¡España no es racista!
No sé si es por el sacrosanto complejo de inferioridad que llevamos a cuestas o porque casi nunca hacemos un concienzudo análisis de lo que pasa cuando nos echan alguna maldad en cara. Que a un señor del fútbol le increpen unos hooligans del equipo contrario es algo que a este le va en el sueldo, máxime cuando estos creen que son el jugador número 12 y piensan que con sus insultos y salidas de tono le van a desmoralizar hasta el punto de hacer que ese no sea su mejor día frente al equipo de sus amores.
Pero si trascendemos este análisis poco ortodoxo y nos comparamos con nuestros vecinos, pronto observaremos que a ellos les ganamos por goleada en todos los campos de la amabilidad y del buen comportamiento. Así, los franceses, a los que muchos tienen por la personificación de la amabilidad y de la delicadeza, cuando se trata de temas culturales de allende de sus fronteras, enseguida hacen leña del árbol caído y del que todavía sigue en pie. Pero como son muy sibilinos, su rechazo en lugar de ser frontal, ellos lo matizan a través de sesgos culturales utilizando acciones o cosas que están prohibidas en la cultura a la que quieren denigrar, y, por ende, a sus hombres y mujeres. Por ejemplo, cuando quieren que en una reunión o en una fiesta no participen ni siquiera se presenten los musulmanes, a los que tienen un odio cerval, los anfitriones llenarán sus mesas de bebidas alcohólicas, pero su fervor por la cultura del vino, de los coñacs y de los champanes hará que esto lo vea el común de los mortales como lo más natural del mundo. Y para acompañar estas afrodisíacas bebidas, también estarán presentes los inevitables canapés de jambon blanc, como ellos llaman al jamón cocido, y de jamón curado, así como otras exquisiteces en las que se combinarán los productos porcinos con otros ingredientes, algo que los musulmanes no podrán ni tocar por estarles vetado por su Corán. De las sutilezas de los franceses con otras culturas da buena cuenta la película Dios mío, ¿pero que he hecho?, y su secuela. Unas filmes divertidos, sí, pero traducen para el gran público lo mal que llevan los franceses que alguien pueda rivalizar con ellos.
Veamos ahora como llevan el tema en cuestión los italianos. Éstos, durante los últimos años, se han decantado ampliamente por gobiernos de extrema derecha, en donde cuentan con varios partidos a los que poder votar y que, en la actualidad, están formando Gobierno con el de la señora Meloni. Y si antes era el señor Salvini el que no dejaba arribar los barcos humanitarios a sus puertos con cientos de inmigrantes que huían de la persecución y la pobreza, ahora es la señora presidenta la que advierte a propios y extraños de que estos no pasarán. Bueno, de que seguirán sin pasar, a menos que la Unión Europea se haga cargo de todos ellos, llevándoselos a cualquier otro país que de la comunidad europea que no sea Italia.
Y qué decir de los flemáticos ingleses que se han ido de la Unión Europea no sólo porque no aceptan de buen grado a los inmigrantes, sino porque tampoco aceptan a los europeos, ni sus normas ni su moneda ni su sistema de medidas ni…
Pero estos pueblos o países no empezaron ayer a considerar a los demás pueblos y naciones como atrasados y a sus culturas como de una menor entidad que la suya. De hecho, durante sus etapas de expansión, cuando conquistaban otros territorios lo hacían casi exclusivamente para explotar sus riquezas y a sus hombres y mujeres. Y aquí los españoles volvemos a ganarles en calidad de humanidad, ya que allí adonde fueron nuestros antepasados, hicieron lo mismo que habían hecho los romanos: darles su lengua y su cultura, a través de escuelas y universidades, instruyéndoles en todos los conocimientos de su tiempo y mezclándose con ellos en una simbiosis sin fronteras. De ahí nació la raza criolla. Y hoy, acogemos a los herederos de nuestras tradiciones, orgullosos y con espíritu de hermandad, igual que ellos nos acogieron cuando eramos unos inmigrantes.
Cualquier país conquistador que se pretenda comparar con España pronto verá que los dejamos atrás como un corredor de cien metros deja a un fondista. Así que los gritos de cuatro energúmenos no pueden representar a la mayoría de un país que ha sido consagrado por los siglos como uno de los grandes campeones de todo lo que se refiere a la humanidad y fraternidad con el diferente.
José Manuel Suárez Sandomingo