La educación escolar necesita resintonizarse
Hace más de cinco décadas, en mis tiempos de estudiante de Pedagogía, la expresión de Marshall McLuhan “el aula sin muros” se convirtió en todo un paradigma de lo que debería ser la escuela del futuro. La verdad es que el pensador canadiense dio en el clavo en la cuestión escolar, al postular que la escuela debería abrirse a la sociedad y participar de sus conocimientos, metodologías y formas de tratar la información. Algo que hoy nos parece totalmente normal, pero que entonces no lo era. La escuela de entonces seguía concibiéndose desde un punto de vista durkheimiano, es decir, como la transmisión de la cultura de una generación a la siguiente, en la cual los sujetos partícipes del proceso ocupaban un lugar meramente pasivo frente al conocimiento disciplinar y libresco.
Como cualquier profano en materia educativa puede observar, ambos discursos están muy distantes entre sí, y mientras que uno cataloga la escuela como un foro de transmisión de contenidos prefijados, el otro postula que la inmensa mayoría de los conocimientos cambian con el tiempo por lo que deben ser abordados desde la temporalidad de la cultura y de los posicionamientos desde los que fueron concebidos. Es decir, la escuela deberá estar presente en el permanente enriquecimiento de los conocimientos sociales y esto sólo se logra cuando esta actúa de forma interactiva con todo lo que la rodea. En definitiva, cuando esta abierta y no tiene muros que anquilosen sus saberes e incluso sirve, a su vez, de verdadero laboratorio de experimentación.
Todo lo anterior viene a cuento de que tan solo hace unos días he participado en un debate radiofónico sobre si es o no acertada la postura del gobierno sueco de paralizar la digitalización de sus escuelas para volver a introducir en ellas el libro como elemento didáctico.
Los ciudadanos de países cuyos gobiernos plantean permanentes cambios legislativos en el ámbito educativo, muchas veces no acabamos de tener claras cuales hubieran sido sus consecuencias positivas o negativas debido a que casi nunca acaban de concretarse o normalizarse. Sin embargo, en el caso de Suecia, su modelo educativo es todo un referente mundial, debido a que sus cambios normativos no se producen de arriba abajo, sino de abajo arriba. Es decir, las decisiones de cambio son tomadas en base a las prácticas educativas propiciadas por sus maestros y profesores. Así que, cuando la ministra de Educación, Lotta Edholm, decidió paralizar su estrategia de digitalización escolar, lo hizo tras comprobar que la realidad de los datos académicos dejaba en evidencia que la comprensión lectora de los alumnos había empeorado sus resultados un año más, pasando de 555 puntos en 2016 a 544 puntos en 2023, y ello, a pesar de que estos se encontraban muy por encima de los 528 puntos de la media europea.
Para atajar este, aparentemente, breve declive, la responsable sueca reintrodujo los libros en las aulas. Un reto que ha abordado argumentos tan contundentes como: “Ninguna tablet podrá sustituir a los libros” o “en el futuro, el Gobierno quiere ver más libros de texto y menos tiempo de pantalla en la escuela”. Su objetivo es recuperar la política de “un libro por asignatura y alumno”.
Todo lo anterior puede parecer en cierto modo contradictorio, pero en la práctica no lo es. Está claro que hoy en día el mundo digital está muy presente en todos los ámbitos de los alumnos desde edades muy tempranas, y que estos le dedican mucho de su tiempo libre y de ocio. Algunos más que el tiempo que le dedican a sus estudios. Además, las nuevas tecnologías tienen un argumento muy potente para ellos: les permiten priorizar sus intereses personales sobre cualquier otro, a la vez que les dispersan su atención sobre cualquier otra necesidad de su vida cotidiana. A estos factores hay que sumarles también la insuficiente formación previa de la mayoría de los profesionales de la educación para poder abordar desde las nuevas tecnologías su trabajo escolar o que aquellos alumnos que ya disponen de medios tecnológicos en las aulas, no disponen de los instrumentos necesarios para reinterpretar los conocimientos que estos les imparten debido a que sus mentes no son capaces de asumir, organizar y analizar toda la información ofrecida en base a sus conocimientos previos.
Hasta ahora, la lectura y la escritura han sido los útiles con los que los escolares han venido trabajando la interpretación de los conocimientos escolares. Sin embargo, las nuevas tecnologías requieren de ellos el aprendizaje de unos nuevos instrumentos de codificación y decodificación de los conocimientos, lo que supondrá, primero, que los profesionales de la educación, y después, los estudiantes deban aprender a utilizarlos para, así, poder interpretarlos correctamente y con rigor los conocimientos basados en los nuevos formatos.
Todavía estamos en la fase de transición de la escuela clásica a la escuela tecnológica, algo de lo que los suecos parece que han tomado conciencia. Por eso, a veces dar un paso atrás, como han hecho ellos, puede servir para mejorar sus expectativas de futuro: un breve retraso en la puesta en marcha de las nuevas tecnologías en la escuela puede suponer un gran avance, si con ello se resintonizan todos sus componentes.
José Manuel Suárez Sandomingo