publicación de mi primer libro, cuyo título fue: Grafología y Educación (publicado en esta misma editorial: Magisterio) ¿Coincidencia? ¿Reflexiones reiteradas y necesarias después de medio siglo? ¿Cuánto tardamos en innovar la educación? Alguna vez deberemos plantearnos dar pasos decisivos con un poco más de rapidez, para que los cambios exigidos socialmente se produzcan a tiempo de resultar útiles a la población.