Las actividades extraescolares
Si algo trae de cabeza a los padres al inicio del curso escolar es dar respuesta a cómo conciliar sus tiempos de trabajo con los escolares de sus hijos, algo que ocurre desde hace más de treinta años. Es decir, desde que se aprobó la LOGSE y se empezó a ponderar cómo se debería enfocar la actividad académica para mejorar los procesos educativos familiares y escolares de los niños.
Por entonces, el hecho de que los niños pudieran tener tiempos dedicados a hacer otras actividades más allá de los estudios reglados surgió como algo importante para su formación integral. Los primeros centros en tomar la decisión de establecer la jornada única fueron los públicos de las ciudades. A partir de entonces se generó toda una ola de nuevas incorporaciones a este tipo de jornada, a la vez que crecía la oposición de muchos padres que, en el caso de poder escolarizar a sus hijos en un centro privado o concertado con jornada partida, acababan optando por ellos.
En parte, su decisión tenía que ver con que, en su entorno, no existían otras personas o entidades que se pudieran encargar de sus hijos fuera del horario escolar matutino. En muchos casos, los abuelos y algunos vecinos sin jornadas laborales vespertinas se hacían cargo de ellos o, en otros casos, eran las propias ampas de los centros con jornadas únicas, las que se organizaban en para ofrecer actividades que dinamizaran el tiempo libre de sus hijos. Fuera de la escuela también feron surgiendo centros y colectivos dispuestos a dar respuesta a la necesidad de tener ocupados y atendidos a niños y niñas de forma extraescolar. Pese a todo, todavía quedaron muchos alumnos y alumnas que no disponían ni de familiares que se pudieran hacer cargo de ellos ni de padres que pudieran pagarles algún tipo de actividades extraescolares. Fueron los llamados niños llave, es decir, niños a los que sus padres tuvieron que darles una llave para que ellos pudieran acceder a casa, donde, en el mejor de los casos, permanecían solos, mientras ellos no finalizaban su jornada laboral. Y digo en el mejor de los casos, pues estar horas y horas sólos en casa incentivaba su aburrimiento y, como dice el refrán: la ociosidad es madre de todos los vicios. Y muchos niños, lejos de poder concentrarse en algo positivo durante su tiempo libre, se volvían adictos a la televisión, a los juegos de ordenador o salían a jugar o hacer otro tipo de actividades en la calle, sin ningún tipo de control por un adulto responsable.
Así las cosas, y aunque la jornada intensiva no sea la única de sus causas, el abandono escolar entre jóvenes de entre 18 y 24 años se situó en España el año pasado en el 13,9%, casi cinco puntos por encima del fijado por la Comisión Europea (9%). Y ello, a pesar de que, desde hace una década, este ha descendido a la mitad.
Quizás sea casi imposible el restablecimiento de la jornada partida, como aconsejan a España tanto la OCDE como la UE, puesto que ni los profesores ni las administraciones educativas están demasiado interesadas en ello. Unos, por que les impediría seguir disfrutando de sus tardes y, otras, por el mayor gasto que les supondría el transporte escolar y comedores del alumnado. Sin embargo, habrá que hacer una profunda revisión y reflexión de muchos aspectos intervinientes en el proceso educativo para así poder acotar a aún más el problema de la conciliación y así poder hacer que España pueda contar con un mayor número de egresados del sistema educativo, con una mayor formación y, por tanto, con unas mejores condiciones para afrontar su vida a todos los niveles.
Entre las opciones a las que habría que dar cabida, está el que muchas de las actividades de las tardes se puedan llevar a cabo mayormente dentro del espacio escolar, bien sea por su propio profesorado o por personal externo contratado al efecto, y que, en cada centro, éstas se adecúen tanto a las necesidades como a las habilidades de su alumnado, para que sean atractivas para ellos. En este caso, el esfuerzo económico al que se verán sometidas las administraciones educativas españolas podrá ser compensado, al menos en parte, por los fondos establecidos por la Unión Europea para este tipo de exigencias.
No se trata de descargar la responsabilidad de las actividades extraescolares únicamente en las escuelas, pero sí de poder hacer que la brecha existente entre las familias que no pueden pagarlas y las que sí pueden hacerlo no sea cada vez mayor. Y en este tema estamos hablando de que a un 30% de familias la educación de sus hijos les supone una importante carga para su economía doméstica. Reducir la tasa de abandono y mejorar la educación de las futuras generaciones es un compromiso social que, como sociedad, estamos obligados a conseguir.
José Manuel Suárez Sandomingo