¿Cómo te sientes cuando alguien te pregunta “cómo te sientes”?
Probablemente te sientas considerado, atendido y visto.
En estos momentos necesitamos más que nunca sentirnos así, y sobre todo los más pequeños. Los niños y niñas, los adolescentes, los jóvenes…
Y es que esta simple pregunta les abre las puertas a dos dimensiones del bienestar:
Por un lado, como acabamos de ver, la reciben como una muestra de atención, de preocupación, incluso de cariño. Y por el otro lado, es una pregunta que les permite expresar lo que ocurre en su mundo interior de las emociones y sentimientos, permitiendo así liberarlas, y al mismo tiempo facilitando que podamos comprenderles y empatizar con ellos.
En tiempos de confinamiento y con los niños o jóvenes, es recomendable usar el “¿cómo te sientes?” con una actitud de calma y con el tiempo suficiente para escuchar su respuesta. Así convertimos la situación en un espacio en el que se sentirán escuchados sin juicio, es decir, en un espacio de acogida y aceptación, en definitiva, de amor.
Es probable que en estas semanas estén sintiendo un desfile continuo de emociones, pues, aunque el mundo exterior esté quieto, su mundo interior no para. También probablemente, muchas de esas emociones que desfilan en su alma sean de la familia del miedo, de la rabia, de la tristeza, o del aburrimiento.
Como adultos quisiéramos que no sintieran tales emociones y probamos de darles ánimos, o de quitarle importancia a lo que ocurre para que vuelvan a sentirse alegres y despreocupados. Sin embargo, pensando que les hacemos bien, les estamos haciendo un flaco favor.
Tienen y (tenemos) derecho a sentir lo que sentimos, básicamente porque lo están sintiendo. Por ello, la actitud de aceptación incondicional es muy necesaria ahora. Si aceptamos lo que sienten, lo validamos y lo comprendemos; automáticamente se sentirán amados, y ese ”sentirse amado” tomará la escena en su alma dejando arrinconados los otros estados emocionales.
Aceptar y validar lo que sienten, sus estados anímicos, es algo tan sencillo como decirles desde la serenidad:
“Comprendo que sientas miedo ante esta situación, pues no sabemos aún qué va a pasar”
En lugar de:
“No, hijo, no tengas miedo, pues esto se va a acabar pronto y no te sirve de nada sentirte así, reacciona y ponte a hacer algo que te guste”
Por supuesto que el miedo no le sirve, pero menos le sirve que no aceptemos que lo siente. Por ello, si queremos que después pueda hacer algo que le guste, primero hemos de aceptar que está sintiendo ese miedo. Sólo así podremos darle la calma que necesita para superarlo y llevar su atención a otra actividad que le provoque bienestar.
Atención, que la aceptación no significa que alimentemos su miedo… Es decir, tampoco será conveniente decirle desde nuestro propio miedo:
“Claro que tienes miedo, cómo no vas a tenerlo, si quizás nos morimos todos y ya nunca va a ser nada cómo antes”
La aceptación de lo que sienten es una fuente de amor que logrará calmarles y motivarles para hacer que se sientan mejor. Por ello, la aceptación es también la actitud del adulto que acompaña: una actitud serena, asertiva, cariñosa y calmada.
Y tú, ¿Cómo te sientes?