El programa gallego de cribado de dislexia que se quedó en un cajón
El test de cribado para detectar dificultades específicas del aprendizaje (entre ellas la dislexia) que presentó hace unas semanas la Xunta no es el primero que prepara. Desde el año 2012 tiene a su disposición un test mucho más ambicioso que jamás se aplicó, a pesar de que se había pagado por la investigación y el desarrollo del programa.
Andrés Suárez, una referencia internacional en cuestión de aprendizaje lingüístico, recuerda el trabajo realizado por los investigadores de la USC y no comprende cómo no se ha aprovechado. Explica que en ese momento, la Xunta pagó una investigación inicial y el desarrollo de un trabajo concienzudo y adaptado a Galicia: «Fueron 70.000 euros de fondos gallegos y europeos para la investigación», apunta. Todo el trabajo fue realizado por Suárez Yáñez y su equipo, con Paula Outón Oviedo a la cabeza, una de las mayores expertas de Galicia en dislexia.
El resultado de varios años de trabajo fue un programa de cribado muy completo. «Se tenía que hacer en clase a principio de curso —explica Andrés Suárez— a todos los niños de segundo de primaria. En ese momento todos los alumnos deben conocer ya la mecánica de la lectoescritura», por lo que es más sencillo detectar un problema. De hecho, con la universalización de la educación de 3 a 6 años, «es habitual que a los cinco años y medio ya conozcan la mecánica del lenguaje escrito». Pero la educación solo es obligatoria a partir de primero de primaria y por tanto no se puede exigir que todos los alumnos tengan antes conocimiento de la lectoescritura.
Hacerlo en segundo se justifica además porque «todos los estudios indican que las dificultades específicas del aprendizaje cristalizan al término de ese curso y se arrastran» si no se interviene.
El cribado: tres sesiones
El material que se tenía que repartir en las aulas eran dos carpetas (para castellanohablantes o gallegohablantes) con tres pruebas básicas y una más específica.
El cuento. No se trataba de meras traducciones, ni de textos al azar: «Contactamos con tres autores de literatura infantil y les pedimos textos inéditos», recuerda Suárez, que alabó el trabajo de Final Casalderrey (Ojos de estrellitas) y de Gloria Sánchez (Pimpín-Guín e o sol), las dos escritoras seleccionadas.
Ellas escribieron sendos cuentos siguiendo las indicaciones de los lingüistas, porque tenían que tener unas características concretas: una extensión de entre 300 y 450 palabras, una estructura clásica, frases cortas y sencillas y un vocabulario asumible con uno o dos términos infrecuentes cuyo significado se pudiese inferir del resto del texto. Los cuentos se editaron en un cuadernito con un tipo de letra y un interlineado concreto, para facilitar al máximo la lectura.
La dinámica era sencilla: el cuaderno se tenía que repartir en clase y todos los alumnos lo leían. Al terminar, se les daba un segundo cuaderno de ejercicios en el que se les preguntaban cuestiones para comprobar su nivel de comprensión lectora. La mayor parte de las pregunta eran tipo test y los niños tenían que elegir la respuesta correcta, y solo a veces tenían que redactar una contestación breve.
Para ayudar a los niños, estos podían consultar el cuento, porque se trataba de comprender, no de recordar: «No queríamos contaminación con un posible problema de memoria».
Texto informativo. El mismo librito tenía un texto informativo en una de las partes. «Toda la diversidad de textos se puede reducir a dos: narrativos e informativos», explica el profesor emérito. No es lo mismo entender un cuento que un ensayo, y por eso el cribado se completa con uno (Sobre el aire que respiramos y A auga da nosa billa, según el idioma elegido). Este punto, el de la lengua, también es importante, ya que había que elegir para hacer las pruebas el idioma materno, el que habitualmente habla el niño. Las del texto informativo seguían la misma dinámica que el anterior y estaba pensado para desarrollar «en una sesión de una hora, que podría hacerse otro día o después del recreo».
Escribir y pintar. Si las dos primeras sesiones eran de comprensión lectora, la tercera era de escritura. Se tenía que hacer otro día, para que no afectase al alumno el cansancio de lo anterior.
El material eran tres dibujos que contaban una historia (sin texto) que los niños tenían que escribir y terminar. Además, podían dibujar el cuarto recuadro con el final de la historia.
En este punto se valoraba tanto «el contenido como la parte superficial, la ortografía y la letra».
Prueba específica
Con lo anterior los profesores tenían que cubrir unas fichas, y los alumnos que demostraban dificultad —o parecía que podría existir— eran los únicos que se tenían que someter a la cuarta prueba. «Solo serían cuatro o cinco por clase, como mucho», calcula Suárez Yáñez.
Esta prueba era más técnica. Consistía en una cartulina con un listado de palabras (cuatro columnas, diez palabras por columna) que el niño tenía que leer delante del profesor, que cronometraba la prueba y marcaba los errores cometidos.
Programa posible
El programa era un cribado muy técnico y preciso, pero que se podía desarrollar cada año sin ningún problema. Los profesores disponían de una completa guía de actuación en la que se especificaban los diferentes casos y se ponían ejemplos.
Para llegar a este material tan completo se invirtieron seis años de trabajo que terminaron en el 2012 con la entrega del programa a la Xunta. Suárez Yáñez se sorprende de que nunca más se hablase del cribado ni se llevase a cabo. En enero del año pasado, el propio profesor escribió a la conselleira actual una carta resumiéndole el proyecto y poniéndose a su disposición como profesor emérito. Lo siguiente que ha sabido es el protocolo presentado hace unas semanas.
Para educación no es un proyecto, es «un recurso»
Según Educación «o citado proxecto é uno de I+D xestionado pola USC no ano 2007» que recibió financiación por parte de otro departamento de la Xunta y que fue publicado en la Revista Galega do Ensino, «unha canle empregada por Educación para trasladar información sobre temas de interese». Entienden desde la consellería que «non se trata dun proxecto que hai que poñer en marcha senón dun recurso que está á disposición da comunidade docente e que, en todo caso, resulta complementario no que atinxe ao ámbito da dislexia». Es decir, «un traballo que nin foi encargado nin pagado por esta Consellería, nin sequera por este Goberno».
El protocolo presentado recientemente es otra cosa y para su elaboración «seleccionouse un grupo multidisciplinar de persoas expertas formado por especialistas dos departamentos de Orientación, dos equipos de orientación específicos, membros da Asociación Galega e Dislexia (Agadix) e da Universidade de Santiago de Compostela». Son pues expertos y sus aportaciones «son as que o grupo de expertos considerou recomendar en base a que son probas que levan moitos anos desenvolvéndose e que xa están contrastadas na práctica tanto no caso da aplicación por parte dos servizos de orientación educativa como na práctica educativa».