Horacio Fernández Gómez, un gran ejemplo de pensamiento galleguista
Hace unos días, tuve ocasión de adquirir el libro del profesor de la Universidade da Coruña, Narciso de Gabriel, titulado Vermellos e laicos (2021). Para mi sorpresa, este prolijo historiador de la Educación en Galicia citaba en él un artículo de mi autoría, publicado en Galicia Digital el 30 de diciembre de 2015 bajo el título Horacio Fernández Gómez. Un reconocido maestro agasajado con una calle en Cariño (Ortigueira, 21 de octubre de 1891- 14 de junio de 1950) y que después edité en el libro Orteganos ilustres II, en el que recopilo cuarenta personajes destacados de Ortigueira. Pero lo que verdaderamente llamó mi atención de los datos que aporta Narciso de Gabriel sobre este gran maestro fue el hecho de que, con ellos, se engrandecía todavía más su figura personal y profesional. Los datos hacían referencia a los comentarios vertidos durante el juicio al que fue sometido por la Comisión de Depuración del Magisterio, formada por el bando nacional al inicio de la Guerra Civil y que más adelante expondré.
Horacio Fernández Gómez nació en Ortigueira a finales del siglo XIX. Su padre procedía de la localidad asturiana de Lugonos, por lo que él fue conocido popularmente como El Asturiano. El primer puesto que desempeñó en la Comarca del Ortegal fue en Espasante, donde estuvo hasta 1919, año en el que permutó su plaza con Manuel Lugilde Penelas, que entonces era docente en Cariño. La permuta fue consecuencia de la persecución y el acoso al que estaba siendo sometido este último por las fuerzas vivas de Cariño, representadas por sus fabricantes de conservas y patrones de barcos, que le impedían a Lugilde impartir sus clases. El conflicto había surgido tras asesorar este a sus convecinos para que se uniesen en asociaciones de pescadores y de empleados de las fábricas de conservas con el fin de defender sus intereses y derechos. Una idea que no fue vista con buenos ojos por los propietarios ni de las conserveras ni de los barcos.
En el momento en que se produjo la permuta, Horacio ya era presidente de la Asociación de Maestros del Partido Judicial de Ortiguera, además de un reconocido maestro. En Cariño conocerá a la que será su mujer, la zaragozana Gregoria Calvete Beltrán, que ejercía su magisterio en la escuela de niñas de la localidad portuaria. Ambos contrajeron matrimonio en 1921 y, un año más tarde, nació su primera hija, Marianela. Tras este nacimiento, la pareja pidió destino como maestros consortes en otra localidad del municipio, Loiba, donde se se hicieron cargo de sus escuelas de niños y niñas. Durante su estancia, Horacio no sólo se consagrará su excelencia como docente, sino que también aumentará su familia con otras tres hijas (Alicia, Gloria y Eugenia).
Unos años más tarde, en 1928, los Fernández-Calvete se trasladarán a la comarca de Ferrol, para regentar la dirección de las escuelas de San Juan de Filgueira, pertenecientes por entonces al Ayuntamiento de Serantes, y que en 1940 se anexionará con el de Ferrol. Gregoria fallecerá en 1929, dejando a Horacio viudo y con cuatro hijas menores a su cargo, la mayor de las cuales sólo tenía siete años.
La vida del maestro ortegano no fue nada fácil durante esta etapa, pero todavía sería peor con el inicio de la contienda nacional cuando fue llevado ante la Comisión de Depuración para ser juzgado y sancionado por sus ideas. Unas ideas que lejos de ser “disolventes”, como manifestaban los miembros de su tribunal, eran totalmente patrióticas y consecuentes, como él mismo les expuso. Es en este punto de la biografía de Horacio Gómez donde el profesor Narciso de Gabriel trae a colación unos apuntes verdaderamente importantes de su valía como profesional, que igualmente fueron subrayados por el inspector Luis Jorge de Pando, quien dijo de él que era “un verdadero apóstol de la enseñanza”.
