Eva Bach: “El saber sin sensibilidad no va a ninguna parte. Y en eso nos falta mucho”
Eva Bach atiende a este diario desde la comodidad de su casa. Cómoda, cercana, sonriente. Antes de comenzar con lo que resulta ser una masterclass en cuidado emocional, se dirige a la ventana, con la intención de que toda la luz que se desprende de un soleado día de otoño inunde su hogar… y la conversación.
Es especialista en educación emocional y crecimiento personal, temas de los que habla en sus charlas. También trata de inculcar la importancia de un cuidado emocional a través de libros como “Cómo cuidar tu salud emocional”. Según dice, entendemos el éxito como los títulos y logros y nos paramos muy poco a analizarnos a nosotros mismos. Algo que muchos adultos comienzan a ver tras la pandemia… y que es fundamental inculcar a los niños para prevenir trastornos.
Pregunta.– ¿Por qué escribiste este libro, qué pretendías conseguir con él?
Respuesta.– Ofrecer lo que me pedían. Desde el inicio de la pandemia todo el mundo empezó a pedir herramientas. Yo nunca había dado una charla específicamente sobre herramientas para las emociones, y de repente todo el mundo empezó a pedirlas. Entonces organicé una. Ya daba pinceladas en algunas charlas pero empecé a darle amplitud y espacio a este tema, y siempre me preguntaban si lo tenía escrito en algún sitio. Así que, como en el confinamiento teníamos tiempo para hacer cosas, empecé a escribir el libro.
O sea que la pandemia tuvo consecuencias muy negativas, pero también pudiste sacar algo bueno de ella…
–Sí. Además, constaté algo muy importante. Cuando empecé a dar charlas online sobre este tema, empecé a preguntar cuántas personas disponían de herramientas para canalizar sus emociones o ayudar a canalizar las de su alumnado, hijos e hijas. Y me encontré con que más de un 50% afirmaban que o nunca o pocas veces las tenían. Si a esto le sumas el porcentaje que afirmaban tenerlas muchas veces pero no siempre, nos íbamos a un 90%. Llegué a recopilar 3000 respuestas.
¿Cuidamos nuestra salud mental, dedicamos tiempo a ello?
–No. Del mismo modo que tampoco cuidamos bien la salud física. Somos más conscientes de la alimentación, del ejercicio, del estrés y del descanso, pero no lo hacemos en la medida que necesitamos. Lo que hacemos es pararnos cuando no hay más remedio, cuando el cuerpo nos frena. Con la salud emocional y mental ocurre lo mismo: la cuidamos cuando algo nos sobrepasa.
Entonces, vamos a buscar la pastilla que nos quite el malestar. Y por eso el consumo de ansiolíticos, antidepresivos y otros remedios es tan bestia. No digo que no tengan su función, pero hay muchas otras formas de conseguirlo. A mí lo que me ha servido siempre es el proceso personal de revisión, tomar conciencia, transformar lo que se pueda, que nunca es todo pero es mucho más de lo que cambia una pastilla, que te quita el síntoma pero no la causa. Preferimos la comodidad de la pastilla al esfuerzo del crecimiento personal.
¿Cuáles son las claves para cuidar nuestras emociones? ¿Podrías explicarnos cómo integrar una rutina de cuidado en nuestro día a día?
–Primero, establecer tus propios espacios, tiempos y recursos. Tu caja de herramientas con la que conectar con las emociones conforme van apareciendo en tu vida. La emoción surge de cosas, ya sean externas o internas, que ocurren en nuestra vida cotidiana que nos impactan emocionalmente. Crear esos espacios para detectarlo, conocer el cuerpo, la mente, las emociones. Para ver cuándo esta emoción está apareciendo y está superando nuestra capacidad para hacerle frente de una forma saludable. Conectar y ser consciente de que se está siendo superado emocionalmente.
Después, buscar espacios, tiempos y herramientas para expresar esas emociones donde corresponda y con quien corresponda. Porque esa emoción tiene que ser expresada, tiene que salir, porque sino se queda retenida y acaba dando rigidez corporal y de carácter. Pero no puedo soltarla al primero que tengo delante de mala manera. Aprender a buscar esos recursos que nos calman.
La emoción no siempre va a ser perjudicial. Incluso cuando estamos totalmente invadidos por una emoción desagradable, ahí, muy en el fondo, puede haber algo bello, algún aprendizaje o alguna verdad que nos ayude a crecer. Aunque en ese momento no se vea claro. Hay que hacer algo para que regrese la calma, y ahí debemos llevar a cabo el proceso de comprender lo ocurrido, lo que dice de mí y de mi vida. Conocer esto es básico para el equilibrio y la salud mental.
