¿Por qué se suicidan los jóvenes de hoy?
En algunos artículos anteriores he hablado de la percepción que tienen los adultos sobre el suicidio de sus hijos, sus alumnos o los jóvenes en general, al poniendo su atención sobre las situaciones de riesgo a las que éstos se someten o tratando de elaborar protocolos que activen las alarmas que les prevengan sobre su destino fatal. Sin embargo, hoy me voy a centrar en algunos aspectos que los adultos pasan por alto sin darles demasiada importancia, pero sí lo son para los niños y jóvenes. Una falta de atención que, posteriormente, se puede transformar en verdaderas causas del problema, algo que se agudizará durante el transito del niño hacia su adolescencia.
Debido al escaso número de niños que hoy forman parte de las familias, estos son considerados por sus padres como objetos de deseo y capitales valiosos a los que no cabe poner en peligro ante ninguna circunstancia. Sin pensar, realmente, que los hijos son personas independientes a los que se les debe acompañar durante su desarrollo y a los que se les debe hacer crecer como personas sin intentar llenarlos de objetos prescindibles, y sí de valores y comportamientos que les hagan vivir cada momento como importante para su formación.
Un niño que ha sido sobreprotegido, al que sus padres han tratado de dárselo todo, incluso antes de que lo pida o lo necesite, llega a la adolescencia sin las armas necesarias para defenderse de los ataques de sus compañeros, por mínimos que estos sean, o para abordar las dificultades a las que se deba enfrentar en el mundo. Este niño buscará su tabla de salvación en el aislamiento, a la vez que rechazará la ayuda que pretendan ofrecerle sus padres, porque ahora ha empezado a pensar de otra manera y cree que ha de ser él quien las resuelva. Pero no sabe cómo. No le han dejado tener experiencias de fracaso y de frustración que le llevaran a probar alternativas distintas a las que le supuso su fracaso. Sus padres siempre han estado ahí para adivinar o acertar las soluciones.
A través de sus experiencias vitales, la vida les da armas a las personas. Y la tarea de los padres no es otra que la de ponerles límites a sus hijos para que el desarrollo de esas experiencias sea lo menos traumática posible, pero no abortarles unas pruebas de vida que les permitirán madurar. A ellos les corresponde también estar presentes para que sus hijos expriman el mayor provecho de sus ensayos personales. Por eso, cuando un niño ha experimentado la frustración y ha tratado resolver el problema de otro modo, cobra una autonomía personal y se siente orgulloso de su valía. Es decir, incorpora la resiliencia a sus capacidades mentales y, en consecuencia, mejorará comportamiento y habilidades futuras.
Por el contrario, el niño que no afronta sus fracasos y que espera que se lo solucionen todo los demás, vivirá el mundo como algo peligroso y se abstraerá de él y, en el peor de los casos, dirá como Sartre: “el infierno son los otros”. Así afrontan el mundo aquellos niños que llegados a la adolescencia quieren dejar de ser niños, pero saben crecer como unos jóvenes que intentan cubrir sus necesidades por sí mismos y que saben valorar lo que tienen para desarrollar el adulto que llevan dentro.
En el otro extremo opuesto a los padres sobreprotectores están los maltratadores: personas que en ningún momento han tratado de abordar eficazmente el rol paterno y para los que los hijos son una carga y una molestia. Algo que, en nuestra sociedad, se viene produciendo con demasiada frecuencia, y sé muy bien de lo que hablo por mi experiencia profesional. Padres que no han crecido con las orientaciones debidas por parte de sus progenitores y que ahora no pueden cumplir como verdaderos padres, lo que les lleva a descargar su responsabilidad sobre cualquier persona o institución que quiera hacerse cargo de sus hijos. Estos padres maltratadores por presencia o ausencia hacen que sus hijos acaben mendigando su falta de cariño en otras personas, o que, simplemente, terminen pensando qué hacen ellos en el mundo. Y muchas veces este pensamiento no lo compensan de otro modo que quitándose de en medio, pensando que su única solución es el suicidio.
José Manuel Suárez Sandomingo