Lo más grande del mundo, por José M. Suárez
Llegan las Navidades y con ellas todo un ritual de tareas de inexcusable cumplimiento. Una de ellas es la de buscarle acomodo a los hijos pequeños en algún lugar en el que puedan estar controlados y entretenidos.
Entran aquí de la mano las entidades que organizan actividades exclusivamente para las vacaciones navideñas y las que asumen otras diferentes al resto del curso escolar. De un lado están los campamentos urbanos y las actividades municipales, mientras que de otro se sitúan las ludotecas, las bibliotecas, los centros de juegos, etc.
Todos ellos pasan a formar un conjunto de espacios de los padres que pueden echar mano, transitoriamente, para seguir ejerciendo sus tareas laborales o realizar las encargos propios de esta época.
Pero decimos, transitoriamente, por que hay que tener en cuenta también, que estos son los mejores momentos del año para estar con los hijos, momentos en los que poder disfrutar de su compañía, jugar, pasear y, sobre todo, conversar.
Un niño no nace por generación espontánea, como tampoco se educa por su contacto con el entorno, sino por el contacto con las personas con que se relaciona. El niño necesita de sus padres como el aire que respira. Son su referente: los que le establecen las normas, los que le cuidan y los que le dan cariño. Y en un mundo cada vez más aséptico, el niño sigue siendo esa persona que necesita del estímulo de ellos para formarse como persona.
Y la Navidad es, como todos sabemos, la fiesta infantil por excelencia. Por tanto, debemos hacer que la relación en estas fechas sea lo más posible estrecha y fluida posible. Al niño le importa más estar en compañía de sus progenitores que poseer muchos juguetes.
El atractivo de estos últimos está muchas veces en la novedad, mientras que el padre o la madre son para él o ella muchas más cosas que un juego o una distracción. Son un modelo, un solucionador de problemas, un receptor de sus afectos, un buscador de cosas interesantes. En definitiva, son sus padres, lo más grande que hay en el mundo.
Fuente: La Voz de Galicia