Al final, conocerse a uno mismo y cómo funciona…
–Ahí construyo mi equilibrio. Al conocerme, ya sé qué hacer para calmarme si me ocurre determinada situación. Y entiendo lo que esas emociones me quieren decir, les doy un sentido y cambio lo que puedo. Porque hay cosas que sí podré transformar, pero otras que no, y voy a tener que convivir con ellas. Pero saberlo me da lucidez, madurez, honestidad, equilibrio. La conciencia siempre es una luz y un bálsamo.
Ver cuál es el problema y comprenderlo, ya es una liberación…
–Y no lo proyectas en los otros porque eres consciente de que se trata de algo que te pasa a ti, y que tú podrías tomártelo de otra forma. Pero si te lo tomas así es por tu manera de ser. Las emociones no son la realidad, sino nuestra manera de vivirla y sentirla. Es un trabajo de aceptación de uno mismo, de autoestima, de empatía… difícil pero maravilloso. Y yo creo que imprescindible. Es imposible tener salud mental sin cuidar la parte emocional.
Hace unas semanas salieron unas investigaciones que demostraban la relación entre la posibilidad de sufrir trastorno mental en la edad adulta y el haber sufrido un trauma en la infancia. Estas han definido el trauma como una situación adversa que te presenta la vida y que te hiere, como una muerte violenta, el maltrato… pero también como el abuso emocional y físico y la negligencia emocional.
Los adultos a menudo cometemos negligencias emocionales y no sabemos atender las necesidades y emociones de los niños. Es muy importante esto, y cómo puede deteriorar su salud mental. Si un niño no ha encontrado comprensión ante sus emociones, ante lo que siente y le supera, seguramente tenga problemas en su vida para mantener un equilibrio emocional.
Dices que sirve de guía para que el lector sane y se reconcilie con su persona y sus emociones difíciles de gestionar. ¿Cómo se lleva a cabo este proceso y por qué es importante?
–Esto requiere de valores muy importantes. La conciencia, ver las cosas tal como son. La confianza para ver que voy a sacar algo bueno de esto para mi vida. Aceptar lo que no está en mis manos cambiar aunque quisiera, que implica ver que mis fuerzas son limitadas y que soy frágil en algunos aspectos aunque sea fuerte en otros. Y que, aunque a otros les resulte indiferente, habrá cosas que a mí me hieran pero que puedo intentar que lo hagan de forma menos profunda, que no me destrocen por completo.
Después, la paciencia, necesaria para aceptarse y conocerse. Y distanciarse de lo que me hace daño. Lidiar con las contradicciones, saber que aquella persona a la que tanto quiero a veces es poco conveniente que me acerque a ella porque va a dificultar mi proceso. Y mucha prudencia, porque a veces al descubrirnos vamos comunicando autenticidad emocional, y eso no corresponde con todo el mundo. Y mucha generosidad para no contagiar aquellas cosas negativas que descubrimos, emociones que se nos enquistan, periodos de tristeza, enfado, angustia…
A veces la emoción es puntual. Va y viene. Pero hay muchas capas emocionales, y a veces una emoción toca otra que está detrás. Y no sabes cuándo se va a ir. En estos procesos se necesita mucha confianza, en uno mismo y en la vida. En esa red afectiva de personas en las que confías y que te sostienen cuando la vida te hiere y te ayudan a sobrellevar las dificultades.
Hay que tratar de no contagiar esas emociones complicadas a nuestro alrededor y dejar claro que soy yo quien estoy en un momento malo, pero que la vida no es eso. En este momento me toca bailar con la más fea, pero la vida es mucho más, y en ella hay cosas muy bonitas.
Por tu experiencia, ¿somos receptivos ante la idea de profundizar en nosotros mismos y conocernos, aunque eso conlleve darse cuenta de cosas que no nos dejan bien?
–La gracia de todo esto es cuando descubres que, detrás de todas las emociones, lo que hay es amor. Si viéramos que detrás de nuestros actos y emociones lo que hay es amor o miedo a no tenerlo, tendríamos mucho menos miedo. Nos aterra descubrir, buceando en nosotros mismos, que tal vez no somos todo lo buenas personas que pensamos o querríamos. Encontrar fantasmas, emociones no correctas, envidias, rabias…
En el libro escribo cinco cartas a cinco emociones y les digo lo que he descubierto de ellas. Y no es otra cosa que cuando yo no me trato bien, no me quiero ni me acepto y reconozco y acepto esas sombras, es imposible que la luz que pueda haber en mí sea verdadera. Nada irá realmente bien hasta que no me acepte y quiera a mí mismo, con mis luces y mis sombras.
¿Nos cuesta perdonarnos?
–Yo me he ido acostumbrando a perdonarme. Cada vez lo hago un poco más, y creo que por eso cada vez perdono un poco más el daño que se me puede hacer. Me lo planteo en términos de reconciliarme con lo que soy y con lo que otros son, con lo que yo llevo y lo que llevan ellos. Eso no quiere decir que no me tenga que alejar de quien me hace daño.
