RINCÓN DE LA PEDAGOGÍA(*): Transtorno de aprendizaje (IV)
Este trastorno del habla ha sido descrito desde la antigüedad. Numerosos filósofos e investigadores han querido dar una respuesta a su origen, pero a día de hoy aún no se han encontrado unas causas claras. Se han atribuido al frenillo que impedía mover la lengua adecuadamente; se refirió a crisis nerviosas y problemas psíquicos y emocionales; a defectos auditivos; a conflictos entre los hemisferios por el control del habla; a orígenes genéticos, pero ningún estudio ha sido concluyente.
Lo que sabemos es que la tartamudez es un trastorno de la comunicación que se manifiesta a través de la dificultad para mantener un habla fluida y un ritmo. Se pueden prolongar las palabras, repetir un sonido un número inusual de veces o titubear entre ellas. Además se observa un esfuerzo para hablar que suele ir unido a cierta tensión corporal.
Cómo detectar la tartamudez o disfluencia
Debemos saber que es normal que hasta los 5 años en el habla del niño puedan presentarse vacilaciones o repeticiones de palabras. En muchos casos estas disfluencias son típicas en el proceso de adquisición del lenguaje. Los errores suelen aparecer cuando el niño está cansado y nervioso o cuando quiere contar un suceso con mucha emoción. Las vacilaciones son cortas y no elevan el tono de voz. No suelen presentar sentimientos asociados hasta estas dificultades (rabia, enfado, frustración) y no evitan el hablar para no equivocarse. Estos pequeños problemas se resuelven de un modo espontáneo, sin necesidad de ayuda.
Cuando se trata de tartamudez podemos percibir que repiten más de dos veces palabras cortas, que alargan sonidos durante varios segundos y se bloquean. Además muestran tensión al hablar, elevando el tono de voz y haciendo un esfuerzo importante para que le salgan las palabras. Al contrario que en el caso anterior las vacilaciones y otros defectos de habla con el paso del tiempo se agravan.
Si tenemos alguna duda sobre si se trata de un proceso natural o se trata de un proceso atípico debemos consultar con un profesional especializado que determine si es preocupante y si es conveniente ofrecerle alguna ayuda al niño.
Qué podemos hacer
Una vez que hayamos confirmado que nuestro hijo sufre tartamudez debemos tener presentes una serie de ideas. Los padres no son causantes de este trastorno, a día de hoy no se conocen todavía sus orígenes; lo importante en este momento es ofrecerle todas las ayudas que estén a su alcance, no mirar hacia atrás, hacia los errores que podamos haber cometido. Recordar también que cuanto antes se detecte el problema con más facilidad se podrá solucionar. A medida que el tiempo va pasando se van quedando grabadas ciertas conductas relacionadas con el habla (bloqueos, tensión, miedo a hablar, conductas de evitación de la comunicación verbal…).
Es normal que, ante el desconocimiento de esta dificultad, los padres pongan en marcha algunas acciones que son poco convenientes para los niños. Pueden darles una serie de consejos cuando cometen errores del tipo “no te pongas nervioso, habla más despacio, respira profundamente antes de empezar…”; también les pueden interrumpir completando sus frases o ideas. Suelen además comentar con la familia los logros que va realizando para superar sus dificultades, haciendo que este sea el tema más importante de la vida del niño. O incluso pueden no prestarle atención al problema evitando poner en marcha soluciones.
Por el contrario sería adecuado aceptar el problema y no transmitirle desagrado o preocupación por ello. Una vez que un especialista le preste ayuda, realizará unas cuantas recomendaciones a las familias acerca de la forma más acertada de comunicarse con el niño en función de su edad y de la intensidad de la dificultad. Una vez iniciado un tratamiento no es aconsejable abandonarlo, en muchos casos es necesaria una intervención constante a lo largo de 1-2 años.
En casa podríamos dedicarle un tiempo al día a él solo para charlar, respetando su forma de hacerlo, sin correcciones. Evitando las preguntas muy directas, se trata de escuchar sus anécdotas y sus intereses. También le ayuda el leer juntos, escuchar, leer después y contar lo leído. Establecer vínculos comunicativos que no produzcan tensión, sino mucho bienestar.
Fuente: Carriola