Ni mejores, ni más felices: la paradoja de las familias helicóptero
Perfectas y lustrosas calabazas de Halloween, dignas de Art Attack, el famoso programa de manualidades que gozó de gran popularidad en la década de los 90, pero difícilmente elaborados por niños y niñas de entre cinco y nueve años, llegaron la pasada semana a parte de las aulas de Infantil y Primaria viguesas para volver a poner sobre la mesa un debate que va mucho más allá de esta época del año y que concierne a docentes y familias a partes iguales: ¿les ayudamos realmente cuando hacemos sus proyectos por ellos?, ¿somos, sin saberlo, padres helicóptero que sobrevolamos en exceso a nuestros hijos?, ¿cuáles son las consecuencias?, ¿qué debemos hacer como docentes en nuestra tutoría?
Familias helicóptero
¿Qué son?
Cada vez más escuchamos hablar de familias helicóptero como resultado de la tendencia actual a sobreproteger a los niños. El concepto hace referencia a madres/padres/adultos de referencia que sobrevuelan constantemente a los niños.
¿Qué actitudes implica?
Llevarles las mochilas, estar pendientes de sus agendas las 24 horas del día los 7 días de la semana o hacerles sus proyectos escolares son algunos de los ejemplos más repetidos, además de controlar cada actividad que realizan.
¿Qué riesgos conlleva?
Los expertos coinciden en que sobreproteger a los niños puede condicionar su desarrollo emocional, con problemas para su autonomía, autoestima y tolerancia a la frustración. Es importante dejar que se enfrenten a los desafíos propios de su edad con la “ayuda mínima necesaria” por nuestra parte.
Quiero que mis hijos aprendan a sacarse las castañas del fuego
“Creo que podemos guiarlos, comprarles el material e incluso darles ideas, pero debemos dejar que sean ellos quienes se hagan cargo de sus tareas. Muchos no lo hacen porque quieren ver resultados brillantes, impropios de las capacidades de niños de cinco años. No respetamos las etapas y entramos en una espiral de competitividad en la que nadie quiere que su hijo sea el que presenta el peor trabajo. Luego acabamos haciéndoles nosotros la matrícula de la universidad con 18 años; es una contradicción”, opina en esta línea Lucía, madre de un niño de 9 años; y lo mismo piensa Isabel, con un niño de 8 y otra de 5: “Yo creo que se trata de que lo hagan ellos; porque además es que les gusta, se sienten orgullosos. Si de repente les dices: ‘No, deja, que lo hago yo’, es como si les estuvieses diciendo que ellos no pueden, que su visión no vale, eso tiene que ser muy malo para su autoestima”, aventura para ir más allá: “Quiero que aprendan a enfrentarse a situaciones nuevas y a resolver por sí mismos su propios conflictos; si no lo hacen, ahora, ¿cuándo?”. A su lado, María, madre de una niña de 4 años, también asiente: “Por supuesto, todo adaptado a su edad, y hablando mucho con ellos y explicándoles las cosas, claro, pero tienen que ir aprendiendo a sacarse ellos las castañas del fuego porque la vida es así”.
La ayuda mínima necesaria
“Hai un famoso aforismo que di: ‘Prepara ao neno para o camiño e non o camiño para o neno”. El reconocido psiquiatra gallego y coordinador de Programas de Prevención e Promoción de Saúde Mental en el Sergas Alexandre García Caballero les da la razón y apunta a la importancia de prestar a nuestros hijos e hijas la “ayuda mínima necesaria” para su correcto desarrollo.
Alexandre García, coordinador de Programas de Saúde Mental no SERGAS: “Cada vez que lles prestamos máis axuda da que precisan, estamos roubándolles un anaquiño da súa autonomía e unha medalliña para a súa autoestima”
“Cal e esa axuda mínima necesaria? Pois depende do neno e, para sabelo, o único camiño que temos é ir probando constantemente. Os papás e as mamás facémolo coa mellor intención do mundo, pero, cada vez que prestamos máis axuda da necesaria, estamos roubándolle un anaquiño da súa autonomía e unha medalliña para a súa autoestima. Desde esta perspectiva, é posible que nos resulte a todos máis doado ceder á tentación de deixar de ser helicópteros”.
Y es que tiene claro el experto que no se trata ahora de ponerse a pontificar o a señalar casos concretos porque “este non é un problema dos papás ou das mamás, senón de toda a sociedade. Atravésanos a todos”.
Marta Freire, psicóloga educativa: “Los niños pequeños tienen que equivocarse y sentir todo el arco de emociones, las agradables y las que no lo son tanto, porque es la única forma de que puedan gestionarlas en el futuro”
Ocurre, explica el psiquiatra, que el mandato social ha cambiado en el último medio siglo y que ahora criamos a nuestros hijos con el único objetivo de que sean “felices”, una misión que, a priori, vuelve contraintuitivo ponerles límites o dejar que experimenten emociones negativas cuando precisamente resultará clave para su salud mental que aprendan “a frustrarse debidamente e que asuman que non sempre a realidade vaise axustar aos seus desexos”, dando lugar a una especie de paradoja: les sobrevolamos en exceso para que sean felices y mejores, pero corremos el riesgo de conseguir lo contrario.
Así es la vida
“Los niños pequeños tienen que equivocarse y sentir todo el arco de emociones, las agradables y las que no lo son tanto, porque es la única forma de que puedan gestionarlas en el futuro. Si no, ¿qué les estaremos diciendo? Que van a conseguir absolutamente toda lo que quieran cuando lo digan; y eso en la vida, lo sabemos todos, no es así”, sonríe la psicóloga educativa y coach gallega Marta Freire, que, en el caso concreto de las tareas escolares, lo tiene claro y aconseja que nos planteemos dónde estamos poniendo el foco: si en nosotros — el resultado, en el que dirán— o en los niños — su proceso de aprendizaje— para dejar que sean ellos quienes se responsabilicen de sus tareas.
Julio Díez Escolante, responsable de Anpe Galicia: “Como docentes, debemos ser honestos con nuestros alumnos y sus familias, calibrar las tareas y animarles a que impulsen su autonomía”
“Una cosa es apoyar y acompañar, por supuesto, ellos tienen que saber que estamos a su lado si nos necesitan; y otra muy distinta es despojarlos de sus responsabilidades y de su derecho a la autonomía”. Una actitud, cuenta, con la que corremos el riesgo de volverles dependientes y transmitirles que “no son capaces”, con el consecuente impacto en sus habilidades blandas y capacidades futuras.