Pedagogía del bosque: “Necesitan respirar naturaleza”
Uno no ha visto suficientes películas si no se ha planteado la opción de dar la clase al aire libre cuando llega la primavera. Imaginamos a los alumnos sentados en corrillo, sobre la hierba, con las libretas y los lápices en el regazo mientras el maestro o maestra se come una manzana roja.
Pero la educación en la naturaleza, también llamada “pedagogía del bosque”, no consiste tanto en trasladar las clases regladas al aire libre, sino en aprovechar lo que esta ofrece para el aprendizaje en todas las edades.
Lo cierto es que, cuando uno tiene un mal día y no se aguanta ni a sí mismo ¿a dónde va? “Probablemente te conteste que a la playa, a perderse en el bosque” comentaba la psicóloga Iris Vidal a FAROEDUCA cuando exponíamos el cada vez más extendido Trastorno por Déficit de Naturaleza.
Parece coherente, en ese caso, que los espacios en la naturaleza sean también lugares donde estudiar, o a un mayor nivel, educarse.
Son muchos los que en los últimos años se interesan por las bosque escuelas, metodologías que introducen más elementos y espacios naturales como entornos de aprendizaje.
“Una definición que se podría circunscribir a “aula bosque” o “bosque escuela” sería la de entender el bosque como el espacio de aprendizaje en el que los docentes y los alumnos se ubican y encuentran los recursos para sus necesidades educativas” explica Noa Fernández, coordinadora de Foresta, un proyecto vigués autodenominado como Espacio de Aprendizaje Activo en la Naturaleza. “Nosotros trabajamos con ratios muy bajas, primando el juego libre en entornos abiertos”.
Pero también en centros ordinarios, en medio de la ciudad, esta se abre camino. Un ejemplo claro es el del Colegio Apóstol de Vigo, que en pleno corazón urbano levanta su bosque particular.
Así nos lo cuenta Rosana Souto, la directora de infantil del Colegio Xesuítas: “En el centro tenemos un bosque privado y cerrado, un recurso que antes usábamos esporádicamente los profesores de infantil, en juegos como búsquedas de tesoros, recogida de hojas secas para hacer manualidades… pero investigando sobre la neurociencia, la atención y el bienestar del niño, surgió la idea de centrarnos en el contacto con la naturaleza”.
La “pedagogía del bosque”, no consiste consiste en aprovechar lo que la naturaleza ofrece para el aprendizaje en todas las edades
Así, decidieron estructurar y dotar de mejores medios su bosque, para incluirlo en la rutina lectiva de todos los cursos. “Este año empezamos por infantil, con actividades que son más sensoriales y motoras, pero queremos desarrollarlo también en primaria y secundaria, más enfocado a la investigación y el estudio de ciencias naturales”.
Los profesores también se formaron, para poder sacar el máximo partido al terreno y hacerlo de forma segura: “Nunca va un solo profesor con un aula entera, procuramos que vayan por lo menos dos. Además, enseñamos a los niños a medir los peligros, no hacerse daño, saber poner límites…”
Y por supuesto, salta la pregunta ¿qué ocurre con el rendimiento académico? ¿Es la naturaleza un buen aliado en el campo lectivo?
“No se trata de rendimiento, sino de actitud” apunta Rosana en este aspecto. Como maestra del grupo de infantil, donde el temario no es tan rígido ni depende tanto de la memorización y los exámenes, se centra en explotar otro tipo de ventajas: “Siempre lo digo, los maestros de preescolar enseñamos lo más importante: el inicio de la lecto escritura. Y si acompañas ese aprendizaje con emociones y actividades lúdicas se convierte en algo positivo. En el bosque cogemos tablillas, piedras, palos, y dibujamos las siluetas de las letras, aprendemos a formar palabras. De este modo es mucho más atractivo para ellos”.
Y es que, como apunta Raquel Domínguez, pedagoga ambiental en Foresta, “la naturaleza provee situaciones, contextos y ambientes que son auténticamente educativos, sin necesidad de un supervisor del aprendizaje que lo gestione. Nace de lo espontáneo y de la casualidad. Y ahí debemos estar las educadoras, para acompañar y saber ver que esa situación se está dando. Es decir, el aprendizaje no es buscado, surge de forma natural, es estimulado por el entorno”.
Esa búsqueda de conocimiento y atención es parte de la curiosidad infantil, que aumenta en un entorno que para ellos es divertido y se sale de lo común: “Para ellos todo es aprendizaje, todo es búsqueda de información”, termina Rosana en este sentido.
Esa estimulación también se ve reflejada en su día a día, en un momento en el que los más pequeños cuentan con una gran inteligencia visual, debida al uso de las pantallas, pero “poco contacto con elementos auditivos, táctiles, como si hubieran perdido la capacidad de integrar toda la información de los sentidos.En el mundo natural manipulan muchas texturas (arena, piedras, hojas, piñas…), y reciben y analizan la información con sus propias manos”.
Conciencia ambiental
Al fin y al cabo, la naturaleza es el escenario básico sobre el que sucede la vida. Por eso, los espacios educativos son el lugar ideal para que crear un vínculo de conocimiento con nuestro planeta, un contacto que no se crea a través de un libro o una pantalla, sino de la relación directa con el entorno.
“Vivimos en un contexto de emergencia climática, una situación de adaptación a escenarios ambientalmente inestables e inciertos”, una idea sobre la que Raquel y Noa reflexionan habitualmente desde Foresta, donde intentan que todo el alumnado sea consciente “del medio en el que viven, y aprendan a amarlo y a cuidarlo”.
De este modo, y a través de la convivencia diaria en la naturaleza, los niños y niñas interiorizan la importancia del cuidado del medio ambiente y el respeto por el resto de los seres vivos, así como infinidad de aprendizajes fundamentales para la vida.
Entre ellos, las actividades que se pueden desarrollar en un contexto educativo pasan también por cultivar frutas y verduras y desarrollar hábitos de alimentación saludables, reconocer las plantas silvestres, comprender los distintos ciclos naturales (la vida, las estaciones, el universo…), la importancia del agua…
“En general, viven el apego y el desapego con lo material de una forma más orgánica. Además, tanto los materiales del bosque como los juegos en la naturaleza son agénero, no hacen distinción entre niños y niñas, y cada día les enseña que cualquier estereotipo que traigan de fuera no es real. Esto les aporta una sensación de libertad incomparable y un escenario abierto a todas las posibilidades”, terminan las educadoras.
Por último, aunque no menos importante, la naturaleza es el escenario ideal para el juego. Espontáneo, no estructurado y fundamental en la primera etapa del desarrollo. “Es vivir, experimentar y aprender con todo el cuerpo, de forma activa, desarrollándose en el mundo real, sin interferencias, sin límites arbitrarios impuestos”.