Mónica Rodríguez: “Que un colegio no tenga biblioteca es un pecado”
Física antes que escritora a tiempo completo, Mónica Rodríguez (Oviedo, 1969) ha comprobado en las aulas lo que quizá no se investigue en laboratorios: leer da lucidez. La encuentra en cada uno de los alumnos con los que lleva años hablando de libros.
O sea, leer es sano.
–Da empatía y lucidez a la hora de pensar en la vida y hace que nos olvidemos de los problemas; incluso simboliza un encuentro en el que no estamos solos. También beneficia a la emoción social y resulta fundamental para entender al otro. Está demostrado, por ejemplo, que leer antes de dormir no solo hace que descansemos mejor, sino que tengamos el cerebro más preparado para el deterioro cognitivo posterior.
¿La tecnología ha opacado la lectura?
–En realidad, las estadísticas dicen que es el momento en el que más se lee; no solo niños y jóvenes, sino que también van incrementándose los índices de lectura en general. Es cierto que habría que ver qué es lo que se lee, pero muchas veces es complicado competir con las nuevas tecnologías, que nos producen un placer inmediato. Con la lectura, en cambio, hay que encontrar un tiempo y un espacio; es un ejercicio que requiere lentitud y reflexión. Yo creo que desde los colegios y algunas familias se está haciendo un buen trabajo.
¿Importan más que nunca las humanidades?
–Son esenciales. Podemos tener mucha ciencia, pero si no pensamos para qué la queremos o hacia dónde vamos no tiene sentido. Al final, la literatura es el laboratorio del hombre: lo que hemos sido y lo que nunca hemos sido está en los libros.
¿Dónde están los grandes clásicos?
–El cambio es complejo. Si se empieza a leer muy pronto determinados clásicos, puede ser contraproducente, ya que no se tiene madurez plena. Lo importante es trabajar desde pequeños la competencia lectora para que en la ESO o el Bachillerato los alumnos puedan empezar a leerlos.
¿Debe la literatura infantil y juvenil abordar temas «delicados»?
–Por supuesto. Los niños lo demandan. En uno de mis libros cuento la historia de un menor ruso que acabó escapándose de su casa con cuatro años por los problemas de alcoholismo de su familia. Sobrevivió en las calles gracias a unos perros callejeros. Esta historia la ficcioné y la escribí. En un encuentro, cuando comenté que muchos adultos lo consideraban un libro doloroso para los niños, una alumna se levantó y dijo que era sobreprotección. Los niños quieren saber. En Cueto Negro, otro de mis títulos, también hablo de abusos sexuales a un niño Asperger.
¿Prima más el compromiso o el miedo a la censura?
–Una siempre es cauta para estar a la altura de la sensibilidad del lector. Sin embargo, creo que un niño es mucho más duro que un adulto; es capaz de entender y llevar mejor las dificultades de la vida; y tiene una capacidad de sobreponerse mayor. Es cierto que son más sensibles, pero con un lenguaje bello puedes contar todo.
¿Se autocensura más que le censuran?
–La autocensura es lo más difícil. Hay que trabajar mucho para escribir lo que merece la pena. Pero también hay editoriales que descartan libros por razones de corrección política. Incluso muchas ya cuentan con la figura del «lector sensible», que ejercen como una especie de «filtro».
¿Hay que ser niño para escribir para niños?
–Es la parte más asombrosa de la escritura: cuando dejas de ser tú, te transformas en ese personaje que es capaz de mirar el mundo con los ojos limpios de un niño. Yo creo que uno tiene que recurrir a su infancia y a lo que tiene alrededor.
¿Por qué a un adolescente le aburre leer?
–En la adolescencia suele darse un parón en la lectura, ya que priman los amigos y las redes sociales. Es cierto que los que siguen leyendo son grandes y apasionados lectores. Pero les diría que con un libro al lado nunca van a aburrirse. La lectura es felicidad y todo lo que viene después te nutre como persona.
¿En qué momento deja la Física para escribir literatura infantil y juvenil?
–Me fascina la mirada de asombro con la que miran los niños el mundo. Volver a verlo con esos ojos es aprender. También es otra manera de recuperar la infancia y volver a ser niño siempre, evadirse del mundo adulto. Escribir para adolescentes igual: recuperas esa intensidad que con el tiempo se pierde.
¿Es más fácil la literatura para adultos?
–Para publicar, sí: se vende más literatura infantil y juvenil. Además, el mundo es más amable y no hay tantos egos.
¿Los escritores deben estar en las aulas?
–Sí, estoy convencida. Los encuentros permiten a los alumnos hablar de lo que han sentido leyendo y ver que la lectura compartida es más agradable. Por otro lado, tienen la oportunidad de hablar con el autor y darse cuenta de que es una persona normal y corriente que también escribe para ayudarles a pensar que pueden llegar a ser escritores.
¿Y por dónde empezamos?
–Por las bibliotecas. Que un colegio o instituto no tenga una es un pecado. Todos los centros deberían tener una biblioteca y a un bibliotecario que la dinamice. Además, habría que ofrecérsela a los alumnos para que lean, cuando quieran. media hora al día. Al final, la lectura es la base de todo.