Mentir, plagiar, siempre es cuestionable, pero no siempre detectable
Todos sabemos que la mentira es una forma de salvar una situación que se nos presenta complicada. Pero según quien la haga o donde la haga, la mentira tiene unas valoraciones u otras. Los niños aprenden a mentir desde muy pequeños y muchas veces estas son tan inocentes que no sólo no se las tomamos en cuenta, sino que nos hacen reír y las repetimos como anécdotas divertidas.
Pero cuando ese niño va creciendo y va tomando conciencia de cuáles son los límites de lo que puede hacer y lo que no, sus mentiras dejan de hacernos gracia y le pedimos que sea consecuente con sus actos. Pese a todo, las mentiras no desaparecen de sus vidas y siguen utilizándolas como una forma de no encontrarse en un trance peor. Y estas van a empezar a adoptar muchas formas, además de las orales. Una de ellas es recurrir a la fórmula de las chuletas para los exámenes. No haber estudiado lo suficiente o no ser capaz de entender la materia que debe superar lleva a algunos a utilizar el último recurso de preparar algún artilugio que, por muy comprometedor que sea, le puede ser más beneficioso que suspender sin remisión un examen.
Lo que pasa es que para ser un buen chuletero, como para ser un buen mentiroso, hace falta poseer ciertas habilidades que no todo el mundo tiene. Como aquel compañero que en el examen puso textualmente “como decimos en la página 45”, y al que su profesor-corrector le preguntó irónicamente “donde están todas las páginas que le faltan a este examen”.
Hoy en día el control de exámenes es bastante exhaustivo, tanto por parte de los examinadores como de los correctores, pero los que todavía desean obtener un aprobado siempre se las van a ingeniar para conseguir su deseado. Alguno de estos fueron los pinganillos, pero cuando el examen es para un puesto de trabajo, los vigilantes ponen los recintos de exámenes libres de comunicaciones inalámbricas gracias a los inhibidores. Tampoco es fácil colarle a un profesor un texto plagiado en un trabajo de curso o de carrera, pues ya hay algunos detectores de plagio que evalúan hasta qué punto el alumno ha utilizado textos no elaborados por él, sin haber citado a su autor. Entre estos están el clásico Turnitin o el Plagiarisma, que echan una mano en este tema e incluso dicen en qué porcentaje el texto es de autoría propia o ajena.
Así las cosas, no siempre es fácil de detectar quién ha plagiado o no un artículo, un libro o se ha servido de otra persona para hacer un trabajo que le va a aportar un aprobado, una subida de sueldo o un puesto de trabajo. Y esto, aunque muchas veces, es algo con lo que todos debemos cargar, cuando a esa persona o personas se les coge en ese renuncio, nos hacen saltar las alertas de que todavía debemos intensificar más nuestras estrategias de detección, no sólo por el engaño en el que hemos incurrido, sino por todos aquellos que se les está usurpando su honorabilidad en los trabajos que realizan con toda la dignidad que se les exige. Y para ello sólo pondré un ejemplo que recientemente ha saltado a la prensa y que además ocurrió en una de nuestras universidades, concretamente en la Universidad de Vigo, donde se doctoró una estudiante hace once años. Y sólo once años después ha podido ser despojada del título que le había permitido conseguir una plaza de titular en una universidad hispanoamericana. Hasta un 60% de su trabajo había sido copiado de otra tesis de una alumna de una universidad salmantina. Esto rebela que no siempre es fácil encontrar a un mentiroso, por mucho que el refrán diga que es más fácil coger a un mentiroso que a un cojo. Por eso, para todos sigue siendo imprescindible, en este mundo de bulos y medias verdades, agudizar nuestros radares para que los mentirosos y plagiadores no nos las cuelen y obtengan beneficios a los que no tienen derecho.
José Manuel Suárez Sandomingo