Enseñar Matemáticas desde la necesidad del que aprende
Necesidad de emoción y participación
La pregunta fundamental no es ¿cómo de bien realiza el niño/a la ficha que hace?, sino ¿cuánto bien le hace al niño/a la ficha que realiza?
Además que enseñar matemáticas a través de la vida real, hay que enseñar vida a través de las matemáticas y dirigir su enseñanza a la persona, incorporando acciones vivenciales, para la intervención educativa, con los principios de “sensibilidad”, “sentido” y “significado”:
“Sensibilidad”: la tendrán aquellas actividades sugerentes que se planteen para despertar emoción, creatividad y curiosidad, motivadoras para provocar el querer hacer, y adecuadas para sorprender.
“Sentido”: lo tendrán las actividades que den al estudiante la oportunidad de aportar. Hay que dejarles hacer.
“Significado”: vendrá dado por lo que la actividad le aporta al estudiante para su desarrollo personal, tanto a nivel intelectual, como a nivel físico, social, ético o emocional.
Con sensibilidad conseguimos que el estudiante quiera hacer, goza de sentido lo que aporta él o ella y, lo que a él o a ella le aporta mide el significado.
Necesidad de confianza, motivación, comprensión y aplicación
Actualmente es habitual acompañar a la metodología con los términos “activa”, “eficaz” “innovadora”… La incorporación de términos sin la interpretación correcta, no produce innovación alguna. La respuesta a saber cómo se enseña, la encontramos en la pregunta “¿cómo se aprende?”.
La innovación para la enseñanza de la Matemática no se puede probar por los materiales y recursos que se usan para su aprendizaje, sino por las ideas que genera su vivencia, experiencia, uso y manipulación. La utilización de cualquier modelo, método, material o recurso físico, tecnológico o virtual, en la enseñanza de la Matemática, tiene como finalidad conseguir en el que aprende: dispuesta emoción, clara comprensión y correcta aplicación. Basar la educación matemática en la experiencia, el descubrimiento y la construcción de los conceptos, procedimientos y estrategias; más que en la instrucción. Disponer de recursos y materiales para potenciar la autoestima, la confianza, la seguridad…
Hay que admitir que no hay innovación sin comprensión. Esto exige, mostrar al aprendizaje de cualquier concepto, relación, algoritmo…, los fundamentos que dan sentido y significado a los porqués de los procesos.
La función del docente es preparar la mente del estudiante para reencontrarse con oportunidades que desarrollen la naturaleza expresiva de la comprensión. Sustituir el aprendizaje dependiente por un aprendizaje inteligente, que les permita tomar decisiones propias; cada niña y cada niño es un proyecto de vida con una exclusiva realidad personal y una necesaria motivación. Motivar es educar la admiración para proteger el deseo de aprender.
Para fomentar la creatividad y la innovación, no podemos elegir el “así” que más nos gusta: “así se habla”, “así se trabaja”, “así se hace…”, “así se suma”, “así…”, grabando en el cerebro del que escucha la idea de que no se puede sumar, hablar, trabajar o hacer de otra manera. La enseñanza tiene que ofrecer una atención a la diversidad desde una diversidad de atenciones, y ser capaz de hacer las mismas cosas de formas diferentes y cosas distintas de formas similares.
La herramienta indispensable para el que enseña es escuchar al que aprende. Escuchar es preguntarse: “¿Por qué hacen lo que hacen?”; “¿por qué dicen lo que dicen?”…; y encontrar respuestas. Escuchar es “dejar de oírte a ti”. Y, más que “oír lo que dicen”, escuchar es sentir lo que piensan. En definitiva, tener en cuenta que los imprevistos de las respuestas del aula no son obstáculos, sino caminos abiertos a los que hay que dar forma en función del objetivo.
La Numeración y Operaciones, la Geometría, la Medida, la resolución de problemas… son caminos para la creatividad y el razonamiento, que obligatoriamente se tienen que recorrer sin desencanto y con gran alboroto intelectual para el desarrollo del pensamiento lógico, operacional, algebraico, computacional y matemático. Y esto lo hace aquella persona que: confirma la autoestima, en los niños y niñas, para que se atrevan a hacer; y aporta confianza, porque saben cómo hacerlo. Conquista la duda con la sonrisa y convence con el respeto. No se pregunta “¿cuántos me siguen a mí?”, sino “¿a cuántos puedo seguir yo?”. No ocupa el tiempo en ver “¿qué tienen que memorizar?”, sino en averiguar “¿qué necesitan recordar?”. Le importa lo que saben aplicar para el desarrollo de su nivel competencial, y pone a disposición de los que aprenden el poder de la autonomía, la observación, el pensamiento crítico y la autocorrección.
Necesidad de ser y superarse
La formación inicial es escasa. Hay que ampliarla con cursos de formación continua y profundizar con postgrados que la completen. El desconocimiento de lo ordinario puede hacer que valoremos de extraordinario algo que -muchas veces- es demasiado corriente. El encuentro del docente con lo esencial derrota a cualquier insatisfacción y conecta, con el que aprende, desde el sentido de superación.
La formación inicial y permanente del profesorado debería favorecer en los docentes la preparación de, al menos, dos años antes y dos años después a la etapa a la cual dirigen de forma específica el desarrollo de su práctica docente. De este modo, se sabría “de dónde vienen” para partir de sus conocimientos y experiencias, y “hacia dónde van” para tener en cuenta sus necesidades. Por lo que la formación del profesorado debería constituirse no solo para una proyecto horizontal, sino también vertical.
Enseñar Matemáticas desde las necesidades del que aprende implica tener en cuenta la realidad del tú que es y no la del yo que quiero que sea. Hay que dejar de aprender desde el cerebro del que enseña, para empezar a enseñar desde el cerebro del que aprende.
José Antonio Fernández Bravo es profesor del Postgrado Universitario de “Metodología Didáctica para la Enseñanza de las Matemáticas en Educación Primaria”
Fuente: Magisnet