Alex Beard: “Sin memoria no hay creatividad ni pensamiento crítico”
Adolescente en uno de esos exclusivos internados donde Gran Bretaña prepara a sus élites. Profesor durante una década en un instituto londinense plagado de desafíos. El contraste lanzó a Alex Beard a un viaje global en busca de verdades educativas, siempre tan esquivas. Con humildad, procurando no sentar cátedra, narra lo que vio en su obra Otras formas de aprender (Plataforma Editorial).
Muchos, como usted, suscriben que hay que enterrar la Educación de corte industrial. Pero en varios sentidos, parece que vamos hacia atrás: currículos diseñados al milímetro, evaluaciones en bloque, más burocracia…
—Mi experiencia como docente me hizo ver que seguimos aferrados al pasado. Me pasé horas y horas preparando a mis alumnos para hacer un examen, enseñándoles técnicas con el único objetivo de mejorar su rendimiento. A la Educación le cuesta imaginar un futuro diferente.
Insisto en la idea de contrarrevolución. Usted aboga por una revolución educativa, y cita ejemplos a nivel global sobre el camino a seguir. Sin embargo, tengo la impresión de que nos estamos replegando para rescatar (o crear nuevos) mecanismos que buscan homogeneizar el aula.
—Los estándares, la obediencia, la evaluación, la memoria… Todo esto es necesario, pero arroja una imagen muy reducida del aprendizaje. Estuve en Corea del Sur durante el Suneung, quizá el examen más duro del mundo. Antes de la prueba, charlé con un alumno, Seung-Bin. Estaba temblando, preguntándose si lo que había comido o la ropa que llevaba mejorarían su nota. Le habían recomendado que no pensara, que se convirtiera en mero instrumento de las técnicas de examinación. Que, de hecho, si pensaba, le iría peor.
¿Somos capaces de medir el éxito educativo? Si miras a PISA, uno concluye que a Corea del Sur o Singapur les va genial. La cuestión es que PISA no da mucha información sobre pensamiento crítico o creatividad, tan importantes para usted. No digamos sobre el bienestar de los alumnos.
—Seung-Bin había pasado toda su adolescencia dedicando 12 o 14 horas diarias a preparar el Suneung. Siete días a la semana. No tenía hobbies o intereses más allá del examen. Esto da una idea bastante aterradora de cómo podría ser el futuro si insistimos en profundizar por el camino del pasado. Al mismo tiempo, nadie puede negar el milagro educativo de Corea del Sur: de un 80% de analfabetos hace 60 años, a la mayor tasa de universitarios a escala global en la actualidad. Se trata de aprender las lecciones correctas.
E interpretar esas lecciones en función de los objetivos. No todos priorizamos los mismos, algo que con frecuencia se olvida.
—No existe la forma correcta de pensar la Educación. Si quieres ciudadanos obedientes que hacen lo que se les dice y no crean problemas, diseñarás un sistema como el coreano o el de Shangai. Pero si aspiras a una sociedad en la que se acepte el fracaso, donde la gente coopere y haya cohesión, quizá prefieras apostar por el modelo finlandés. Si tu prioridad es el fomento de la creatividad, en Silicon Valley existen escuelas con excelentes proyectos. Todo depende de lo que cada comunidad educativa decida.
Su obra insiste en que un sistema educativo lo componen personas. Y en que la clave del cambio radica en la voluntad de esas personas. Pero la Educación funciona dentro de un marco político y económico más amplio que limita su margen de maniobra.
—Los sistemas educativos siempre reflejan hasta cierto punto las sociedades en las que operan. Finlandia es un país bastante igualitario, y así son sus escuelas, motores de cohesión social. El Reino Unido es menos igualitario: sus escuelas están diseñadas para replicar esa desigualdad. Mi país cuenta con una enorme variedad de centros compitiendo entre sí. También podemos aprender lecciones muy valiosas de sistemas como el británico o el estadounidense. Cuando una escuela tiene libertad y autonomía, puede hacer que ocurran cosas maravillosas.
Si nos centramos en aspectos pedagógicos, parece que el debate está cada vez más polarizado. Contenidos vs competencias, como si fueran mutuamente excluyentes. Memoria sí/memoria no, sin medias tintas. Su libro huye del dogmatismo.
—Por suerte, la ciencia empieza a terciar en este tipo de discusiones con argumentos sólidos. En la forma en que aprende nuestra mente, parece que la memoria es bastante importante. Ahora sabemos que nuestras habilidades cognitivas más elevadas (pensamiento crítico, creatividad) dependen en buena medida de que tengamos conocimiento acumulado en nuestra memoria a largo plazo. Cuantas más cosas tengas en tu memoria que puedas recordar de forma automática, más combinaciones creativas podrá realizar tu mente.
Hallazgos que algunos utilizan para reforzar su defensa a ultranza de la memoria.
—Hay quien apuesta por una escuela supeditada la memorización. Un grave error. Los alumnos han de aprender una cultura humanística y científica compartidas. Pero más allá, también han de disponer de enormes cantidades de tiempo para explorar en libertad sus propios intereses, sus pasiones, cómo quieren que sea su vida personal y profesional. La escuela se dedica cada vez menos a estas cuestiones, que, por cierto, también se fundamentan en la investigación reciente: la creatividad –nos dice la neurociencia– aflora con el disfrute, la experimentación, el juego, la posibilidad de descubrir y hacer preguntas. Todo eso que agrupamos bajo la etiqueta de pensamiento divergente.
Fuente: Magisnet