Escuela de Padres 3.0: Sobreprotección, educar a niños autónomos
Protegerles es instintivo; constituye un aspecto vital dado que el respeto, el cariño y la seguridad que les proporcionemos determinará su salud psicológica y emocional. La sobreprotección, sin embargo, se define como el exceso de cuidado y/o protección de los hijos por parte de los padres que va más allá de lo razonable; una sobre indulgencia que termina incapacitándolos para su vida futura. En consecuencia, lejos de favorecer su autonomía e independencia, motivamos una personalidad débil.
Por Marta Prado Bullido y Óscar González.
Muchos de nosotros arrastramos falsas creencias y tendemos a confundir sobreprotección con amor, lo que obstaculiza nuestra labor de educarles para la vida. No nos damos cuenta de que “sobreprotegiendo” al niño no le estamos ayudando en absoluto sino, más bien, todo lo contrario: la sobreprotección es la desprotección más absoluta. Asimismo, el miedo a que algo pueda sucederles y nuestra resistencia a aceptar los cambios que se van produciendo en sus distintas etapas de desarrollo, también nos lleva a actuar de esta manera.
Como padres, debemos permitirles tomar sus propias decisiones, equivocarse y gestionar su propia vida desde el conocimiento y la responsabilidad. Allanarles continuamente el camino justificando una -desmesurada- protección tiene efectos contraproducentes. Veamos algunos de ellos:
- Favorece la dependencia.
- Produce una baja tolerancia a la frustración.
- No alienta a la madurez personal.
- Crea problemas de autoestima.
- Incita a la violencia física y/o verbal.
- Dificulta las relaciones sociales.
Está claro que proteger a nuestros pequeños sin pasar el límite resulta complicado, por lo que debemos tomar conciencia y tratar de buscar el equilibrio. Una buena manera de comenzar es enseñarles a valerse por sí mismos desde edades tempranas y permitirles enfrentarse a diversas situaciones, aceptando el error como una valiosa oportunidad de aprendizaje. Tenemos que enseñarles a crecer, y crecer -queramos o no- implica desprenderse de nosotros.
Los padres hemos de ser conscientes de que educamos para ayudarlos a crecer y sobre todo para ayudarlos a partir. Deben aprender a ser lo suficiente autónomos para que llegue un momento en que no nos necesiten…
Anne Bacus en su libro 100 ideas para que tus hijos sean autónomos plantea algunas cuestiones que todos nos deberíamos hacer:
- ¿Sigue siendo pequeño a tus ojos? ¿Sigue siendo “tu bebé” con diez años?
- ¿Cómo te sientes cuando tu hijo gana autonomía? ¿Orgulloso por él y por ti mismo o más bien triste por el papel que pierdes?
- ¿Sientes nostalgia cuando lo recuerdas más pequeño, y por tanto, más dependiente?
Nuestro objetivo debe ser educar en la responsabilidad. El niño al que le enseñamos a valerse por sí mismo crece con la seguridad de que puede seguir avanzando con la ayuda y supervisión de los adultos que le impulsamos a crecer y mejorar pero no a depender de nosotros.
Como destaca Maite Vallet: “A lo largo de la infancia, para crecer, el niño necesitará asumir constantes desprendimientos: el parto, el destete, el paso de alimento líquido a sólido, el ser alimentado a utilizar los cubiertos; de ser bañado y vestido a bañarse y vestirse…”
Ayudarles a partir
Educamos para ayudarlos a partir. Ayudamos a nuestros hijos a que sean responsables y autosuficientes, en una palabra, lo bastante autónomos como para que no nos necesiten. Vivir la infancia junto a un progenitor inquieto y ansioso predispone al niño al mismo temperamento. La visión de un mundo peligroso frenará su impulso y, por tanto, su constante crecimiento. Para conseguirlo debemos permitir que el niño se enfrente a las dificultades:
- Que aprenda a pensar por sí mismo. Para ello debemos preguntarle el porqué de las cosas, qué es lo que cree él…
- Que realice actividades con otros niños.
- Practicar algún deporte o tarea que requiera de esfuerzo, constancia y rutina.
- Permitirles adquirir autonomía dejándoles hacer las cosas aunque se equivoquen. Los errores también son una oportunidad para aprender.