Leticia Garcés: “No sé si la solución es tanto un coordinador de bienestar como un mayor número de docentes”
Leticia Garcés es pedagoga por la Universidad de Navarra, integradora social, postgrado en Educación Emocional y Bienestar en la Universidad de Barcelona o Máster en Inteligencia Emocional y estudios de Neuroeducación de la UNED. En 2010 funda el centro de orientación familiar Padres Formados para asesorar a las familias en crianza positiva.
Socia fundadora de la Red Internacional de Educación Emocional y Bienestar (RIEEB) y socia de la Asociación Española de Educación Emocional (ASEDEM), es también una de los 30 ponentes de una decena de países que participarán en el V Congreso Internacional Montessori, que se celebrará de forma online, con acceso gratuito, entre el 3 y el 7 de julio. En su caso, hablará de salud mental en la adolescencia.
Cada vez hablamos más de suicidio en la adolescencia. Se crean protocolos en los colegios e institutos, cursos en las universidades, ¿a qué cree que obedece esta mayor visibilización?
–En la última década aumentan las cifras. Y coincide con la pandemia, que nos hizo muy conscientes de que los casos de suicidio adolescente estaban aumentando. En ese contexto, con los adolescentes encerrados, las redes sociales les ayudaron a socializar de otra manera, y a algunos les bastó para sobrellevar el aislamiento. A otros les hizo aislarse mucho más.
La franja de edad en que más se da el suicidio a nivel mundial es entre los 15 y los 29 años, una etapa muy inmadura del cerebro, en que este se está desarrollando; es hacia los 24 años cuando «madura». El suicidio es la segunda causa de muerte en Europa en estas edades.
Cada 20 segundos se suicida una persona: ¿Qué le lleva a plantearse el suicidio como la opción para dejar de sufrir? El hecho de no contar con el suficiente apoyo emocional interna o externamente, con «bastones» que le frenen ante ese sufrimiento, ante esa desesperación.
En el caso de los adolescentes, la corteza prefrontal, la parte «más sensata» del cerebro, empieza a madurar a los 20, la sensatez no te acompaña, por tanto, cuando vas a tomar una vía sin retorno. Si además te faltan vínculos externos (familia, escuela, iguales), pues no ven que estás sufriendo y no te ayudan, el resultado puede ser fatal. Lo malo es que tendemos a minimizar situaciones. Si oímos «Yo para esto prefiero no vivir» respondemos «Anda, no digas tonterías» o «Bah, este quiere llamar la atención». Al minimizarlo, el adolescente deja de mostrarnos su sufrimiento y llega un momento en que no somos conscientes de que hay un verdadero sufrimiento.
A la mínima oportunidad deberíamos detenernos a hablarlo.
–Una recomendación que se da es precisamente que se hable de ello. Todavía hay familias que abordan casos de suicidio como una muerte natural o un accidente porque resulta vergonzoso que ese chico o chica se quite la vida. Se recomienda hablar, pero esto está muy bien para familias acostumbradas a hablar de todo y en todo momento. También es bueno hablar de sexo, pero si la familia no está acostumbrada o tiene tabúes no va a saber cómo hacerlo. Por ello, ante la dificultad para compartirlo con sus cuidadores, con sus referentes principales, muchos jóvenes con quienes se abren es con sus iguales, no siempre cualificados para dar buenos consejos, o que te entienden tanto que te apoyan hagas lo que hagas, porque conectan con tu herida, o que te van a detener, pero tarde, porque no se han dado cuenta de que esta vez iba en serio.
¿Es común que a la familia del adolescente que se suicida les pille por sorpresa, pues «lo tenía todo» o «no tenía ningún motivo»?
–Está siendo muy habitual. Y en estos casos es muy difícil hacer el duelo, porque para ello necesitamos entender la causa. Surge entonces la rabia, que acompaña al dolor, la añoranza, la tristeza. En determinados estilos educativos autoritarios muy exigentes, en que se espera mucho de los hijos, con un excesivo refuerzo positivo, innecesario, no se refuerza la autoestima, sino que se machaca. Los hijos terminan no pudiendo hablar con sus padres, que no les van a entender, no les van a escuchar, y encima les van a dar consejos: «Yo en tú lugar…», «Tienes que hacer…», «Así no puedes…».
