¡Por fin estamos de vacaciones!
Esta es la frase más repetida estos días por los estudiantes. Se acabaron los repasos, se acabaron los madrugones y se acabaron los exámenes. Pero, para la mayoría de los padres, este es un momento de gran agobio, pues encuentran que ya no pueden seguir conciliando de la misma manera y deben volver a reubicar todo el proceso de la vida diaria para que no se produzca la gran hecatombe. ¿O hay alguna solución para que su corazón no lata a cien por hora durante toda su jornada laboral?
Una de las soluciones que algunos padres encuentran para evitar su desasosiego es llevarlos a casa de los abuelos o dejarles a estos las llaves para que sean ellos quienes acudan a su domicilio para cumplir con el papel de padres sustitutos. En la mayoría de las ocasiones la inevitable cercanía entre abuelos y nietos hace que todo fluya de una forma más o menos espontánea, aunque todo dependerá de la edad de las dos partes y de la implicación que tengan para llevar a cabo sus distintas actividades, algo que no dejará de ser más o menos problemático dependiendo de la etapa en que se encuentren sus nietos o de sus caracteres.
De cualquier forma, como es natural, a más tiempo de convivencia más problemas se podrán producir, por eso es importante ser tolerante y respetar los tiempos del otro, o como diría mi padre “El más mayor tendrá ser más paciente y tener más sentido común”. No obstante, los nietos no suelen ver a sus abuelos como figuras disciplinarías, y sí como personas más tolerantes y afectuosos que sus propios padres. Algo que ha sido desde siempre una reivindicación transgeneracional de los abuelos: “No estamos para educar a los nietos sino para malcriarlos”, con lo que se eximen de tener una presencia coercitiva y, así, poder ser más generosos y afectuosos que ellos. Por su parte, los nietos ven a los abuelos con una mayor ternura y comprensión, lo que les hace ser más indulgentes con sus dificultades físicas y hasta poder convertirlos en sus más fieles confidentes. Sin embargo, para la tranquilidad de toda la comunidad familiar, todos deben arbitrar algunas normas de común cumplimiento de modo que el orden prevalezca y las buenas relaciones no se les vaya de las manos, generando un caos vacacional de imprevisibles consecuencias.
A los que no tengan padres, familiares próximos o vecinos con los que compartir los hijos, les quedará la solución de las opciones externas: campamentos o actividades varias, donde los niños y jóvenes tendrán que compartir sus tiempos fortaleciendo valores tales como la solidaridad, la confianza, la cooperación y el respeto personal y colectivo. En estos casos, todo está reglamentado de otro modo y los vínculos entre los participantes deben ser desarrollados desde lo que cada uno puede aportar desde su propia personalidad, lo que les deberá llevarles a ser más responsable de cada unos de sus actos.
Conciliar es un término que en vacaciones cobra un sentido sideral, pues todo el espectro de las relaciones normales durante el resto del año se trasmutan en algo nuevo y casi caótico, puesto que cada año, las cosas cambian y se produce todo un reinicio de cuestiones que parecían consolidadas. Y eso que hora, muchos ya optan porque los propios hijos les echen una mano para encontrar soluciones al caos, poniendo de su parte consultas por Internet.
Socialmente, queda mucho por hacer y concretar, aunque estos tiempos ya no son otros momentos todavía no demasiado lejanos en que ni las Administraciones ni las empresas podían ofrecer a los padres unas buenas opciones para las familias no entrasen en crisis.
José Manuel Suárez Sandomingo