La ley trans, una ley legítima y necesaria
A finales de diciembre, el pleno del Congreso aprobó el proyecto de ley para la Igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos LGTBI. Aquí nos extrañamos de lo mucho que se discrimina en otros países a las mujeres respecto de los hombres, pero en España aún andamos a vueltas con el reconocimiento de derechos de grupos de personas que no tiene una identidad de género desde los patrones clásicos. Y peor que eso es que queden grupos políticos a los que este reconocimiento les resulte inadecuado. A los partidos de derechas, de los que muchos de sus afiliados y simpatizantes son miembros también de comunidades religiosas cristianas, les parece improcedente que se les reconozca a estos colectivos los mismos derechos que a ellos. Sin embargo, ellos, que tan devotos son de la iglesia de Cristo, deberían ser los primeros en integrar a todos en la misma comunidad ya que, según rezan en sus iglesias, todos somos hijos de un mismo Dios. Pero como diría el del chiste: “Sí, pero unos más que otros”.
Tampoco es aceptable socialmente que, si todos contribuimos con nuestro trabajo, nuestro dinero y nuestros impuestos a la causa común de vivir en sociedad, unos tengan el deber de hacer todo esto, pero no el derecho de participar en sus beneficios.
Personas con imperfecciones físicas, psíquicas o emocionales las ha habido siempre. Es más, todossomos imperfectos, pero todos queremos convivir con los demás y que se nos respete. Y la primera forma de respetar a los demás es no estableciendo diferencias o discriminaciones legales.
A día de hoy, nos parece una aberración que la sociedad española haya impedido que las mujeres pudieran decidir sobre su patrimonio o estuvieran al albur de sus maridos o padres para tomar sus decisiones más personales, pues a buen seguro que después de aprobarse esta nueva ley, nos va a parecer injustificables que esto no se haya hecho antes. Y esto no ocurre aquí, esto pasa en muchísimos países de nuestro entorno que consideran normal lo establecido, cuando a poco que se les pase por el tamiz de la lógica o de la objetividad pronto se cae en la cuenta de que es bastante anormal lo que está instituido, y sólo el hecho de no haber pensado antes en ello ha dejado que pasara inadvertido.
Normalizar las relaciones entre las personas es lo más civilizado desde cualquier punto de vista. Y muchas veces no se hace, no por no darle legalidad a esas relaciones, sino más bien por actitudes personales que quieren que las personas estén condicionadas por unas opciones sobre otras. Es decir, lo que se hace es querer etiquetar a las personas y calificarlas o descalificarlas por razones subjetivas. La sociedad la formamos todos, seamos más listos o más torpes, tengamos más belleza o menos, estemos por una opción sexual o por otra o tengamos una preferencia por una forma de convivencia o por otra.
Rechazar a los demás por una opción sexual a la que naturalmente pertenece es lo mismo que rechazarlos por su color de pelo o de ojos. Si una persona tiene una orientación determinada por sus genes, esto es algo innato, y de lo que no se podrá desprenderseni mediante exorcismos ni medicaciones. Algo connatural con lo que ha de vivir toda su existencia y que los demás deberemos aceptar y respetar.
Así que bienvenida sea cualquier norma que nos iguale a todos los ciudadanos en derechos y deberes, pues cualquier otra manera de considerarnos nos llevará hacia atrás en nuestra civilización y entonces ya no podremos acusar a otrosde que son sectarios o talibanes.
Suárez Sandomingo, José Manuel