El juego es una cosa muy seria, … sobre todo para los niños
Desde siempre, el juego fue considerado una actividad propiamente infantil, un complemento para el desarrollo de todo lo relacionado con los procesos educativos integrales que el individuo necesita para su realización como persona. Sabemos que cuando un niño está empezando a expresarse, cuando su edad no le permite verbalizar de manera comprensible los mensajes que el medio le sugiere, lleva ya acumuladas tantas experiencias lúdicas que puede ser considerado como un jugador experto. Por lo tanto, no se trata ahora de hablar de preponderancia del juego como factor básico en el desarrollo del niño desde la perspectiva psicológica, sobre todo porque caeríamos en un reduccionismo injustificable, sino como un factor cultural. El juego es para los niños una forma cualitativa de vivir el ejercicio genuino de su libertad y una necesidad de autocreación del mundo. A través del juego el niño se pone en contacto con la realidad, la asume y la transforma según su nivel de comprensión. Cuando está jugando, está comprendiendo los procesos relacionales, tanto con los iguales como con todo aquello que está en su entorno, está estableciendo las normas morales y sociales por las que se rige su sociedad y su cultura. Pero, ante todo, los niños y las niñas buscan ese carácter lúdico que tiene el juego y que les permite evadirse de todos aquellos procesos estructurados que les son próximos. El niño logra entonces aparcar por un momento las tareas imprescindibles de su vida: comer, dormir, estudiar, …
Ahí una frase de un autor del que no recuerdo ahora el nombre que decía que los adultos somos niños con juguetes más caros. Una de las interpretaciones que me sugiere esta frase es la de que el proceder de los adultos está basado muchas veces en ese aprendizaje que hicieron cuando eran niños, mediante las pautas de comportamiento adoptadas a través del juego. Unas pautas que forjan su carácter por medio de la búsqueda de las habilidades y estrategias que definen nuestras relaciones con el mundo. El juego es un verdadero ejercicio creador del desarrollo a través de la creación y la acción personal y grupal. Hace compatibles la diversión, la creación y el aprendizaje, además de potenciar el placer por lo cotidiano, por lo que parecía rutinario e incómodo, al darle nuevas formas y nuevos modos de interpretación.
Hoy sabemos que un apego seguro aumenta la exploración del niño, su curiosidad, la busca de soluciones a sus problemas. El juego y las relaciones con los compañeros, le permiten al niño y a la niña una apertura mayor y más positiva al mundo, una mayor confianza en sí mismos, en los demás y en el hecho de sentirse amado.
Por todo ello, nuestro deber, como adultos, es ser conscientes de las tareas que el juego desempeña para infancia y para su futuro, y, por ello, reservarle una parte de nuestro tiempo a jugar con ellos, con los hijos. Un tiempo en el que, además, podremos deleitarnos nuevamente con ese juego lúdico y sin compromisos trascendentales. Esos compromisos que nos atan a una realidad que muchas veces no nos da respiro y en la que todo parece ser importante y de cumplimiento imponderable. Quizás entonces seamos capaces de retomar esos momentos olvidados y que nos permitan darle nuevos alientos a nuestras vidas. Unas vidas muchas veces parasitadas por la atención pasiva ante el televisor o centradas en Internet o ante exigencias circunstanciales que no compensan los esfuerzos que nos requieren. Jugando con los niños no perdemos el tiempo, ellos nos lo agradecen, ya que es siempre una de sus grandes demandas en la actualidad: poder compartir más tiempo con sus padres, con sus mayores.
Si como pesamos que el juego es algo insustituible en la vida de los pequeños y un lugar y de eterno retorno para nosotros, estamos obligados a hacer un alto en nuestro devenir, reflexionar y posicionarnos a favor de él. La sociedad actual tan centrada en el desarrollismo tal vez necesite de un cambio hacia la recuperación de lo más personal, lo más íntimo y lo más auténtico, el poder de las relaciones humanas en su sentido más afectivo. Un poder que también se puede enriquecer a través del juego.
José Manuel Suárez Sandomingo