Horacio fue juzgado por el tribunal por sus ideas galleguistas y por haber pertenecido al Partido Galeguista, algo en lo que él, lejos de rechazar, se afirmó diciendo que se enorgullecía de Galicia, de su música, de su riqueza arquitectónica, de la belleza de sus campos y rías y, en definitiva, “de haber nacido en este pedazo de tierra española”. A lo que sumó su firme defensa del Estatuto de Autonomía de Galicia como un proyecto a través del que se podrían resolver sus problemas específicos y, de esta manera, mejorar su situación.
Su defensa del galleguismo no sólo la hizo como un verdadero patriota, sino que utilizó ante sus jueces como contrapunto a sus declaraciones el hecho de que hombres de la derecha “de tan alta mentalidad y probado patriotismo como D. José María Gil Robles ya solicitaba [un estatuto] para Castilla y el llorado Don José Calvo Sotelo se había manifestado favorable a los Estatutos regionales”. Así pues, según él, ser patriota gallego o defender el galleguismo no debería ser considerado como delito.
Como manifiesta De Gabriel, la Comisión tuvo ante él “unha actitude sorprendentemente benévola. Considerada probada a militancia no galeguismo e a participación en actos de propaganda desa natureza, polo que lle correspondería o traslado fóra de Galicia, máis tomando as circunstancias que concorrían no caso, sometía ao criterio das autoridades superiores a posibilidade de que fose castigado cunha pena menor”. Finalmente, fue sentenciado a cinco años de traslado a Cebreros del Río (León) e inhabilitado para el desempeño de cargos directivos y de confianza.
En su hoja de servicios también consta que ejerció los cargos de presidente, vicepresidente y vocal del Partido Galeguista en Ferrol y de delegado por esta ciudad para asistir a la IV Asamblea, así como también fue delegado del periódico A Nosa Terra en la ciudad departamental.
Pero Horacio no sólo fue un gran maestro, sino un padre muy preocupado por la educación de sus hijas a las que intentó darles la mejor formación posible, algo que logró matriculándolas en las escuelas de niños en lugar de las de niñas, por entender, como recordaba su hija Marianela, “que en la de niñas la formación no era tan buena y se enfocaba más a las labores”. Gracias a su visión educativa, las cuatro hermanas consiguieron acceder a distintas carreras universitarias en un tiempo en que esta formación casi les estaba vetada a las mujeres .
La mayor, Marianela, se formó en la Facultad de Farmacia de Santiago de Compostela a principios de los años 40, una rama del saber prácticamente anecdótica para la presencia femenina. Tras sus estudios, la nueva farmacéutica consiguió ser la primera colegiada de Galicia, en 1944, y, quizás de España, según presume su hijo. Con su título bajo el brazo, Marianela abrió un despacho de farmacia en Ferrol, en la esquina de las calles Real y de la Tierra, y, más tarde, en Arteixo, donde igualmente ejerció de farmacéutica municipal de Sanidad.
Alicia, la segunda hija de Horacio y Gregoria, nació en Ortigueira en 1925 y se licenció en Medicina y Cirugía en Santiago de Compostela en 1949, para cursar después la formación de Estomatología en la recién creada escuela madrileña de la especialidad, que completó con la de Odontología en el Servicio de Estomatología del Gran Hospital de Madrid, donde entonces se iniciaban los primeros tratamientos de cirugía maxilofacial. Fue la única mujer especializada en estas materias de la promoción de 1953. Durante los dos años siguientes ejerció de dentista en Ortigueira, para, después, desarrollar su trabajo en su consulta de la calle de Juan Flórez, de A Coruña, en donde introdujo técnicas muy novedosas para la prevención de las patologías bucodentales de sus pacientes, gracias a los equipos e instrumentos que incorporó a su clínica. En 2012, el Ayuntamiento y la ciudad de A Coruña la homenajearon como una de las profesionales pioneras de la Medicina, la Estomatología y la Odontología.
Hoy, Horacio tiene una calle dedicada en Cariño, al igual que su colega y amigo Manuel Lugilde Penelas, que demuestran el aprecio y la consideración que le otorgan a ambos los vecinos de la localidad.
José Manuel Suárez Sandomingo