¿Qué quieres ser de mayor?
En algunas ocasiones se percibe que ciertas personas, cuando hablan de los mayores, los califican como individuos inservibles, a los que no hay que prestar demasiada atención. Y la verdad, yo que convivo con bastantes mayores, les envidio sus ganas de vivir, de querer seguir siendo útiles y que aún mantengan la idea de detenerse ante ciertas personas para ver cómo desarrollan una tarea y proyecten con su mirada la misma ilusión y el mismo deleite que un niño cuando ve algo por primera vez.
Si, por circunstancias de su vida, ese mayor se encuentra en una residencia, la visión que muchos adoptan sobre él o ella es todavía más negativa, porque entienden que depende de otras personas para llevar a cabo su vida diaria. Pero esté en una residencia, en su casa o en la de sus hijos, él y ella siguen siendo los mismos; lo único que parece no cambiar es la visión distorsionada de algunos. Y en estos “algunos” incluiría desde las Administraciones que no ponen los medios para que esta perspectiva cambie hasta los que se ocupan de ellos y los defraudan no cumpliendo con la función de incorporarles a programas adaptados a sus necesidades y posibilidades o hacer que permanezcan lo más activos e integrados posible en sus entornos.
A los mayores más activos se les pueden ofrecer todo tipo de ideas para que sigan desempeñando sus capacidades, como blogs en los que difundan sus vivencias, ya sea de su vida anterior o de la presente, o materiales que les permita investigar nuevos aspectos que les hagan disfrutar de cosas de las que no se pudieron ocupar anteriormente. A los que ya no cuentan con algunas de sus capacidades, se les podrá ofrecer tareas en las que, con alguna ayuda, puedan entretener su tiempo y gozar aún más de su vida cotidiana y, por último, a aquellos que ya han perdido facultades importantes, se les podrá hacer propuestas sensitivas que todavía les saque alguna sonrisa y algún sentimiento de placer.
Dicen que una vez viejo, dos veces niño. Y es cierto, las personas mayores, como los niños, cuando se les presta atención, dan todo de sí, aportándoles a los demás la plenitud de sus capacidades, su experiencia y lo que a muchos de los demás adultos nos falta: su paciencia para escuchar y enseñar.
Seguramente algunos conocerán la historia de una persona que, hablando con su hijo, le comenta cómo le ha ido cambiando la concepción de su propio padre a lo largo de su vida. Este le comienza diciendo que cuando él tenía seis años lo veía como a un supermán: un hombre que sabía de todo y al que nada ni nadie le desafiaba; a los dieciséis, le veía como a alguien que seguía en el mundo, pero sin entender la complejidad que este suponía; a los treinta y seis, percibía, sin embargo, que era alguien con el que aún se podían compartir ciertas cosas, en las que podía ayudar o dar algún consejo beneficioso. Pero cuando ya había cumplido los sesenta y seis, y ya había pasado por muchos avatares de la vida, sólo podía pensar en lo mucho que le echaba de menos, ahora que ya no estaba presente, y sólo alcanzaba a pensar: “¡Cuánto sabía mi padre, qué pena que ya no esté aquí para ayudarme”.
La vida es ir acercándonos los unos a los otros para poder compartir no sólo nuestros conocimientos, sino también nuestros sentimientos y actitudes. Ser, en definitiva, seres humanos. Quizás sólo eso es lo queremos ser de mayores.
José Manuel Suárez Sandomingo