Los mayores pecados contra la infancia
Muchos son los pecados a los que como sociedad o como individuos podemos someter a nuestros niños y niñas. Entre ellos están el no ofrecerles la educación que necesitan para integrarse en la sociedad como personas con plenos derechos o el de infligirles castigos o trabajos que torturen sus débiles cuerpos y almas. Pero por encima de todos ellos, quizás el más aberrante y despiadado de todos sea el de la pederastia: actos sexuales para los que ni están preparadossus cuerpos ni pueden llegar a concebir sus inocentes mentes. Y cuando estos actos aberrantes y atroces son perpetrados por sus familiares de forma fría e impune alcanzan un grado de crueldad y maldad que difícilmente puede ser tolerable, ya no sólo por la comunidad en la que habitan estos engendros de individuos sino por las leyesque presiden sus comportamientos.
Como muchos de ustedes ya sabrán,me estoy refiriendo a la pequeña de Baleira que desde los siete años ha visto ultrajada su infancia al ser sometida por su hermana al impúdico y asqueroso acto sexual de ser violada y violentada por el novio de esta y su hermano. Y si muchas veces decimos que las mujeres violadas son tratadas como mero trozo decarne por sus violadores, en este caso esta niñita también ha sido tratada como un juguete roto y desamparado por quien estaba obligada a protegerla.
Pero si todo este latrocinio provocado por tres jóvenes le revuelve a uno las entrañas, muy poco se puede decir de la ley o de los jueces que la deberían aplicar, cuando dejan pasar el tiempo suficiente para que los abusadores queden casi impunes, al permitir que una pena de once años quede reducida a tan sólo tres y unos pocos euros. Una calderilla que no compensa ni indemniza a esta pobre e infeliz niña, no sólo de las secuelas del trauma en el que se verá envueltasu vida, sino del quebranto de la virtud de la inocencia en que todo infante debe vivir hasta que sus experiencias e inteligencia puedan entender el mundo de los adultos.
Violar una criatura de estas características hasta hacerle engendrar un nuevo ser del que le hicieron desprenderse no es sólo algo intolerable e indigno, sino que además merece el mayor de nuestros repudios y la aplicación más severa de nuestras leyes. De muy poco vale que redactemos normas como la Ley Orgánica 8/2021, de protección integral a la infancia y la adolescencia frente a la violencia, si después, a la hora de la verdad, sus preceptos no son aplicados con toda su dureza. Máxime cuando en su artículo primero ya advierte de que esta ley “tiene por objeto garantizar los derechos fundamentales de los niños, niñas y adolescentes a su integridad física, psíquica, psicológica y moral frente a cualquier forma de violencia, asegurando el libre desarrollo de su personalidad y estableciendo medidas de protección integral, que incluyan la sensibilización, la prevención, la detección precoz, la protección y la reparación del daño en todos los ámbitos en los que se desarrolla su vida”. O, en ese mismo artículo, consagra que esta ley entiende “por violencia toda acción, omisión o trato negligente que priva a las personas menores de edad de sus derechos y bienestar, que amenaza o interfiere su ordenado desarrollo físico, psíquico o social, con independencia de su forma y medio de comisión”. Y si todo lo anterior no fuera todavía lo suficientemente explícito y aplicable en el caso al que nos estamos refiriendo, todo ello se ve ejemplificado en “el maltrato físico, psicológico o emocional, los castigos físicos, humillantes o denigrantes, el descuido o trato negligente, las amenazas, injurias y calumnias, la explotación, incluyendo la violencia sexual, la corrupción, la pornografía infantil, la prostitución, el acoso escolar, el acoso sexual, el ciberacoso, la violencia de género, la mutilación genital, la trata de seres humanos con cualquier fin, el matrimonio forzado, el matrimonio infantil, el acceso no solicitado a la pornografía, la extorsión sexual, la difusión pública de datos privados así como la presencia de cualquier comportamiento violento en su ámbito familiar”. Creo que a esta niña no se le ha profanado uno o dos de los derechos contemplados en esta ley, sino muchos y desde múltiples perspectivas.
No soy jurista, pero creo quetodavía podrían hacer algo su abogado defensor o el fiscal que ha llevado el caso, para restaurar el buen nombre de la víctima, además de restablecer la tranquilidadde las conciencias de los padres, madres y vecinos que han convivido con estos indignos personajes y que, en algunos casos, han dejado en sus manos a sus propios hijos sin saber el riesgo que podían correr.
Suárez Sandomingo, José Manuel