El mejor verano de nuestra vida
Con la llegada del verano y con los hijos más tiempo en casa, los problemas familiares se incrementan. Mayormente, esto ocurre por dos circunstancias. Una tiene que ver con la falta de una regulación clara de la vida familiar durante el resto del año. Y otra, por la falta de sintonía o empatía entre padres e hijos.
Las relaciones humanas están basadas en un ejercicio de compresión de las circunstancias personales de los demás y de la regulación de las posibilidades de lo que cada uno desea para sí. Cuando no se toman en cuenta las condiciones particulares de los demás y se quiere cumplir con los objetivos que uno se ha impuesto, antes o después, el choque entre las partes va a ser inevitable. Y esto es lo que ocurre en muchas ocasiones en la vida diaria de las familias durante las vacaciones escolares: niños y adolescentes que quieren cumplir con sus pretensiones estivales sin el acuerdo de sus padres, y padres que quieren reducir las actividades de los hijos en su deseo de un mayor control sobre ellos.
Como en las demás situaciones de la vida, el consenso, el hablar y comunicar los deseos y ver como estos se pueden llevar a cabo sin lesionar los intereses de los demás es el camino que se ha de emprender siempre. Y cuanto más diálogo halla entre todos en cualquier momento del año, mayor conocimiento habrá de cómo el otro va a reaccionar a nuestras propuestas y cómo se podrán evitar tensiones innecesarias.
Dar por supuesto que a uno siempre le van a admitir de buen grado el cumplimiento de sus deseos es, además de una falaz fantasía infantil, una total falta de empatía y consideración hacia ellos. Algo que muchos jóvenes y no tan jóvenes consideran de lo más natural gracias a que sus padres nunca les han impuesto límites o que han hecho por ellos todo lo que ellos deberían haber hecho por si mismos. Es decir, han asumido sus responsabilidades, sin pararse a educarles en que la vida es una propiedad individual de cada uno y en la que uno ha de hacerse responsable de sus logros y de sus errores en función de su personalidad y de sus circunstancias.
En demasiadas ocasiones, los padres piensan que su hijo tiene un concepto avanzado de lo que es la moralidad o de lo que es la educación, por lo que le dejan hacer lo que quiera. Esto es antinatural. Nadie nace aprendido ni para las cosas más comunes ni para la comprensión de los que es bueno y permitido ni lo que es malo o no aceptable por su sociedad. Por eso nos damos las leyes en la sociedad y, por eso mismo, los padres están sujetos a hacer lo propio en la comunidad familiar.
Con las nuevas leyes sociales, se ha rebajado el momento de decisión de los menores de edad sobre los aspectos que les afecten, pero eso no supone que los mayores no sigamos teniendo nuestra oportunidad de decidir lo que es bueno o malo para sus hijos. Pero lo debemos hacer con coherencia y sabiendo la responsabilidad que tenemos como padres.
Cuando en la familia no se da el consenso necesario, las administraciones pueden echarle una mano a través de múltiples fórmulas, como las figuras de los educadores familiares, presentes en la mayoría de los ayuntamiento de Galicia, o de los Gabinetes de Orientación Familiar, establecidos en en las jefaturas territoriales de Política Social de la Xunta de Galicia, y que están formados por un asesor jurídico, un trabajador social y un psicólogo. En ambos casos, los profesionales tratarán de ver que es lo que está fallando en la sintonía y que soluciones pueden aportar cada uno de los miembros para que la normalidad impere de nuevo. Peros estos son solo mediadores entre las partes, pero no ejercen ningún tipo de autoridad sobre ellos, por lo que la responsabilidad de sus actuaciones recaerá siempre sobre los componentes de la familia.
Así pues, pasar un buen verano va a depender de que los miembros de la familia colaboren en mantener la paz familiar, minimizando los problemas y previniendo las urgencias que se puedan dar. Tan fácil y tan difícil como eso es pasar el mejor verano de nuestra vida.
José Manuel Suárez Sandomingo