El beso
Todos conocemos el viejo adagio que dice que la mujer del César no solo debe ser honesta sino también parecerlo. Y quizás todas las acusaciones vertidas sobre el beso de Rubiales conlleven también el hecho de que, por sus manifestaciones anteriores, éste poco tenía de honesto y suponía un gesto más de un machismo exacerbado que ya se había puesto en evidencia en otras manifestaciones anteriores, como cuando el mismo Rubiales había cogido ostensiblemente su bolsa escrotal para hacer ver quién era el macho dominante.
Y es que, de un directivo de alto rango, como supuestamente es un presidente del fútbol, no sólo se espera representatividad y buen hacer, sino también un comportamiento honroso y acorde con las circunstancias del puesto que ocupa. A algunos de sus acólitos se les ha llenado la boca diciendo que lo que él había hecho con la jugadora no era nada más que una manifestación efusiva e impulsiva por lo que se había ganado. Pero a buen seguro que a esos mismos defensores de su comportamiento se les pondrían los ojos como platos si este supuesto señor besara en la boca a un jugador y después le diera una cachetada en el trasero.
Todo en la vida, sobre todo en la pública y oficial, tiene que tener un tono coherente con las circunstancias. Los besos están bien cuando son correctos y apropiados entre los besantes. Así, todo el mundo admitirá que una pareja se bese en los labios para expresar su ternura, aunque si éste pasa a ser un ósculo obsceno, podrá llegar a ser desaprobado, al considerar sus observadores que se están sobrepasando los límites de la decencia. Del mismo modo, si un padre o una madre besan a sus hijos en la boca, este acto se considerará impropio e incluso grosero, cuando lo tolerable sería hacerlo en la mejilla o sobre la frente.
De cualquier forma, hay formas de besos que han traspasado países y culturas. A nadie alarma hoy que cuando uno se encuentra con un desconocido este le plante dos besos: uno por mejilla, cuando no tres. En España, sin embargo, además de ser sólo dos, estos normalmente se dan cuando los intercambiantes son de diferente sexo o ambos son mujeres, mientras que, en el caso de los hombres, lo más común es que se estrechen la mano. Los franceses mantienen los tres besos en las mejillas, incluso cuando son hombres si estos se conocen.
Pero volviendo al tema del beso comprometedor, hay que decir que, al sujeto en cuestión, le hubiera ido mucho mejor, si en lugar de negar lo socialmente evidente, se hubiera retractado de su comportamiento. En vez de eso, se empecinó en defender lo indefendible, categorizando a los demás como “idiotas”, “tontos del culo” y “pringaos”, lo que en lugar de minimizar el problema lo agrandaba, haciendo que estos se sintieran perjudicados en sus observaciones. Y ya se sabe que cuando uno se pelea con todos, acaba perdiendo no sólo la razón sino, como en este caso, el puesto y sus privilegios.
Todo esto no ha sido más que una buena lección para los lenguaraces y un aviso a futuros navegantes por las aguas procelosas de la decencia y la igualdad.
José Manuel Suárez Sandomingo