Los padres no soportan ver a sus hijos tristes y no poder hacer nada por evitarlo. Con sus consejos no lo consiguen, y esto les frustra. Dejan de ser acompañantes. Los padres no somos buenos escuchadores. Escuchamos para dar soluciones, y el adolescente no quiere que se las den, las quiere encontrar. A los hijos los padres debemos darles información mientras están creciendo, guiarles, recogerles, acompañarles si han tenido una mala experiencia por una mala decisión… Pero no decirles lo que tienen que hacer. El ser humano está programado para la supervivencia, hace todo lo que se la asegura. Se acerca a lo que le resulta placentero o útil. Si acerarse a nosotros les resulta desagradable, no les aporta nada útil o no aprenden no se acercarán. Y cuando de verdad necesiten pedir ayuda la opción de los padres no va a estar entre las primeras, se adelantará el grupo de iguales, que a veces te entiende tanto que casi te está apoyando, hagas lo que hagas, y si es eso, también.
A veces es difícil verlo, pero otras veces las autolesiones pueden ser un preludio, este sí, visible.
–Sí, porque te das cuenta de que tienen heridas y de que se están infringiendo dolor físico. Aquí la reacción suele ser «¿Pero por qué haces eso?», como pidiendo cuentas. Difícilmente el chico o la chica te van a explicar entonces que para ellos es más fácil soportar el dolor físico que el del alma, el que llevan dentro. Hay una película que lo aborda muy bien: El hijo, sobre unos padres que se separan, el hijo empieza a sufrir, y no saben cómo ayudarle.
¿Puede ser una buena película para ver en clase y hablar del tema?
–Depende. Para ello el docente tiene que contar con unas mínimas nociones. Siempre se dice que se necesita formación en muchos aspectos, y este es uno de ellos, pero la formación no siempre es la solución; puede que te formes pero que te falte esa sensibilidad, esa mirada al adolescente. Hay personas que miran a los adolescentes con prejuicios, con dureza. Ven a los adolescentes en grupos por la calle y les incomodan, y recurren a etiquetas: maleducados, rebeldes. No son conscientes de que su cerebro está en obras, que requiere de la poda neuronal, de eliminar conexiones que ya no le sirven. En pleno desbarajuste cerebral y hormonal, el adolescente lo que quiere es que, si le llamas la atención, lo hagas con el mismo respeto que esperas que él te tenga. Muchos adultos sostienen que los adolescentes se enfrentan con ellos, que les falta educación, sin fijarse en cómo se han dirigido antes a ellos. A menudo simplemente se defienden porque sienten que se les ha llamado la atención de forma despectiva.
Otra buena película para ver en el aula es El día que quemé mi corazón, pero puede que al verla haya adolescentes que se rían… Eso no quiere decir que no tengan empatía; se están protegiendo. Ante esto, el docente puede juzgarles, reprenderles por esa reacción que no encaja o tirar de ahí para entrar en la conversación y llegar al fondo de la cuestión. Solo así conseguirá que al final de la clase haya alumnos que le digan «Yo he pensado eso…» o «Tengo una amiga que…».
Por eso es importante la mirada, esa mirada al niño y al adolescente, ese respeto a su ritmo, que al final es uno de los principios Montessori que prevalecen, que siguen siendo válidos.
Esta última película nos habla también del ‘bullying’, ¿es esta una de las causas más frecuentes de suicidio adolescente?
–Este es multifactorial, pero los factores más importantes son el maltrato en la infancia, el bullying y el fracaso escolar. Otra causa puede ser una depresión o un duelo. Son casos en que hay un sufrimiento prolongado que al final no soportas.
