El drama de la adopción
Estos días pasados ha ocurrido un hecho muy doloroso no sólo para la familia que lo ha padecido sino para la sociedad, en general. Me estoy refiriendo al asesinato de una madre por su hijo. Un niño que una pareja española había traído junto a su hermano para transformarlos en sus hijos adoptivos. Nada fuera de lo común en nuestra sociedad. Miles de niños cambian sus destinos todos los años para incorporarse a unas familias que biológicamente no son las suyas. Un proceso muchas veces que es causa de dramáticas percepciones vitales.
Por un lado, los niños y las niñas que se encuentran en proceso de adopción han pasado por el dramatismo, cuando no la tragedia, de perder a sus padres, bien por su abandono, maltrato, abuso o fallecimiento. Y cuando hablamos de los niños que son traídos de países del tercer mundo para ser adoptados por padres y madres del primero, sus situaciones vitales todavía son más alarmantes, pues muchas veces ni siquiera los servicios sociales de aquellos son capaces de acogerlos, teniendo que ser las onegés mediadoras (Organismos Acreditados para la Adopción Internacional u OAA) las que no sólo regularicen su situación adoptiva sino también sus medios de existencia en los centros de acogida hasta que se produzca su traslado a sus nuevos hogares.
Por otro lado, se encuentran los futuros adoptantes. Unas personas que quizás hayan pasado por varios ciclos igualmente penosos y cargados con muchos sinsabores. El primer ciclo para muchos de ellos es el de no haber podido concebir hijos por sus propios medios biológicos. Lo que habrá puesto en entredicho sus posibilidades de ser padres y acarreado múltiples frustraciones, a la par que muchas visitas a médicos para entender lo que impide la concepción. Si la idea de tener descendencia permanece entre sus prioridades, se inicia un segundo ciclo en el que uno de los dos se somete a la clínica de la fecundación por reproducción asistida. Y cuando esta no logra los objetivos deseados, y después de muchos desalientos, a los potenciales padres les queda someterse a un tercer ciclo, en el que ya se dejan de lado los aspectos clínicos de la concepción para avenirse a la consideración de los técnicos y las autoridades reguladores del proceso de adopción. Estos determinarán su validez para ser padres a través del análisis de consideraciones tales como la estabilidad de sus relaciones, la capacidad de mantenimiento del hogar con su nuevo miembro y todo un cúmulo de aspectos que a muchos les podría parecer una intromisión en su intimidad, pero con los que se trata de ver cuáles pueden ser sus dinámicas ante circunstancias por las que van a pasar a partir de entonces.
En ambos casos, la espera de su idoneidad para ser hijos y padres adoptivos por parte de las administraciones gestoras de todo el proceso se hace excesivamente larga tanto para sus ánimos como para sus años de vida. Para los niños, el hacerse mayores devalúa sus expectativas de lograr ser adoptados, pues la mayoría de los adoptantes priorizan los que todavía están en la primera etapa de su infancia, es decir, niños de entre 0 y 6 años. Mientras que para los padres adoptantes el cumplimiento de años hace que decrezcan sus esperanzas, puesto que a partir de cierta edad, las leyes ya no transigen con la adopción. A esto habría que sumarle otras situaciones que en su devenir vital la harían imposible, como la separación, cuando es una pareja, o la merma de sus posibilidades económicas.
A todo lo anterior hay que agregarle las cábalas que sobre sus futuros padres e hijos hacen cada una de las partes y que pueden aminorar o agrandar sus expectativas. Pero cuando todo concluye, no es el momento para que la administración se pueda retirar de su labor mediadora, pues este va a ser el más delicado de todos. Y en Galicia, las familias adoptivas no cuentan con consultores o asesores de la administración para resolver las muchas dudas que todos los días les asaltan y para los que no poseen las respuestas adecuadas. Muchas administraciones españolas y de otros países sí se ponen a disposición de las familias adoptivas para resolver no sólo las dudas sobre el crecimiento de la adaptación de los niños a sus nuevos padres, sino también sobre los procesos culturales en los que se han visto inmersos y que ahora extrañan o no comprenden en su nuevo estatus.
Es verdad que las leyes tanto nacionales como internacionales recogen que los procesos de incorporación y de adopción deberán ser evaluados y, en el caso de las internacionales, transmitidos a los países de origen de los niños, pero estos son informes de oficio por parte de las propias administraciones. Sin embargo, en Galicia todavía faltan equipos de apoyo y supervisión para las familias adoptivas, que en muchos casos les pueden resolver temas o consideraciones que sus miembros adultos no llegan a comprender y que pueden desembocar en una tragedia como la ocurrida la semana pasada, en que la intransigencia de la madre ahogó las posibilidades de sus hijos para no ser sólo sus hijos, sino también personas autónomas y bien integradas en su medio social.
José Manuel Suárez Sandomingo