Las actividades extraescolares
Si hay algo que trae de cabeza a los padres con el inicio del nuevo curso escolar es cómo conciliar sus tiempos de trabajo con los escolares de sus hijos. Esto es algo que ocurre desde hace más de treinta años. Es decir, desde que se aprobó la LOGSE y que se empezó a ponderar cómo se debería enfocar la actividad académica para mejorar los procesos educativos escolares y familiares de los niños.
Por entonces, el hecho de que los niños pudieran tener tiempos dedicados a hacer actividades más allá de los estudios reglados parecía algo importante para su formación. Los primeros centros en tomar la decisión de establecer la jornada única fueron los públicos de las ciudades. A partir de entonces se generó toda una ola de incorporaciones a este tipo de jornada, a la vez que crecía la oposición de los padres que, en el caso de poder escolarizar a sus hijos en un centro privado o concertado, acababan, en su mayoría, optando por esta solución.
En parte, su decisión tenía que ver con que, en su entorno, no existían otras personas o entidades que se pudieran encargar de sus hijos fuera del horario escolar. En muchos casos, eran los abuelos o vecinos y vecinas sin jornadas laborales vespertinas los que se hacían cargo de ellos o las ampas, cuando éstas organizaban en los centros escolares actividades con profesionales de diversas áreas para que dinamizaran el tiempo libre de sus hijos. Por fuera de la escuela también surgieron nuevos centros dispuestos a dar respuesta a la necesidad de tener ocupados y atendidos a niños y niñas fuera del horario escolar. Pese a todo, aún quedaron muchos alumnos y alumnas que no disponían de familiares que se pudieran hacer cargo de ellas o de padres que pudieran pagarles algún tipo de actividades externas. Fueron los llamados niños llave, es decir, niños a los que sus padres debían darles una llave para que, en el mejor de los casos, permanecieran encerrados en casa, mientras ellos no finalizaban su jornada. Y digo en el mejor de los casos, pues estar horas y horas sólo en casa incentiva el aburrimiento y, como dice el refrán: la ociosidad es madre de todos los vicios. Y muchos niños, lejos de poder concretar su tiempo libre en algo positivo, se volvían adictos a la televisión, a los juegos de ordenador o salían a jugar o hacer otro tipo de actividades en la calle, lejos del control de cualquier adulto.
Así las cosas, y aunque para el tema de la jornada intensiva, esta no es la única causa, el abandono escolar de jóvenes de entre 18 y 24 años se situó en España en el 13,9% en el 2022, casi cinco puntos por encima del fijado por la Comisión Europea (9%). Y eso, a pesar de que, desde hace una década, se ha conseguido reducir este porcentaje a la mitad.
Quizás sea del todo imposible que la jornada partida vuelva a establecerse y que ni los profesores ni las administraciones educativas estén mucho por esta labor. Unos, por la imposibilidad de seguir disfrutando de las tardes de forma completa y, otras, por el mayor gasto que la vuelta a la jornada partida les supondría en transporte escolar y comedores. Sin embargo, habrá que hacer una revisión y reflexión sobre muchos aspectos del proceso educativo para que se puede revertir este problema y España pueda contar con un mayor número de egresados del sistema educativo, con una mayor formación y, por tanto, con mejores condiciones para afrontar su vida a todos los niveles.
Entre las opciones a las que habría que dar cabida, están que las actividades de tarde se puedan llevar a cabo mayormente dentro del espacio escolar, bien sea con el propio profesorado o con personal externo contratado al efecto, y que, en cada centro, éstas se adecúen tanto a las necesidades de su alumnado como a sus habilidades, de forma que se consideren atractivas para ellos. El esfuerzo económico al que se verán sometidas las administraciones educativas españolas podrá ser compensado, al menos en parte, por los fondos establecidos por la Unión Europea para este tipo de exigencias.
No se trata de descargar la responsabilidad de las actividades extraescolares únicamente en las escuelas, pero sí de poder hacer que la brecha existente entre las familias que no pueden pagárselas a sus hijos y las que sí pueden hacerlo no sea cada vez mayor. Y en este tema estamos hablando de un 30% de familias a las que los estudios de sus hijos les supone una importante carga para su economía doméstica. Reducir la tasa de abandono y mejorar la educación de las futuras generaciones es un todo un compromiso social que, como sociedad, estamos obligados a lograr.
José Manuel Suárez Sandomingo, Presidente de APEGA
Fuente: Carriola de Marín