Aquí, al hablar de maltrato debemos matizar que maltrato infantil no es solo que a un niño le peguen en casa. Es también no recibir buen trato. A veces los conflictos en casa se gestionan con un estilo autoritario, en que se juzga negativamente, se malinterpretan conductas, se cree que el niño se te está subiendo a la chepa, o te está manipulando y merece ser castigado, o que si se es muy blando con él este se saldrá con la suya. Priman el castigo, la dureza en el trato, la comunicación agresiva y la indiferencia. Como consecuencia, el niño no se ha sentido escuchado, comprendido, no ha creado un vínculo afectivo con sus progenitores. Ha sobrevivido en Primaria, pero ha llegado a la adolescencia desarmadísimo, porque las competencias emocionales como la resiliencia, la asertividad, la escucha activa, la empatía, poder identificar las emociones, hablar del mundo emocional… se adquieren en la infancia, pues es entonces cuando se forja esa armadura emocional, los recursos que según tu cerebro vaya madurando te guiarán en el «No hagas esto» o «Busca ayuda».
El problema no es que el adolescente sufra. En la vida hay un sufrimiento que es adaptativo, de hecho todo cambio y aprendizaje conlleva un sufrimiento, un sufrimiento soportable, del que aprendes, que te fortalece, que te transforma. Ese sufrimiento pesa más si no lo puedes compartir, verbalizar, comunicar, porque no has desarrollado las competencias emocionales necesarias para ello. A los niños a los que se les educa desde el miedo, la amenaza y el castigo «se les congela la voz», son niños a los que se les tiene que activar la amígdala del cerebro para obedecer, que no obedecen por amor, colaboración, comprensión, sino por miedo. Cuando crezcan, carecerán de habilidades sociales para afrontar una desilusión amorosa, un rechazo, les costará integrarse, relacionarse, convivir, no tendrán iniciativa, en clase preguntarán una vez, pero si la respuesta no les convence entenderán que es mejor no preguntar y no volverán a hacerlo, y su sufrimiento no será un sufrimiento adaptativo.
¿Puede un estrés académico exacerbado conducir al suicidio?
–Aunque es multifactorial y cada caso es único, la autoexigencia se relaciona más con el trastorno alimenticio, con la bulimia, con la ansiedad, con la autolesión. No te sueles plantear el suicidio, sino la autolesión para rebajar la ansiedad. Esta autoperfección, esta autoexigencia porque alguien espera mucho de ti y desde pequeño has tenido un refuerzo positivo en exceso, has sido la mejor, la más guapa, esa idealización por parte de quienes te han tenido, a quienes no pueden defraudar, porque te van a dejar de sonreir, porque la aprobación de tus padres te importa mucho, más adelante te puede llevar a la necesidad imperiosa de aprobación por parte del grupo de iguales.
¿Ve una buena iniciativa la creación de la figura del coordinador de bienestar escolar?
–Todo lo que hagamos para querer solucionar un problema es bueno, porque implica que vemos el problema y surge un recurso para abordarlo. Que haya un coordinador de bienestar, que se desarrollen protocolos… está genial. Ante casos determinados debemos activarlo por si acaso y así protegeremos al colegio de decir «No hicimos nada».
Pero, ¿qué sucede si en el día a día el trato que recibo de mis profesores no es el adecuado? Un coordinador de bienestar está muy bien, pero cuántos profesores con el paso del tiempo, con el trato diario, con la experiencia, acaban perdiendo sensibilidad y volviéndose cada vez más despectivos, juzgando a sus alumnos más negativamente, y sacándolos de clase ante un comportamiento disruptivo. Claro que a veces es difícil controlar un grupo tan grande de adolescentes estando en la edad en la que están. Yo no sé si la solución es tanto un coordinador de bienestar como un mayor número de docentes para que no surjan tantos problemas, de forma que cuando aparecen esos problemas tenga que existir una figura que se dedica a resolverlos. La pregunta es si esos problemas que están surgiendo deberían surgir. Claro, más docentes significa más dinero, pero tenemos a profesores al límite de sus fuerzas, estresados, sin apoyo, sobrepasados… y desde el estrés es muy difícil la relación con los adolescentes.
