Maldita jubilación
El hombre y la mujer actuales pasan a lo largo de sus existencias por diferentes procesos de integración y acomodación social. El primero de ellos tiene que ver con su familia, donde adquiere sus primeras habilidades en este sentido. Después la escuela no solo les integrará en grupos más o menos homogéneos, sino que les aportarán la cultura de su sociedad. Con estos conocimientos y unas nuevas actitudes sociales algo más pulidas, emprenderá su integración laboral, en donde aprenderán lo que es el trabajo en equipo y la jerarquía y muchas otras condiciones a las que se deberán adaptarse con más o menos éxito, y que les servirán para mantener sus vidas gracias a la contraprestación que supone el salario. Pero cuando ya estaba adaptado y adaptada y sus centros vitales se reducían mayormente a sus actividad laborales, resulta que deberá jubilarse dejando atrás todos los conocimientos con los que se habían preparado, los espacios en los que habían convivido y las personas con las que se habían relacionado.
No perderán los salarios, que ahora se llamarán pensiones, pero sí todo aquello que condicionaban sus existencias y les daban curso a sus vidas. Despojado de su vida laboral y sin que nadie le haya preparado para el momento en que, según cuentan, deberían estar jubilosos y jubilosas, caen en un vacío existencial que deberán llenar con actividades que, a la vez, sean lúdicas (no les está permitido trabajar, es decir, ser unos competidores de los que hasta hace nada eran sus compañeros) y que les entretengan sin perjudicar a nadie. Para muchos esto es una tarea ardua, pues lo lúdico no ha tenido cabida en sus vidas. Sus objetivos siempre han sido los de realizar sus tareas con eficacia y calidad, y, a ser posible, sin distracciones. Pero ahora han de llenar un tiempo que les parece inmenso y de forma con actividades que les entretenga y les anime a darles continuidad sin que nadie más que él y ella les tase el tiempo que deberán emplear.
Como todos los que han pasado por el negocio de tener que ocupar su tiempo de forma constructiva, esto es un tema más difícil de lo que parece. Por eso, muchos de nuestros potenciales jubilados se oponen a jubilarse, agarrándose al trabajo como a un clavo ardiendo, poniendo su experiencia como clave de su desarrollo personal y, como no, también de su empresa.
Pero este nuevo tiempo, en el que las máquinas nos están sustituyendo y en el que los políticos ya están pensando que sean ellas las que deberán hacerse cargo de pagarnos la jubilación, requiere de nuevos procesos de formación. Una formación que deberá integrarse en los propios procesos formativos de las empresas a fin de que la salida de sus trabajadores no sea traumática y que estos se acomoden con mayor facilidad a su nuevo estatus y lo puedan disfrutar, e incluso, establecer unas nuevas sociedades de mayores que creen nuevos ámbitos y nuevos hábitos con el resto de su comunidad.
Ser mayor no es un destino fatal, sino una forma de poder lograr que todo lo que hayamos aprendido durante toda la vida sirva para comprender otras realidades que, aunque siempre estuvieron presentes, nunca pasaron a un primer plano porque había otras prioridades.
Todos sabemos que la vida es todo un reto en cualquier momento, por eso la jubilación no es más que otro reto en el que deberemos utilizar las habilidades de que disponemos para interpretar y hacer aquello para lo que todavía somos diestros. Y si es posible, con júbilo. Ya no tendremos padres que nos orienten ni maestros que nos ilustren y menos todavía jefes que nos censuren. Algo habremos ganado para poder disfrutar de esta nueva etapa de nuestra vida como mejor nos convenga, y no tener que decir ¡maldita jubilación!
Suárez Sandomingo, José Manuel