La desaparición de la niñez
Hace ya muchos años, más de cuarenta, Neil Postman publicaba un libro titulado con la misma frase que yo he elegido para este artículo. Y la verdad es que a mí esta obra me impactó bastante en aquel momento y, ahora, su relectura vuelve a hacerlo. En ella, Postman no sólo barajaba las causas de la desaparición del concepto de infancia como se había concebido hasta entonces, sino que incluso presuponía o planteaba las consecuencias que podrían tener en su futuro elementos como las nuevas tecnologías, que, en aquella época, todavía se encontraban en sus inicios.
Pero, vayamos por partes. En primer lugar, hemos de decir que durante las décadas de los setenta y ochenta, la juventud estaba perfeccionando sus propios modelos culturales a partir de los movimientos musicales y estudiantiles, lo que produjo todo un torbellino de nuevos derechos (participación social, asociacionismo, posicionamientos culturales y políticos, etc.). Unos derechos que pronto acabarían siendo reconocidos mundialmente a través de la Convención de los Derechos de la Infancia. Una infancia que, según la propia carta, abarcaba desde el nacimiento hasta los 18 años, edad la mayoría de las legislaciones democráticas fijaba como aquella en la que las personas alcanzaban su etapa adulta.
Pero, como las leyes siempre van a rebufo de las novedades sociales, durante los años 90, el grupo de “infantes” de la Convención empezó a disgregarse, estableciéndose agrupamientos de niños, adolescentes y jóvenes, con el fin de generarles normas adaptadas a sus necesidades y perspectivas.
En 1999, me pidieron que participara con una conferencia en un foro sobre la Convención de los Derechos del Niño. En ella mencionaba que si, como había apuntado Ellen Key, el siglo XX había sido el Siglo del Niño, en general, se podía postular que el XXI sería el de la Niña, en particular. Esta no era una predicción aventurada, puesto que creía que, si durante las últimas décadas del milenio, la mujer había logrado crear un estatus social propio gracias a su apertura al mundo laboral, a su posibilidad de poder regular el momento de la concepción o a su derecho al voto, esto haría que las futuras generaciones de niñas tuviesen mejores formas de conseguir que sus vidas fuesen totalmente independientes, al ir obteniendo mayores posibilidades educativas y laborales, mayor autonomía sobre sus responsabilidades y un mayor empoderamiento social.
Pero para lograr estos nuevos objetivos, ellas también deberían recorrer un camino lleno de vericuetos y conflictos. Y en eso está ahora la nueva generación de jóvenes, tratando de definirse como personas y como grupo. Algo que, como es natural, tiene una acción a favor y una reacción en contra por parte del resto de las personas y grupos sociales con los que conviven. Así, por ejemplo, si una joven o un grupo de chicas quieren vestir, peinarse o maquillarse de una determinada manera, esto provocará la empatía y aprobación de muchos de sus coetáneos; a la vez que la crítica y estigmatización de otros. Y sólo el tiempo dirá si las novedades expuestas tendrán continuidad, desaparecerán o se transformarán en algo más admisible y asimilable por todos.
Un caso extremo de todo esto es el momento de hipersexualización que muchas jóvenes están adoptando y que no sólo se contempla entre ellas, sino que llega hasta la propia infancia, rompiendo de este modo la línea que parecía separar a ambas etapas. Y así vemos cómo niñas de siete, ocho o nueve años son llevadas por sus propios padres a certámenes de belleza en los que las presentan como lolitas o jóvenes que deseasen conseguir una atracción sexual para la que no están todavía preparadas.
Marcar socialmente los límites de cada etapa sigue siendo, a pesar de todas las modas, algo muy necesario si no queremos que todo el trabajo normativo realizado en atención a las necesidades de cada grupo se desmorone como un castillo de naipes.
Preconizar actitudes y valores para los que nuestros niños y niñas todavía no están preparados puede llevarnos a consecuencias para las que ni nosotros, como adultos, ni ellos, como niños o jóvenes, seremos capaces de resolver adecuadamente.
José Manuel Suárez Sandomingo