Pero perdonarse es ser consciente de que soy buena persona y hago lo que puedo, lo mejor que sé. Y hay sombras y cosas que no me gustan en mí, pero trato de hacerlo lo mejor posible cada día. También tiene que ver con las expectativas. Cuanto más altas, más difíciles de cumplir, y más fácil reprocharse la incapacidad de llegar a ellas.
Creo que todos tenemos un propósito amoroso y buenas intenciones, pero en algunos momentos perdemos ese propósito porque aparecen otros temas y cuestiones sin resolver. Y hay personas que lo pierden definitivamente porque lo que les sucede es muy gordo y no han han podido sanar. Pero siempre digo que incluso las personas que cometen negligencias, en algún momento de su historia tuvieron ese impulso amoroso.
Y, más allá de perdonarse a uno mismo, da la sensación de que nos es más fácil perdonar al resto…
–La verdad es que no me siento muy cómoda con la expresión “perdonar al resto”, porque tengo la sensación de que cuando digo que perdono a alguien me estoy poniendo por encima. Yo le concedo el perdón. Cuando soy yo quien lo pide, me estoy poniendo por debajo, porque pueden dármelo… o no. Más que el perdón es la comprensión de la gran fragilidad humana, y de cómo cuando algo nos hiere profundamente y se acumulan heridas, esa fragilidad es tan bestia que podemos pasar de víctimas a verdugos. Esa empatía es la que creo que se acerca al perdón.
Yo prefiero decir lo siento. Cuando soy capaz de sentirlo, reconocer que he metido la pata y comprender por qué… Cuando me doy cuenta y lo siento, el perdón del otro ya importa menos.
¿Cómo ves a las nuevas generaciones a nivel emocional? ¿Crees que con toda la información que hay hoy sobre la salud mental están más acostumbrados a lidiar con sus emociones?
–Cuando hacíamos las encuestas de herramientas con jóvenes, un 11% de más de 500 dijeron que no tenían nunca. Eso es mucho. Hoy se han doblado los trastornos alimentarios, han aumentado los suicidios y las tentativas, la ansiedad… y más en los jóvenes. Un estudio el año pasado de INJUVE decía que uno de cada dos tenía algún trastorno o problema emocional tras el confinamiento. Pero no solo ellos.
A todos nos ha tocado la pandemia y ha hecho que nuestra vida se parara. Tendemos a huir de las emociones: el hecho de estar todo el día haciendo cosas es una forma de huir de nosotros. Y todo aquello que nos servía para huir y evadirnos, para no conectar con lo que somos y sentimos, se paró. Y emergió aquello que teníamos retenido. Y más cosas, porque con la pandemia surgieron muchos problemas personales, laborales, familiares, de salud, de pérdidas, de aislamiento…
Ahora hemos vuelto al ritmo de antes, pero todas esas emociones ya han salido. Y hay quien lo ha atendido y está intentando ver qué hace con todo lo que ha salido y cómo recompone su mundo emocional. Eso explica que notemos más irritabilidad, tristeza, menos fuerza y energía. Menos ganas de planes. Más aislamiento. Según cómo hayamos decidido abordarlo, hay más gente encerrada en su casa, con menos ganas de salir… o todo lo contrario.
Trabajas mucho con padres y profesores. ¿Están preparados para ayudar a los chavales más jóvenes a lidiar con todas las emociones? Porque hoy en día los problemas son diferentes, la tecnología entra en juego…
–No estamos preparados nadie. Venimos de una tradición que no ha facilitado el autoconocimiento ni la conexión humana. Hemos pensado que el éxito eran el saber, los títulos, el reconocimiento… Pero puedes tener el despacho lleno de títulos y sentirte fatal, vacío. O tener conflictos con quien te rodea, ser un desastre en tus relaciones, que es al final lo que influye en la sensación de ser feliz… Hay quien puede eludir todo esto encerrándose en un laboratorio, pero al educar estamos todo el día con personas y hay que cultivar la sensibilidad, la conexión humana.
Para mí es un tema de conexión humana, de calidad y calidez en las relaciones. Y en la educación, ¿dónde se forjan las bases de las relaciones humanas? En los vínculos que establecemos con familia y profesorado. El saber sin sensibilidad no va a ninguna parte. Y en eso nos falta mucho. A menudo, cuando alguien se comunica desde la sensibilidad, la ternura y la belleza, se le responde con ironía, cinismo, burla… No nos alegramos por el otro, no sacamos lo bello de la vida, porque no nos han educado ni entrenado para ello. Yo busco aquello que me haga feliz y haga que mi vida valga la pena, encontrar esa conexión en alguien cada día.