Los menas, unos jóvenes a los que España no puede renunciar
Mucho se ha hablado de los menores extranjeros no acompañados (menas) desde que Vox tomó una cierta entidad en la política nacional. Y como buen partido xenófobo, este siempre ofrece su consideración sobre estos jóvenes en función de sus costes para España o fijándose en ellos como promotores de actos delictivos. Pero ninguna de estas valoraciones económicas y éticas los definen realmente.
Estos menores son los mismos jóvenes que un día lo fueron nuestros bisabuelos o abuelos en el momento de emigrar al otro lado del océano Atlántico con el fin de fijar su destino vital en países más prósperos que la España de entonces, como eran Cuba, Argentina, Uruguay, Venezuela o Brasil o, cuando lo hicieron nuestros padres o vecinos a muchos países de Europa. A aquellos menas, como a estos, solo les quedó la oportunidad de coger sus escasas pertenencias y poner rumbo a un destino que les mejorase sus vidas y las de las familias que dejaban atrás.
Dejar salir de sus hogares a unos niños de entre 12 y 17 años es algo que a ningún padre de nuestro primer mundo se le pasaría por la cabeza, pero ellos, padres e hijos, son plenamente conscientes de que a esas edades ya cuentan las armas necesarias para afrontar cualquier dificultad de la vida -o, al menos, de la vida que llevaron hasta entonces-. Algo que también creyeron los padres de nuestros bisabuelos, abuelos y padres cuando pusieron a sus hijos en manos de destinos totalmente desconocidos.
Los menas que cruzan hoy las fronteras de varios países para poder llegar hasta otros más prósperos no son ninis, sino jóvenes plenamente conscientes de que su vida y su futuro no se encuentran protegidos en unos países que sufren guerras, hambrunas o frecuentes faltas de recursos para poder subsistir.
Los menas de hoy, como nuestros antepasados, han vivido desde su nacimiento la solidaridad de su comunidad, pues ellos han tenido que compartir con ella los escasos recursos de que disfrutaban. Una idea de colaboración que les ha hecho comprender que, cuando accedan a su nuevo destino, deberán hacerles llegar a sus comunidades todo aquello de lo que disfruten en primera instancia. Y si se han sentido bien acogidos por las personas de sus destinos, también acabarán devolviéndoles mucho más de lo que les han aportado.
La precariedad hace que las personas afronten riesgos no descritos y futuros inciertos; es una necesidad que les confiere un coraje próximo al heroísmo, apartándoles de las rutinas habituales y de sus espacios de confort. Muchos educadores de los centros de capacitación e integración de estos jóvenes se sorprenden todos los días de la enorme facilidad y disposición con que estos afrontan sus nuevos aprendizajes culturales y lingüísticos. Y es que cuando uno desea que su vida cambie, se siente motivado e inclinado a experimentar y a arriesgarse.
Pero, si queremos valorar a nuestros menas por lo que nos ofrecen, no tenemos más que echar un vistazo a nuestro alrededor para observar cómo ayudan a una persona mayor a andar por la calle, ponen cafés en un bar o sirven comidas en un restaurante, trabajan en cualquier obra pública o son dependientes en un hipermercado o en cualquier comercio, ofreciéndonos, a la vez, una sonrisa de agradecimiento.
Y si aún nos quedara alguna duda de si vienen a nuestro país para robar o trastornar nuestro sistema de vida, tendremos que mirar que nuestra economía está cada vez más necesitada de la población extranjera, debido a que muchos puestos no acaban de ser cubrir por los españoles, una situación que sigue creciendo y que sólo podrá lograr estabilizarse gracias a la llegada de los menas y de adultos extranjeros que amparen nuestra escasísima natalidad y que ya lleva tiempo anunciándonos un futuro sin relevo generacional.
Así que, si muchos países de nuestro entorno han tenido que reconocer desde hace tiempo la necesidad de manos y cerebros extranjeros para seguir manteniendo sus economías y niveles de vida, no debemos ser nosotros los que los rechacemos, a pesar de lo que diga o asuma como estrategia un partido que no mira por los autócnos ni por los foráneos. España siempre ha sido un lugar de tránsito y de establecimiento de poblaciones y culturas ajenas con las que ha convivido. Y hoy puede seguir siendo ese país de acogida de extranjeros, algo de lo que debemos enorgullecernos. Y en esta ecuación, los menas son los que más pueden aportar, por su juventud y por sus ganas de integrarse y de formar parte de su nuevo país. Y si Vox quiere dejarle las manos libres al Partido Popular para que los integremos, bienvenida sea su decisión.
José Manuel Suárez Sandomingo