El nivel de bajas laborales y de estrés y ansiedad entre los docentes nos dice que algo no va bien ¿Qué buen trato me van a dar a mí mis profesores cuando ellos mismos están sobrepasados? Si me preguntan y les respondo que no entiendo la pregunta seguramente me dirán que haber estado atento, no repararán en que mi cerebro adolescente está a otras cosas, que eso es lo que menos me importa… y yo acabaré cada vez más desmotivado y pensando en para qué ir al instituto, si a mí eso no me dice nada. Habría que hacer números, pero hay problemas que se podrían prevenir en lugar de esperar a que surjan para resolverlos.
Las competencias emocionales, ¿se pueden trabajar desde el aula?
–El lugar para trabajar estas competencias es en el aula, pero educación emocional como asignatura sólo existe en Canarias.
Otra cosa es cómo se trabajan las competencias emocionales. Hoy hay muchos autores y materiales. A nivel internacional está Daniel Goleman, en España tenemos a Rafael Bisquerra, Juan Carlos Pérez González, Pablo Fernández Berrocal, etc. El problema no son los materiales, sino que el que lo vaya a dar se lo crea tanto que no necesite prácticamente esos materiales para trabajarlo con su alumnado, hacer su programación y pensar las actividades para que ese adolescente aprenda educación emocional para resolver un conflicto mediante la comunicación asertiva y la empatía.
Muchas veces se sigue recurriendo al «Tú ahí y tú ahí, y, venga, a pedirse perdón», que es lo peor, porque esos chicos no han regulado ese conflicto. O se va al castigo y la sanción. Y entonces todo lo que se podía haber ganado en clase de educación emocional se pierde, porque se transmite el «Te has portado mal, para que aprendas te castigo», en lugar de recurrir a la pedagogía restaurativa. Entonces estamos mezclando el estilo democrático con el autoritario, y confundiendo al adolescente.
Las ideas, propuestas, cambios y leyes están muy bien, pero para creerse los beneficios de la educación emocional hay que cambiar la mirada, la forma de entender las situaciones. Hay personas que la rechazan porque la malinterpretan, la asocian con ser blandos, permitirlo todo, no poner límites, y no tiene nada que ver. Se trata simplemente de aplicar lo que la ciencia nos dice.
Recientemente una investigación de la Universidad de Harvard que siguió durante 85 años a 700 personas llegaba a la conclusión de que lo que hace felices a las personas son unas relaciones de calidad. Para tener relaciones de calidad es necesaria una buena gestión emocional. Al final todo nos lleva al mismo punto, a la inteligencia emocional para salir fortalecidos de las dificultades y no pensar en el suicidio como alternativa.
Y a la necesidad de la prevención, desde casa y desde la escuela.
–Sí, infancia bien tratada, adolescencia bien encaminada. Debemos preparar la infancia para que la adolescencia sea más llevadera. Esta tiene mala fama: «Si es así con cinco años cómo será con 15…», y a mí me gustaría limpiar esa imagen. Los adolescentes sufren mucho, pero es una etapa maravillosa, y, claro, transitoria.
¿Y cada vez empieza antes? ¿Dónde están sus fronteras?
–Según la OMS, es un periodo que comprende desde los 10 a los 19 años, y que se divide a su vez en tres etapas: una primera fase que va desde los 10 a los 13 años; la segunda, desde los 14 a los 16, y la tercera, hasta los 19, aproximadamente. Muchas madres me dicen: «¿Puede ser que tenga un preadolescente de seis años?». Yo lo que creo es que a los niños en los últimos años se les considera y escucha más y algunos se convierten en el centro de la familia, algo, esto último, que tampoco es bueno. El niño está más acostumbrado a expresar, a contar, a decir, y tú puedes sentir que se te está encarando, puedes pensar que con seis años tú no hablabas así a tu madre. Pero es que quizá entonces a ti no te escuchaban. Hay un cambio social y esto hace que el niño se parezca más al adolescente. Lo bueno es que es una consecuencia de que se les tiene más en cuenta, pero está descompensado, porque no tienen todavía suficientemente desarrolladas las habilidades sociales, la asertividad en sus reacciones para aprovechar siempre las oportunidades que se les brindan de expresar lo que sienten.
Fuente: Magisnet