Feijóo y el sentido de la paternidad
Hoy no voy a hablar aquí del Feijóo que mete la pata cada vez que habla o cada vez que intenta decir un nombre en inglés. Tampoco lo voy a hacer de ese que se arroga el haber ganado cuatro veces las elecciones gallegas gracias al respaldo de los bien pagados medios de comunicación afines con subvenciones multimillonarias y utilizando los medios públicos de Galicia para verter sus opiniones en pro de sus intereses y denigrar u opacar a sus contrarios. Ni siquiera de su poca memoria para recordar sus propias leyes o sus déficits presupuestarios para poder mantener y mejorar los servicios públicos a los que todos los gallegos tenemos derecho. Y mucho menos les voy a hablar de su falta de tacto en muchos actos públicos en los que no es capaz de decir algo que no esté escrito en un papel pergeñado por alguno de sus gabinetes. Para todo lo anterior existen muchos otros articulistas y ciudadanos más conocedores de esos y otros muchos temas que enrojecerían el rostro de cualquier persona por poco escrupulosa que fuera.
No, aquí les voy a hablar de algo mucho más mundano, pero también notable y transversal a todo hombre: la paternidad. Cualquiera que quisiera ser padre y tuviese las condiciones para serlo por edad, salario, posición social y otros elementos que muchos de ustedes han barajado a la hora de pensar en tener hijos, no esperaría a tener una edad de semisenectud para concebir a un vástago. Dicho sea de paso, los equipos que valoran la idoneidad para ser padres por adopción no dejan que estos superen los 45 años. Y no lo hacen por motivos inconfesables, sino por el mero hecho de que un padre mayor de esa edad tiene muchas menos posibilidades de educar y criar a un hijo a lo largo de los años venideros.
Como pedagogo, me ha llamado la atención las consideraciones vertidas por el señor Feijóo que le hicieron en una televisión nacional. En ella dijo que la paternidad le había llenado más que ninguna otra cosa. Según dijo, cuando llegaba a casa su hijo peleón empezaba a darle patadas y puñetazos, a lo que él le respondía con pellizcos para que parara. Se ve que este señor padre de juegos infantiles y de empatía con los críos entiende bien poco. Bueno, eso salta a la vista de cualquiera, ya que nunca se le ve complacido con nada ni tampoco alegre. La verdad, interiormente debe de ser una persona poca agradecida consigo mismo.
Pero volvamos al tema que nos ocupa. En ese mismo aserto de la entrevista, el expresidente de los gallegos menciona que, claro, como su hijo no tiene hermanos, —bueno, sí, una hermana, pero que es mucho más mayor—, no tiene con quien jugar. Y según revela, con el padre tampoco.
En otra entrevista, al hablar de la elección de la escuela de su hijo, Feijóo afirma que eso es cosa de la madre y que esta eligió para él un centro privado. Pues se ha lucido bien este padre y expresidente de la Xunta, no sólo porque sea la madre la que tenga todas las opciones y responsabilidades para elegirle una escuela a su hijo, sino porque alguien que estaba al frente de un gobierno autonómico que debe hacer que sus instituciones sean lo mejor para la sociedad que las paga, deje que su hijo no vaya a una escuela pública. O ¿es que quizá no confía en que su equipo de la Consellería de Educación esté haciendo la mejor labor posible? ¡Tener hijos para esto!, dirían nuestros padres.
Por último, quiero dejar otro apunte sobre los hombres y mujeres que rodearon a nuestro expresidente. Cuando formó su primer equipo de gobierno, casi ningún conselleiro o conselleira tenía hijos, y durante muchos años las políticas familiares fueron algo anodino. Sólo cuando los hijos de los demás acabaron yendo a buscarse su sueldo en otros lares por falta de eficiencia económica de todas las políticas de la Xunta, los próceres xunteiros se acordaron de que igual esto se debía a que sus escuelas infantiles no eran gratuitas, así que decidieron dar ese gran paso tan sólo hace un año. Tarde píachedes! Si no quedan jóvenes en Galicia, tampoco habrá nuevos retoños gallegos, a menos que todos los maduritos se pongan en su década de los cincuenta a hacerlos o los encarguen por vía vientres de alquiler.
José Manuel Suárez Sandomingo