La concepción subrogada, una fórmula censurable
Mucho ha dado que hablar esta última semana la concepción subrogada de la hija de Ana García Obregón. Pero es que, como decía aquel, la familia ya no es lo que era, algo que para los antropólogos no es ninguna novedad. Ellos ya han estudiado que cada cultura tiene un tipo de familia con unas características que le son específicas. Así, las hay formadas por un hombre que convive con varias mujeres, es decir lo que normalmente llamamos poligamia, o cuando es al revés, una mujer que comparte su vida con varios hombres, poliandria. Algo que, sin embargo, los países occidentales tienen totalmente prohibido y penado. Aunque para algunos de ellos no lo estén las familias formadas por parejas de hombres o de mujeres, ya sea por vínculos religiosos o civiles.
En el caso de los hijos, esta diversidad es mucho mayor, máxime cuando en el mundo actual para ejercer la paternidad o la maternidad no es imprescindible la cópula entre un hombre y una mujer. Pues, el acto sexual natural puede ser ejecutado de forma diferida y autónoma por un hombre sin una mujer y una mujer sin un hombre. En este caso, su apareamiento se produce en un laboratorio gracias a la intervención de un tercero que desconoce a las partes intervinientes como progenitores gestantes y no gestantes.
Todo esto se ha convertido en algo que todo el mundo asume con bastante naturalidad, sobre todo aquellos que no han encontrado con quien hacer el arroz o se les ha pasado. Antes de que los laboratorios fueran centros de procreación asistida, la única manera que tenía una pareja de conseguir descendencia era pedirle a ese hermano o hermana prolífico que le cediese alguno de sus hijos, o, en el caso más desesperado, acudir al sistema público de protección de menores para adoptar un niño o niña en situación de orfandad o desamparo, y cuando se acababa la lista de menores del propio país, hacerlo a través de la adopción internacional.
Con la llegada de la declaración de la Convención de los Derechos del Niño (1989) y su asunción por parte de la mayoría de los países del mundo como una norma vinculante de la misma categoría que sus leyes nacionales, la realidad a cambiado en alguna medida. Pues, ahora, ya no es la pareja la que busca un niño para formar una familia, sino que es el niño al que se le ha de buscar la mejor familia para él y sus circunstancias. Es lo que se ha dado en llamar el interés superior del niño. Es decir, el interés del este pasa a estar por encima de los intereses de los que pujan por ser sus padres. Esto hace que sólo aquellos que reúnan las condiciones óptimas para hacerse cargo de él serán los elegidos como sus padres, y no al revés, como ocurría hasta entonces.
Llegados a este punto, ahora tenemos que referirnos a un hecho, que aunque no sea demasiado novedoso, si causa una cierta inquietud y alarma en el mundo de las filiaciones, al unir la biología y la economía en un contrato de producción. Puro mercadeo, donde, como siempre el que tiene hace lo que quiere con el que no tiene, hasta incluso secuestrarle la voluntad de entregarle a su hijo a cambio de dinero. Aunque no siempre tiene por qué ser así, pues ya se ha dado el caso de una abuela que ha alumbrado un hijo para su hija imposibilitada para hacerlo. Y aunque nos siga pareciendo una situación inaudita, enseguida podremos comprender que, en este caso, no habría dinero de por medio, y sí un gran altruismo por parte de la madre gestante por cumplir un deseo imperativo de su hija.
Lo que si resulta totalmente fuera de lugar e incluso bastante incomprensible es lo que se ha difundido sobre la concepción llevada a cabo por Ana Obregón. Respecto a ella se ha publicado que el semen activante de la reproducción asistida pertenecía a su hijo fallecido, lo que convertiría a Ana no solo en madre de la niña nacida, sino también en abuela, porque está sería hija de su hijo. Toda una aberración a la que unirle el hecho de que la vida de la niña se inicia el camino de la senectud de la madre-abuela, un ciclo en el que uno es más proclive a que lo asistan que asistir a los demás, sobre todo cuando esa otra persona tiene grandes necesidades materiales, intelectuales y afectivas que cubrir.
No es nada inteligente querer engendrar una vida nueva en un momento en que no se podrá ejercer la maternidad con plenitud. El ciclo de la vida es el que es y la ciencia, y en este caso la medicina, está para ayudar, pero en ningún caso para subvertirlo o generar quimeras inasumibles en una sociedad avanzada, con lo que esto conlleva para todos lo que la forman.
José Manuel Suárez Sandomingo