La planificación y la coherencia de los servicios sociales
Para la mayoría de los ciudadanos, hablar de los servicios sociales es hablar de algo próximo, si se están sirviendo de ellos, o lejano, si los observan desde lo poco que los utilizan. Pero, de un modo u otro, estos servicios están siempre ahí, igual que ocurre con los sanitarios, educativos o de cualquier otro servicio de carácter público. Así que, cuando tenemos que utilizar cualquiera de ellos, enseguida nos damos cuenta de sus virtudes y de sus defectos. Y si alguien los ha utilizado en otra autonomía o en otro país, los suele interpretar a la luz de la comparación. Pero estos intérpretes casi nunca se dan cuenta de que los servicios sociales en Europa son diferentes en función de la zona en que se encuentre el país que los acoge. Según esto, podríamos clasificar sus estados en tres grandes zonas: los nórdicos, los anglosajones y los mediterráneos.
Los de los países nórdicos definen sus servicios públicos por la atención global que prestan desde la Administración a todas las necesidades del individuo; los anglosajones, aunque públicos, mayormente son atendidos por entidades privadas, y los servicios sociales públicos de los países mediterráneos son subsidiarios de la cobertura que inicialmente les presta la familia a sus miembros.
Como se puede observar, las diferencias entre ellos son abismales, pero también lo es la forma en que cada país los financia. Pues, si los países nórdicos les piden a sus ciudadanos que hagan un esfuerzo económico a través de los impuestos para poder financiar todos los servicios públicos que les prestan(educación, sanidad, sociales, etc.), los del sur catalogan los impuestos invertidos en los servicios públicos como una carga para los ciudadanos y algo que no siempre se destina al bien común, por lo que lo mejor es que cada uno se arregle con lo que tiene y le pida lo menos posible a la Administración. Estas dos formas de entender lo público hace que los servicios sociales en España se creen a impulsos y se conviertan, mayormente, en precarios.
Si la cuestión de los servicios públicos españoles la situamos en la onda de los partidos. Para los de la derecha, estos son tomados como un mal necesario: un lugar al que van a parar nuestros dineros sin que se consigan demasiados progresos sociales, por lo que detraen su financiación todo lo posible. Mientras que para los partidos de izquierdas, los servicios públicos son tomados como un ejercicio del reconocimiento de los derechos de la ciudadanía y con los que se consigue la cohesión de todo la sociedad y su estado de bienestar, por lo que tratan de financiarlos en lo máximo de sus posibilidades.
Pero, como cada cierto tiempo gobiernan unos u otros, mientras unos los expanden, los otros los aminoran. Así que, en lugar de hacerlos crecer o de mejorarlos, lo que hacen es desandar lo andado, lo que no nos saca del voluntarismo de algo que, como la sanidad o la educación, es uno de los pilares básicos del bienestar social.
A todo ello hay que sumarle un hecho no menos importante que todo lo anterior: su falta de profesionalización ¿Alguien iría a un servicio médico sabiendo que sus miembros pueden tener, o no, la formación que se precisa para atender a los pacientes? ¿O a una escuela en que sus educadores pueden estar, o no, especializados en las funciones educativas previstas? Pues eso ocurre en muchos de nuestros centros sociales, muchos de ellos gobernados por gentes sin formación ni condiciones personales para estar al frente de la solución de sus necesidades. Y esto no sólo ocurre en los centros de servicios sociales públicos, sino también en los de las áreas políticas que los gobiernan, lo que supone en sí mismo otra forma de degradar los servicios que pagamos todos y de no crear una verdadera cultura de su necesidad.
Para los verdaderos profesionales de los servicios sociales esto constituye toda una rémora en su labor y algo con lo que luchan todos los días. Y todavía más aberrante para ellos es cuando estos dirigentes inexpertos se sienten adalides de la causa social por salir en los medios de comunicación con medidas que, en lugar de agrandar los servicios, los envilecen, ya que estos suelen ofrecer unas ideas estrambóticas e improcedentes para el sistema, sin tener en cuenta sus verdaderas funciones.
José Manuel Suárez Sandomingo